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El déficit democrático de la “revocación”

CÉSAR VELÁZQUEZ ROBLES 8Sinaloa). Decía ayer que desde el punto de vista cualitativo, el ejercicio revocatorio no pasó la prueba del ácido de una buena práctica democrática, y que desde una perspectiva cuantitativa los resultados del conteo rápido no eran como para echar las campanas a vuelo, pues si bien fue apabullante el porcentaje de ciudadanos que votó por la ratificación del mandato de López Obrador –casi nueve de cada diez votantes—la tasa de abstencionismo se movió entre el 82 y el 83 por ciento, esto es, ocho de cada diez electores decidió no acudir a las mesas receptoras a emitir su voto. Con estos datos, impresionantes los primeros, decepcionantes los segundos, difícilmente se puede sostener la tesis de que estuvimos ante una demostración de fortaleza democrática. En ese sentido, podemos hablar de un fracaso de la consulta, aunque habría que hacer algunos matices. Aquí va uno que creo fundamental.

Los alrededor de 15 millones de votos que ratificaron la continuidad del mandato de López Obrador, aunque sean solo la mitad de los que obtuvo en la elección presidencial de 2018, constituyen en este momento su piso electoral, que claramente mostró una reducción en las elecciones intermedias de 2021, en las que coalición Juntos Hacemos Historia bajó a 17 millones, con lo que no pudo alcanzar el mínimo requerido en la cámara de diputados para impulsar por sí sola reformas constitucionales. Sin embargo, esa energía social que se expresó este domingo 10 de abril en las urnas, da cuenta precisa del estado de fuerza del obradorismo y es una excelente plataforma de lanzamiento para emprender la batalla en la perspectiva sucesoria de 2024. Consideremos, además, que la elección de 2018 fue una elección atípica –lo que se confirmó con los resultados de las intermedias tres años después–, por lo que difícilmente, ni aun en las peores condiciones políticas para la oposición, podría repetirse un triunfo aplastante como el de aquel entonces. Así, esos 15 millones del pasado domingo, constatan la capacidad competitiva del obradorismo y, por supuesto, su capacidad para retener el poder, claro, si no se activan las tendencias centrífugas que acompañarán la declinación del poder actual con las disputas y rupturas que parecen a estas alturas ya inevitables.

Este no es un supuesto producto del voluntarismo o el deseo. No hay un solo analista o comentarista que no lo considere en sus valoraciones. Es un dato real a considerar en la construcción de escenarios, y que la oposición –más bien, las oposiciones–, debe tomar en cuenta para medir sus posibilidades de competir con éxito en el 2024. Ah, aquí viene el pero: tiene que saber también cuál es su estado real de fuerza. En eso está en desventaja frente a morena. En las instituciones, en el parlamento, ha dado la batalla al poder y mal que bien ha podido frenar los excesos y arbitrariedades del poder, pero en la calle, en el espacio público abierto, no se ha calado.  Esta es una asignatura que tiene pendiente, y que debe empezar a atender para ir construyendo y tensando sus fuerzas en la perspectiva de los acontecimientos venideros. A este propósito, me parece que las oposiciones articuladas en la coalición legislativa no han sabido ni han podido responder con eficacia al poder, y están obligadas a trascender prácticas políticas anodinas y burocráticas como las que han caracterizado su quehacer en el pasado reciente.

La comodidad de las instituciones y la incomodidad de la calle

Vienen en estos días batallas cruciales. Las mismas tácticas marrulleras utilizados tanto tiempo por el PRI, serán aplicadas ahora por morena: llevar todo el proceso relacionado con la reforma eléctrica hasta el domingo para cansar a la oposición y dispersarla y así conseguir los votos que le den la mayoría calificada, es un viejo truco sacado del baúl del viejo régimen puesto en acto por el nuevo régimen. La oposición ya lo conoce, y acampará ahí para evitar un madruguete. Esta semana será, así, una guerra de posiciones.

Una vez conquistado lo que consideran un “triunfo histórico”, viene el siguiente paso en la escalada: la reforma electoral, que es una guerra abierta contra la autoridad electoral, y que busca eliminar, capturar o colonizar lo que hasta hoy ha sido uno de los pocos contrapesos que ha defendido los logros y avances democráticos de estos años difíciles y complejos de la transición democrática en nuestro país. Este será, junto al propósito de desaparecer la representación proporcional en los órganos de representación popular, el eje de las batallas políticas del porvenir. ¿Cuál será la actitud de los partidos de la oposición? ¿Se animarán finalmente a salir a la calle y defender sus propuestas y proyectos? Bueno, vamos a ver.

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