Sor Agustina y el capellán, santidad o pecado (III y último)

Norma L. Vázquez Alanís

Ciudad de México, 21 ce marzo (entresemana.mx). En su texto Más cosas de Cristo, la historiadora Asunción Labrín -un gran referente del estudio de la vida conventual femenina en Nueva España- presenta casos donde las monjas muestran que en algún momento de su vida, no eran los ejemplos o lo que se esperaba de ellas, lo cual hace posible ir más allá de una construcción hagiográfica perfecta y acerca un poco más a la gente a ver a frailes, sacerdotes o monjas como seres humanos con errores, fallas, temores, etcétera, y más cercanos a la realidad.

Así lo refirió la maestra en Historia Xixián Hernández de Olearte en su ponencia ‘Sor Agustina de Santa Clara ante el Santo Oficio. 1598’, durante el ciclo de pláticas sobre la vida conventual femenina en Nueva España, organizado por el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM) de la Fundación Carlos Slim, e indicó que se ha dedicado a revisar algunos casos de monjas que fueron investigadas, procesadas y sentenciadas por la Inquisición de Nueva España.

“Desde que empecé a leer el largo expediente de sor Agustina de Santa Clara, que está en el Archivo General de la Nación, me atrapó, porque es el caso más impresionante que haya sido investigado por el Santo Oficio”, dijo la experta.

El primer juicio de la Inquisición a una monja en Nueva España

Sor Agustina respondió a las acusaciones ante el fiscal, diciendo que no sabía por qué la habían mandado llamar, pues estaba en camino de santidad. “Hace 11 años tuve un dolor en el costado, no se me quitaba y una noche vi una luz reluciente en mi habitación y a partir de entonces hice mi voto de amar a Dios y olvidarme del mundo”, expresó.

Sin embargo, cuando el fiscal empezó a leerle todas las acusaciones ella se dio cuenta que Juan Plata ya los había delatado, porque había cosas muy íntimas que el fiscal le dijo; Plata había aceptado que habían estado juntos y que en algún momento estuvieron enamorados. El fiscal la acusó, la comparó prácticamente con una ramera y escribió en el expediente que “de la manera en que las mujeres pecadoras del mundo se ponen color en el rostro y atraen a la gente perdida, así la rea se untaba los labios y manos con sangre para engañar al confesor y demás religiosas”.

Esto significa que para el fiscal era obvio que era culpable y lo que quería hacer era condenarla; lo que puede verse en el texto del expediente es que los inquisidores calificaban la conducta de las mujeres como pecadoras por naturaleza y consideraban que el demonio actuaba a través de ellas, explicó la maestra Hernández de Olearte.

Una vez que Agustina se dio cuenta de que había sido descubierta, intentó justificarse mencionando que quería la salvación de su alma y salir de los pecados en los que el demonio la tenía.

Respecto de la acusación de alumbradismo, sor Agustina argumentó que sabía que eso estaba mal, pero que sólo lo hacía para congraciarse con Plata; “el capellán le enseñaba la doctrina de los alumbrados según consta en los expedientes que revisé para mi investigación”, dijo la ponente; también se puede leer entre líneas por qué esta monja actuaba así, fingiendo revelaciones.

Como ya se dijo, en parte era por congraciarse con Plata, de quien estaba enamorada, pero además puede descubrirse de acuerdo con sus declaraciones, que ella fingió revelaciones “por honra del mundo, para dar envidia a otras monjas y por engañar a su confesor para que la tuviera por santa”, pero además para tener más prestigio dentro del convento, lo cual le traía beneficios como ser maestra de novicias o portera.

Sor Agustina defendió a Juan Plata

En el expediente parece ser que sor Agustina de Santa Clara defiende a Juan Plata implícitamente, porque reconoció haber caído en pecado por el demonio y aceptó que ella lo engañó y le aseguró que esas revelaciones eran ciertas, cuando estaba consciente de lo contrario. Pero sostuvo que él le creyó porque era un hombre noble, recto y justo, al cual ella finalmente engatusó, de suerte que dejó caer toda la culpa hacia su persona cuando él, por el contrario, siempre la acusó y no aceptó su responsabilidad, aunque en algún momento explicó que la idea de subir a la azotea fue suya.

En el expediente sor Agustina manifestó que sí tuvo remordimiento, que inclusive para intentar buscar el perdón de sus pecados lo confesó a un jesuita, quien le aconsejó que dejara esa relación y se retractara; entonces intentaron separarse, pero regresaron a su relación.

Respecto a la declaración de sus compañeras sobre su desobediencia porque no iba a los rezos ni a misa, alegó que era por vergüenza, pues se sentía mal por su conducta.

Al terminar sus interrogatorios, su abogado Dionisio de Rivera -el mismo que defendía a Juan Plata- explicó el comportamiento de sor Agustina de esta manera: “por la flaqueza y fragilidad de la mujer (siempre se consideró a la mujer como la débil a la que el demonio podía manipular más fácil), porque nunca tuvo error de entendimiento (ella dijo que sabía que era pecado mortal, pero que se había arrepentido), por el honor del convento (pedía que consideraran su estado religioso) y porque ella es una monja profesa, pide y suplica de rodillas que por favor la perdonen y le tengan misericordia”. El honor del convento, el cuidar la imagen de los conventos de monjas y la misma figura de la monja, fue un elemento que el abogado expuso para que ella pudiera ser perdonada.

Sentencia y auto público de fe

Sor Agustina de Santa Clara tuvo cuatro audiencias en la Inquisición, estuvo presa dos años y su sentencia llegó el 25 de marzo de 1601. Ella salió en un auto público de fe, que eran ceremonias que se hacían en público al aire libre en la Plaza Mayor de la ciudad de México, donde los penitenciados o sentenciados de la Inquisición llegaban ante la gente ahí reunida y era leída su sentencia. Tanto sor Agustina de Santa Clara como Juan Plata acudieron a este auto de fe para escuchar su sentencia.

En opinión del doctor en Historia Gabriel Torres Puga, estos protocolos se realizaban para intimidar a la sociedad y dar un ejemplo de lo que les podía pasar si cometían algún delito, pero básicamente para mostrar la autoridad y el poder de la Inquisición. La sentencia pública de Agustina también pudo haber sido para dar un ejemplo a las demás religiosas y conventos de que se iba a castigar sin importar la condición de que fuera monja o fraile. Este auto de fe público fue el más imponente, el más costoso y vistoso de su tiempo, señaló Hernández de Olearte.

La sentencia para sor Agustina de Santa Clara que se leyó públicamente en el auto de fe, la mandaba abjurar de su error, es decir, que ella tenía que aceptar sus faltas y proclamar que no iba a reincidir. Pero como era religiosa tuvo castigos muy específicos, la condenaron a la privación perpetua de voto activo y pasivo (es decir, que no podía elegir a nadie más ni ser elegida para algunos cargos dentro del convento), a ser la última de todas las monjas tanto profesas como novicias en el coro y refectorio -lo que debió ser para ella una vergüenza-, no podía llegar al torno, a la reja o al locutorio sino sólo para confesarse (esto es que no podía tener nada de comunicación con el exterior), no tratar por escrito ni de palabra nada de sus revelaciones, por dos años no llevar escapulario ni cinta, tenía que ayunar los viernes y disciplinarse, además de que los sábados debía rezar la tercera parte del rosario.

Asimismo, fue privada perpetuamente del velo, lo cual era una forma de ser señalada dentro de los conventos, también a ser ocupada en la cocina y en otros oficios más humildes, pero esta sentencia se tenía que cumplir en otro convento. Después de que se le leyó la sentencia regresaron a sor Agustina de Santa Clara al Santo Oficio, donde el inquisidor le explicó que ella no iba a regresar al convento de Santa Catalina de Siena en Puebla, sino al de la Concepción en la ciudad de México; lo que ella dijo, quedó registrado en su aceptación de la sentencia: “Entiendo que Dios me ha traído a este Santo Tribunal para que mi alma sea salvada”. La monja nunca regresó a Puebla.

Dos años después de que fue llevada al convento de la Concepción, la abadesa del mismo, Isabel de San Gregorio, mandó una nota a la Inquisición avisando que sor Agustina de Santa Clara “murió como mujer sierva de Dios, mostrando de tener en su alma gran quietud y consuelo y arrepentimiento”, lo que nos hace pensar que, en efecto, debe haberse arrepentido, concluyó la maestra Hernández de Olearte.

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