Sor Agustina y el capellán, santidad o pecado (I de III)

Norma L. Vázquez Alanís

Ciudad de México, 17 de marzo (entresemana.mx). Sor Agustina de Santa Clara, profesa del convento de Santa Catalina de Siena en Puebla, fue la primera monja juzgada por la Inquisición en Nueva España en 1598, así como la única monja penitenciada en público, porque hubo un proceso de otra reverenda pocos años después, pero a ella su sentencia le fue leída en privado.

El caso de esta religiosa novohispana fue presentado por la maestra en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Xixián Hernández de Olearte, dentro de un ciclo de pláticas sobre la vida conventual femenina en Nueva España, organizado por el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM) de la Fundación Carlos Slim.

El de las monjas es un tema poco conocido fuera del ámbito de la academia y lo que se pretende con esta serie de charlas es acercarlo al público en general, a fin de que conozca su importancia dentro de la sociedad novohispana, que era muy religiosa; estas mujeres pertenecían a las elites española y criolla, eran integrantes de familias influyentes como comerciantes, hacendados, profesionistas, etcétera. Ser monja en Nueva España, era tal vez la condición más importante que una mujer podía tener.

Cuando las novicias profesaban, hacían cuatro votos muy importantes: 1) la pobreza, porque en teoría tenían que estar concentradas en servir a Dios; 2) la obediencia, que era importante ya que dependían de una madre abadesa o priora, también del obispo y, algunas, de la rama masculina de su orden, como las clarisas de los franciscanos, o las dominicas de los dominicos; 3) la castidad, que era sustancial porque las monjas se casaban con Cristo, y 4) la clausura, porque tenían que olvidarse del mundo para dedicarse a sus tareas y cumplir sus funciones.

La conferencista dijo que si bien una de las principales atribuciones de las religiosas era ser ejemplo de virtudes cristianas, ella había centrado la investigación para su tesis doctoral, en lo que pasaba si había una conducta indebida dentro de los conventos de monjas.

El caso de sor Agustina de Santa Clara en Puebla

Cuando había alguna infracción o incumplimiento, quien lo resolvía era el obispo, pero cuando las monjas caían en algún pecado o delito relacionado con la fe, como cualquier otro miembro de la iglesia eran juzgadas por la Inquisición. Y para determinar qué pasaba con estas mujeres cuando llegaban ante dicha institución, cómo explicaban esas autoridades la conducta de esas monjas y de qué manera las justificaban ellas con sus jueces o inquisidores, Hernández de Olearte recurrió al Archivo General de la Nación, y otros donde se encuentran valiosos documentos de la época novohispana.

En particular, el caso de sor Agustina de Santa Clara es relevante tanto, porque fue la primera monja novohispana procesada y sentenciada públicamente por la Inquisición -lo que representó algo inaudito porque fue sacada de su convento-, como porque ha sido estudiado por historiadores de la talla del español Álvaro Huerga, especialista en el tema de los alumbrados, y Asunción Labrín -un referente del estudio de la vida conventual femenina en la Nueva España- quien lo retomó para analizar un poco la sexualidad dentro de los conventos de monjas.

Este proceso inquisitorial no sólo la involucró a ella sino al capellán del convento, Juan Plata (clérigo originario de Toledo, España). Ambos fueron investigados y acusados por falsas revelaciones, pero también porque finalmente se descubrió que tenían una relación amorosa y carnal.

Todo comenzó en 1593 cuando un fraile dominico, Dionisio de Castro, llegó de España y se instaló en Puebla, donde comenzó a escuchar que sor Agustina de Santa Clara y el capellán Juan Plata eran muy famosos. Gran parte de la población consideraba que ya eran casi santos y la gente decía que tenían visiones o revelaciones. Este fraile sospechó algo extraño y decidió hacer un informe para enviarlo a la Inquisición; una de sus principales preocupaciones fue que el lenguaje utilizado por estos dos personajes era muy parecido a una herejía española que se denominó ‘Los alumbrados’ (un movimiento religioso español del siglo XVI en forma de secta mística, perseguida por considerarse herética y relacionada con el protestantismo).

De Castro mandó el documento a la Inquisición y fue hasta 1597 cuando, siendo el inquisidor Alonso de Peralta, retomaron el caso, decidieron averiguarlo directamente a Puebla a través de un enviado, quien encontró situaciones muy interesantes sobre la vida cotidiana dentro del convento y sobre estos personajes que transgredieron las reglas conventuales.

Sor Agustina de Santa Clara y el capellán

Juan Plata, investigados

La investigación por parte del emisario del máximo tribunal religioso, se llevó a cabo dentro del mismo convento, se mandó llamar a siete religiosas y ellas dieron los pormenores de lo que estaba pasando con Agustina de Santa Clara; dijeron que la monja contaba que tenía visiones y revelaciones como que había visto a Teresa de Jesús y que de repente oyó una voz muy maravillosa -ella aseguraba que era Dios- llamándola porque era una de sus elegidas.

También, que una vez en el jardín del convento se había abierto el cielo y ella había visto a Dios, o que estando en el coro dentro del convento, las 15 cuentas de ámbar que tenía se habían convertido en estrellas que brillaban muchísimo. Afirmaba que en una de las paredes del coro bajo del convento había visto un corazón en medio del cual estaba Jesús. Asimismo, que Dios le revelaba cosas futuras como quién de las monjas tenía que tomar los cargos más importantes del convento como abadesa, maestra de novicias, etcétera.

Las monjas relataron que se habían dado cuenta que el trato de Juan Plata y Agustina era extraño, pues se comunicaban frecuentemente y estaban muchísimo tiempo en la puerta del convento, en el locutorio, es decir, en el lugar donde podían recibir visitas, en el coro bajo donde ellas podían escuchar misa y en el confesionario; una de las monjas expuso que cuando la religiosa fue maestra de las novicias, se dieron cuenta que en algún momento subió a la azotea y que Juan Plata estaba arriba.

Entre 1593 y 1594, Juan Plata, siendo capellán del convento, había entrado a la enfermería a confesar a una monja que se estaba muriendo, pero por lo menos tres o cuatro monjas se dieron cuenta de que Agustina también entró y se apartaron un poco hasta una orilla de la enfermería y una de ellas alcanzó a ver que se estaban abrazando en una cama, lo cual provocó un escándalo pues además Juan Plata estuvo diciendo todo el tiempo dentro del convento que Agustina era una santa, que tenía revelaciones y que le había dicho que él era un elegido, que iba a ser un santo e inclusive había tenido una visión donde aparecía sentado al lado de san Pedro, que él ya estaba ubicado en la quinta orden de los ángeles, es decir, básicamente su salvación estaba asegurada.

De las profesas del convento que participaron en la averiguación, ninguna creyó que Agustina fuera una santa y de igual manera consideraban que ella fingía al afirmar que le sangraba la nariz (el sangrado del cuerpo se tomaba como una señal de santidad), ya que una de sus compañeras sostuvo que sabía que estaba mintiendo porque había visto cómo se manchaba la cara con sangre de animales.

De igual manera declararon que no iba a misa, que era desobediente y no ayunaba, e incluso se lo comunicaron en algún momento al obispo Diego Romano, quien les preguntó si ellas pensaban que Agustina era santa y casi todas, según consta en el expediente, opinaron que estaba simulando. Entonces Romano regañó tanto a sor Agustina, que terminó llorando. Después, Juan Plata reprendió a toda la comunidad y señaló que ella era una santa, que deberían estar agradecidas de que estuviera en el convento e indicó que estaba muy mal que la hubieran acusado.

Esta es la información que se obtuvo a partir de las testificaciones de estas monjas sobre la relación de Juan Plata con Agustina, explicó en su conferencia la doctora Xixián Hernández de Olearte.

(Continuará)

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