EL OTRO DATO/ Importa ¿quién?

JUAN CHÁVEZ

Este 2024, será un año de esencia política, con las elecciones más complejas y numerosas de la historia de México.

Más de 90 millones de ciudadanos elegiremos presidente de la República, senadores, diputados federales y locales, nueve gobernadores, alcaldes, síndicos, regidores, etc.

Tendremos en las manos, mínimo, cinco boletas para ser cruzadas por los candidatos de nuestra preferencia político-democráticas.

Una mujer se sentará en la silla presidencial el uno de octubre: Claudia Sheinbaum o Xóchitl Gálvez, ambas candidatas de las coaliciones que integran, una Morena, PT y Partido Verde, y la otra PAN, PRI y PRD. Habrá un tercer candidato, el de Movimiento Ciudadano, que simplemente actuará como testigo.

Pero, realmente importa quién gane la Presidencia.

Por primera vez, tal hecho parece no tener relevancia. Sea Xóchitl o Claudia la que salga favorecida en las urnas, no podrá gobernar el país por muchas y buenas proyecciones que haya comprometido en su campaña

No podrá ejercer el mando como Primera Mandataria. No podrá, con la banda tricolor cruzada en su pecho y con el título de comandante de las Fuerzas Armadas, gobernar a los mexicanos. No se lo permitirá el Ejército. Tal vez la Marina sí.

Con todo el arsenal de puestos civiles de la administración pública que López Obrador ha entregado, principalmente al Ejército, éste realmente será el que administre y gobierne a la nación.

López Obrador construyó el entramado de una nueva forma de dictadura que él se apresta a dirigir sin estar en el poder que, por cierto, ejercerá constitucionalmente hasta el 31 de septiembre de este recién nacido año.

El armazón que construyó parece haber sido concebido para darle en la madre a la democracia y tener una marioneta en Palacio Nacional.

Será, el del próximo sexenio, una presidencia fantoche bajo la premisa de esa canturreada transformación que el presidente López forjó para seguir “detrás del poder”.

El año nuevo será un año de pasiones desbordadas.

El presidente logró meternos en su juego de que en esta elección nos jugamos el futuro del país. Es muy parecido a lo que nos dicen los partidos cada seis años. En ese sentido, no hay nada nuevo bajo el sol.

En el 1994 hablamos del choque de trenes; nunca pasó. En 2000 la polarización giró en torno a la transición democrática, que llegó con todas sus esperanzas y desilusiones. En el 2006 el leit motiv fue López Obrador y el famoso “peligro para México”. El 2012 fue el año de la restauración de los que decían saber gobernar e iban a salvar el país, y lo hundieron un poco más. El 2018 fue la elección del hartazgo y la esperanza, que no murió al último, sino muy temprano en el sexenio.

La elección de 2024 nos la van a vender una vez más como la del todo o nada, la del paso al abismo o la salvación; continuidad o regresión.

Aunque todo es un poco cierto, dependiendo del lado de la historia desde el que se mira, la verdad es que lo que está en juego en esta elección es menos el proyecto político y más las intuiciones del Estado.

Tal como se está perfilando la elección presidencial tendremos dos polos y un tercer candidato testimonial. Quien está hoy decidido a favor de Claudia o a favor de Xóchitl ve la elección como un referendo del obradorismo: ¿quieres que siga o no el proyecto de Gobierno del actual presidente? Y si bien esa continuidad no será el punto central del debate, lo importante no es el nombre de quién gane, sino el cómo le irá a las instituciones. No es quién se sentará en la silla presidencial, sino en qué condiciones y con qué legitimidad democrática lo hará.

Lo que nos jugamos en 2024 son las instituciones y la forma en que entendemos la democracia. Si el resultado es transparente y aceptado por las candidatas y los partidos; si el Congreso se integra de manera plural y las resoluciones de las instituciones y poderes son transparentes y apegadas a la ley, la próxima presidenta, la que sea, estará obligada a sentarse a negociar con todos, con los que piensan como ella y con quienes no piensan como ella; tendrá que respetar la división de poder y devolver a los civiles las instituciones que López Obrador entregó al Ejército y Marina.

Lo trascendental, en las votaciones del primer domingo de junio es el cómo y no el quién lo que nos jugamos en 2024.

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