CÉSAR VELÁZQUEZ ROBLES (Sinaloa). En nuestros países, incluido México, por supuesto, hay una desafección cada vez mayor con la democracia. Las encuestas de Latinobarómetro dan cuenta del desencanto de amplios sectores sociales con unos regímenes que, al sustituir a las viejas dictaduras, ofrecieron a sus pueblos bienestar y progreso. Pronto empezó a advertirse que, ciertamente, hubo una inflación de expectativas y que la democracia en realidad poco tiene que ver con progreso material, trabajo, mejores ingresos, salarios remuneradores, abatimiento del hambre. De ahí el enfado con estas democracias liberales que no lograron atender con eficiencia los reclamos sociales, que pronto se trocó en irritación y en ese malhumor social que empezó a derribar en las urnas un modelo que siguió a su aire en la ruta de concentración del ingreso, exclusión y marginación, dando paso a una nueva generación de gobiernos presuntamente de izquierda.
En los años previos a este ascenso de la llamada por algunos “marea rosa”, esta frustración social con los órdenes democráticos se traducía en una demanda de gobiernos de mano dura, como si los viejos gobiernos de corte militar hubiesen sido capaces de resolver los añejos problemas sociales. Además, ha sido proverbial la desconfianza ciudadana sobre las instituciones de la democracia, y así lo reconoce el informe 2021: “América Latina es la región del mundo más desconfiada de la tierra. En promedio, en América Latina se registran veinte puntos porcentuales menos de confianza en las instituciones elegidas por voto popular que en Asia, África, los países árabes y Eurasia”.
Pero en las democracias avanzadas o consolidadas, consideradas modélicas por muchos, las cosas no marchan mejor. Consideremos los siguientes datos de una encuesta, cuyos resultados recoge en su artículo Pablo Hiriart, jefe de corresponsales de El Financiero en los Estados Unidos: Una encuesta de Zogby Analytics indica que 46 por ciento de los votantes piensa que Estados Unidos se encamina a una guerra civil (16 por ciento muy probable y 30 por ciento algo probable), contra 42 por ciento que no lo cree. Entre las personas de 18 a 29 años, 53 por ciento ve probable una guerra civil y sólo 39 por ciento improbable.” Evidentemente, estamos ante un desencanto con la democracia, y de lo que se trata, diría Trump, es de “drenar la corrupción que impera en Washington”. El ensayo insurreccional de enero del 21, a unos días de la toma de posesión de Biden, evidenció el malestar que recorre a un segmento considerable de la sociedad estadounidense, no solo a sectores y grupos sociales atrasados con una cultura arcaica o premoderna, sino a un segmento de la clase política conservadora, en la que la cultura del Tea Party ha calado profundamente hasta llevarlo a conspirar contra la propia democracia.
La derecha y la ultraderecha están en un acelerado proceso de acumulación de fuerzas con miras a acontecimientos cruciales como las elecciones de medio término, por allá en noviembre de este año y las presidenciales de 2024. Ya han logrado aprobar en casi una veintena de estados una reforma electoral que restringe derechos de negros, latinos y adultos mayores para el ejercicio del voto, en un desesperado intento por impedir el voto demócrata o revertir los resultados desfavorables en algunos estados en las pasadas elecciones presidenciales. Hay tal ambiente de polarización en la sociedad estadounidense, que las elecciones, lejos de contribuir a resolver de manera civilizada los conflictos y contradicciones que la cruzan, no harán sino atizar todavía más una explosividad social que está a flor de piel. De ahí que no sean descabellados los planteamientos de quienes en aquel país advierten que las cosas se encaminan hacia una guerra civil.
Y el considerable porcentaje de encuestados que advierte que el país se encamina hacia una guerra civil, no es que sean pesimistas. Lo más probable es que sean optimistas… bien informados.