ZONA POLITEiA/ El presidente AMLO no usa “cash”

CÉSAR VELÁZQUEZ ROBLES (Sinaloa). El presidente AMLO no usa “cash”, no trae efectivo en su bolsa, pues, no usa cartera. O bueno, si usa. Quizá de vez en cuando. Como cuando mostró en vivo y en directo los “detentes” que traía en su billetera para conjurar los peligros de tener a un adversario en frente. Mostró su estampita y dijo algo así como “detente enemigo, Jesús está conmigo”, y un billete de un dólar que le habían obsequiado hacía ya bastante tiempo. Pero eso sí, la cartera vacía. Y para que vean que no es una pose, una mera impostura, ayer volvió al tema: “A mí no me importa el dinero, mi mujer es la que administra el ingreso”. Así las cosas, el presidente en las giras no puede disparar la ultima coca cola del desierto. Hay que recurrir a alguien del equipo para cumpla esa tarea. No sé si ustedes recuerdan pero hace ya algunos años, cuando Bill Clinton era presidente, fue a una librería, escogió algún libro y al llegar a la caja para pagarlo, advirtió que no llevaba cash. Claro, pronto entró al quite uno de sus acompañantes que se hizo cargo de la cuenta, y sanseacabó. Asunto resuelto.

Una cosa más o menos parecida le ocurrió al presidente Ernesto Zedillo en 1995. En una de las giras para atender una gigantesca masa empobrecida –recuérdese que en campaña había dicho que quería ser “presidente de los pobres mexicanos”, que no es lo mismo que ser presidente de los mexicanos pobres–, una indígena que vendía bordados de la virgen de Guadalupe en servilleta, se le acercó para ofrecerle en venta uno. La respuesta del presidente fue memorable; “No traigo cash”. De ese tamaño era la sensibilidad de elefante del presidente de un país donde la masa de pobres se había disparado casi de manera exponencial como consecuencia del llamado “error de diciembre”.

Ojalá a nuestro actual presidente no le ocurra lo mismo, y que en una situación parecida, tenga los reflejos suficientes para ensayar una respuesta con un poco más de sensibilidad, que la tiene, sin duda, pues en ese ambiente, en ese contacto con sectores sociales, excluidos y marginados se ha movido una gran parte de su vida pública. Aunque viéndola bien, dinero es lo que menos necesita. Lo tiene todo y en cantidades suficientes como para traer dinero en la cartera. Ya ve lo que le pasó a Clinton y a Zedillo. ¿Será que el poder político es más fuerte que el dinero? ¿Usted qué cree? Así lo dijo en su mañanera de ayer martes 1 de marzo: “A mí no me importa el dinero, nunca me ha importado el dinero, no traigo cartera, mi mujer es la que administra mi ingreso; no me interesa lo material, no me interesa; nunca he tenido una cuenta de cheques, no sé llenar un cheque. No sé manejar una tarjeta de crédito, no sé nada de eso.”

Pero una cosa no es usar cash porque no se tiene ningún ingreso, como es el caso de millones de mexicanos, y otra no usar cash porque nada le hace falta a uno, como sería el caso del presidente. No sirve como modelo. No hay punto de comparación.

La pandemia: dos años de pesadilla colectiva

Se han cumplido dos años del estallido de la pandemia en nuestro país. Cuando la epidemia se desató en China, por allá en diciembre de 2019, desde México veíamos aquello tan lejos de nosotros que no pocos pensamos que nunca llegaría hasta estos lares. Pero la globalización ha hecho de la nuestra una aldea global. Apenas dos meses habían transcurrido desde la eclosión del fenómeno en Wuhan, China, cuando ya estaba instalado aquí, en nuestra propia casa, en nuestro espacio vital. Un modo de vida, una forma de entender y de relacionarnos con el mundo real, empezó a cambiar. Los métodos tradicionales de trabajo en el taller, en la oficina, en la escuela, se alteraron radicalmente.

Las viejas relaciones sociales saltaron por los aires, y llegamos a la conclusión de que se habían transformado para siempre nuestras visiones del mundo, de la naturaleza, de la sociedad. Luego de la pandemia seremos más humanos, más solidarios, nuestros códigos de conducta y comportamiento serán cualitativamente distintos. Veíamos en el dolor y en la tragedia, un cambio radical en nuestras vidas. Aún no termina la pesadilla, pero la verdad es que seguimos siendo iguales, quizá más desmadrosos y desordenados, menos solidarios, más individualistas y egoístas. Son quizá estos dos años de encierro forzoso los que nos han hecho que ahora seamos como somos, y que no desaprovechemos oportunidad para el desquite.

El carnaval mazatleco es la mejor muestra de lo que digo. No se entendieron las razones. La gente quería salir a la calle, darle vuelo a la hilacha, pistear, tomar, emborracharse en la vía pública, bailar sin freno; los mercaderes por su parte, hacer dinero a manos llenas y evitar que las inversiones adelantadas se fueran por el resumidero. Pudo más la ambición que desde mucho les había nublado a muchos la visión. Las voces sensatas, prudentes, que se escucharon terminaron abrumadas por los placeres más prosaicos.

En el país van más de 300 mil muertos, y si a ello se agregan las muertes por factores asociados al Covid, la cifra supera los 500 mil. ¿Recuerda cuando el zar anticovid dijo que seis mil muertes serían una catástrofe? Ojalá, Dios no lo quiera, pero me temo que en unos pocos días más veremos las consecuencias de los excesos de las fiestas carnestolendas. Nada me gustaría más que estar equivocado. ¿Ustedes cómo la ven?

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