*Izquierda desvaída en Francia; izquierda exuberante en Colombia
*Y en México, una carrera enloquecida por la candidatura de Morena
CÉSAR VELÁZQUEZ ROBLES (Sinaloa). En dos lugares del mundo, muy distantes entre sí, hubo ayer elecciones: unas en Francia, legislativas para la integración de la Asamblea Nacional (587 diputados), y otras en Colombia, presidenciales que llevaron al poder por primera vez en la historia a un representante de la izquierda, Gustavo Petro, de larga militancia en una de las agrupaciones guerrilleras de su país, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Dos procesos político-electorales relevantes que, para los demócratas de todas las latitudes, son triunfos auténticos en los propósitos de construir y consolidar órdenes democráticos que cierren el paso a toda forma de intolerancia, violencia y barbarie.
¿Qué pasó en Francia? Después de las presidenciales de hace casi dos meses, y que confirmaron a Emmanuel Macron como presidente para un segundo periodo de cinco años. Ganó de nuevo el partido del presidente, una formación política más o menos reciente que, en la reconfiguración de alianzas que se produce prácticamente en todo el mundo como consecuencia de la pérdida de los tradicionales referentes políticos, puede considerarse como centrista o demócrata–liberal con todos sus asegunes. Pero quedó lejos de la mayoría absoluta, con apenas 244 diputados con lo que requerirá del respaldo parlamentario de la centro-derecha tradicional para gobernar con cierta tranquilidad. La izquierda tradicional, de manera muy señalada el Partido Socialista (PSF), y que fue protagonista de los grandes cambios que apuraron la modernización de Francia desde el último cuarto del siglo XX, hoy fue apenas una pálida sombra de aquella poderosa formación: marcha a la cola, a la saga de Jean–Luc Melenchon, figura destacada de la izquierda populista francesa y europea, aupado a figura principal de la oposición en la que conviven sectores de la izquierda anticapitalista, comunistas y agrupaciones reformistas, de las que es difícil tener expectativas de unidad.
Emmanuel Macron puede gobernar en minoría, construir con los aliados de centro-derecha un gobierno de estabilidad o hacer un gobierno que haga algunas concesiones a la izquierda. El caso es que se verá abocado a negociaciones. Como apuntó un analista luego de conocerse los resultados: “El país tiene dos alternativas: o aprender la cultura del consenso, exótica en su sistema presidencialista, o verse abocado a la ingobernabilidad”. Lo más seguro es que se impondrá la civilidad y el respeto. Eso es lo que tenemos que aprender en estos rumbos.
¿Y en Colombia? Un país dividido históricamente entre liberales y conservadores, por primer vez será dirigido por la izquierda. Ahí se vivió ayer una auténtica fiesta democrática, que ojalá confirme la confianza y la esperanza de que la conflictividad social que ha vivido el país logre encauzarse de modo pacífico y garantice una convivencia respetuosa y civilizada. Juan Gabriel Vásquez, periodista y autor de la celebrada novela “El ruido de las cosas al caer”, es escéptico con esta posibilidad. Ayer, cerradas las urnas, escribió en El País: “Colombia es hoy un país fatalmente dividido, enfrentado de maneras irreconciliables y tremendamente crispado, y parte de esos enfrentamientos y esas divisiones las ha provocado él, que a lo largo de muchos años ha jugado a la polarización y al sectarismo, y se ha ganado con justicia fama de intransigente y autoritario”.
En la tienda de en frente, una derecha arcaica y premoderna, con un discurso oloroso a naftalina, sin proyecto político que ofrecer a la ciudadanía, con un tufillo anticomunista que difícilmente buscará conciliar con su adversario, al que sin duda, lejos de convicciones democráticas, habrá de considerar como su enemigo a derrotar. Sus palabras al aceptar el resultado ojalá no queden pronto en el olvido: “Acepto el resultado como debe ser si deseamos que nuestras instituciones sean firmes. Sinceramente espero que la decisión sea beneficiosa… Le deseo a Petro que sepa dirigir el país, que sea fiel en su discurso contra la corrupción y que no defraude a quienes confiaron en él”.
Ha sido mucho el sufrimiento del pueblo colombiano. La violencia que se apoderó del país durante años, la lucha decidida para restablecer la democracia, la incorporación de muchos grupos excluidos y marginados a la civilidad política y a la institucionalidad democrática, son resultado de ese aprendizaje que busca renunciar la barbarie que en estos años ha segado miles de vidas, destruido familias, comunidades enteras y proyectos de futuro. Ojalá que la izquierda, heredera de tradiciones y afanes justicieros, pueda atender los reclamos históricos de los colombianos. Ojalá.
Ah, y el presidente López Obrador, ahora sí que no esperó al cierre de las urnas para felicitar a Petro por su triunfo. Ahí metió su cuchara desde la campaña, al decir que las fuerzas conservadores estaban con todo para impedir el triunfo de Petro. Ello le valió un reclamo de las autoridades colombianas que acusaron “injerencismo” del gobierno mexicano. Por supuesto que López –que a todos acusa de injerencistas— hizo como que la virgen le hablaba. Tardó casi un mes completo para felicitar a Joe Biden por su triunfo sobre Donald Trump. ¿Cómo la ven?
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*Y en México, una carrera enloquecida por la candidatura de Morena. Mientras, acá, entre nosotros, hay en el partido gobernante una carrera enloquecida por hacerse con la candidatura presidencial, pasaporte casi seguro para alcanzar la primera silla del país, según todo indica una oposición que no da visos de competitividad. En la carrera, con tres “candidatos” y dos planes, el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, parece que empieza a tomar la delantera, frente a una desteñida candidata in pectore, bueno, desde hace tiempo ya no tan in pectore, Claudia Sheimbaum, cuyos desfiguros por ser la mímesis de López Obrador, provoca más pena ajena que alegría.
Ayer en Guadalajara, en uno más de los anticipados actos de campaña que contra toda disposición legal realiza el partido gobernante, Ebrard dijo que tiene claro que apuesta por el método presidencial: las encuestas en las que nadie participa más que el Supremo. Convocó a sus seguidores a trabajar para “seguir adelante en todas las encuestas”: “Vamos a organizarnos, vamos a caminar, vamos a recorrer toda la república mexicana, todos los estados de la república mexicana para escuchar, para escuchar como estamos escuchando hoy los puntos, las propuestas, y después proponer”.
La de Ebrard es una apuesta arriesgada porque si finalmente la “encuesta unidigital” no le favorece, difícilmente podrá dar marcha atrás, aunque si hay una oferta atractiva de alguna de las tiendas de en frente, particularmente de Movimiento Ciudadano, nada le impedirá hacer un acto de transfuguismo para encabezar la candidatura naranja, aunque ello le condene irremediablemente a la derrota, sobre todo si no logra armarse u sólido frente opositor o si, finalmente, la coalición PAN-PRI-PRD logra sacar adelante una candidatura legítima, producto de una suerte de “primarias”, como ha planteado el Frente Cívico Nacional, del cual ya nadie parece acordarse.
De la calle Morena se ha apropiado. La plaza, la arena pública es su monopolio natural. De la oposición poco hay que reportar. Insisto en algo que he planteado en varias colaboraciones: tiene que aprender a combinar la lucha política en las instituciones con la presencia en la calle. Tiene que empezar a mostrar músculo, a hacer su propia experiencia callejera y demostrar que las elecciones del 21 no fueron mera llamarada de petate, y que los resultados electorales del 22 pueden mejorarse. Pero tiene que mostrar músculo, salir a ensuciarse los zapatos, a sudar la camiseta, a ofrecer alternativas y propuestas para el país, a demostrar que sabe escuchar y corregir sus estrategias. Bueno, a lo mejor es como pedirle peras al olmo, pero debe entender que no hay peor lucha que la que no se hace. Ebrard en Guadalajara y López Obrador en Iztacalco. La oposición en ninguna parte. Ese es el paisaje en este momento. ZP