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La revocación de mandato: el fracaso de una consulta

CÉSAR VELÁZQUEZ ROBLES (Sinaloa). Si nos atenemos a estrictos criterios cualitativos, el ejercicio de revocación de mandato no pasó la prueba del ácido de una práctica democrática. Se activaron los peores mecanismos del viejo régimen autoritario, que creíamos ya desterrados para siempre, del acarreo, la violación sistemática de la legalidad, el desprecio por las instituciones, los ataques al árbitro electoral, sometido a una campaña de acoso y derribo, la violencia verbal contra los adversarios, todo lo cual, en suma, podría llevarnos a hablar de una consulta de Estado. Súmese a todo ello la asfixia presupuestal al Instituto Nacional Electoral, lo que impidió instalar la totalidad de las casillas, el linchamiento mediático desde algunas de las propias instituciones de la democracia, las amenazas de cárcel a consejeros del INE, y el desacato a las sentencias del Tribunal Electoral.

Los peores vicios, los peores defectos de la construcción democrática recuperaron protagonismo: la inauguración del “aeroacarreo” en un avión de la Guardia Nacional, que transportó al secretario de Gobernación a Sonora y Coahuila, acompañado del dirigente formal de Morena y otros altos funcionarios del régimen, y el acarreo terrestre que en la jornada misma llevó a cabo Mario Delgado, hacen palidecer los antiguos métodos del carrusel, ratón loco, operación tamal, relleno de urnas, tacos de votos, y otros más que el viejo poder ponía en acción cada vez que consideraba necesario.

Desde el punto de vista cuantitativo, el ejercicio revocatorio es otro fracaso de los promoventes. Si se mide el esfuerzo por la cantidad de ciudadanos que se hizo presente en las mesas receptoras, tampoco hay mucho que celebrar. Más de una vez lo comenté en este espacio: morena tendrá una justificación al sostener que solo se instaló una tercera parte de las casillas que debieron haberse instalado, y si se hace una proyección con la totalidad de casillas, se advertirá el enorme apoyo del presidente, sostuvo Mario Delgado apenas unas cuantas decenas de miles de votos escrutados, en una conferencia de prensa.

Pese a la utilización de toda la maquinaria estatal en todos los niveles de gobierno, a la orden de mover todos los resortes para asegurar la asistencia masiva de los ciudadanos a las urnas, el resultado de la consulta es desastroso para los promotores: quedó muy lejos del 40 por ciento que validaría el proceso. Generalmente se acepta que ese porcentaje es el umbral mínimo que requiere la democracia para su viabilidad, de ahí que se haya establecido como el piso para la consulta. Pues nada, ni con la proyección que empieza a servir ya como coartada de morena para justificar un resultado tan pobre como el alcanzado, es posible justificar el estrepitoso fracaso que, con inocultable enojo y con un discurso incendiario, pronunció en la conferencia de prensa el “ideólogo” Epigmenio Ibarra.

En el tema cuantitativo de la consulta, comencemos por lo ya sabido: se requería una participación del 40 por ciento para                 que el resultado fuese vinculatorio. En números redondos, un listado nominal de 90 millones de electores, requería de la asistencia de 36 millones de electores. El conteo rápido del INE, dado a conocer unas dos o tres horas después de cerradas las mesas receptoras, estimó la participación ciudadana entre el 17 y el 18.2 por ciento, con lo que la votación sobre la base de la cota mayor llegaría a 16 millones 704 mil 976 votos.

Normalmente, el conteo rápido coincide, con las naturales variaciones, con el resultado final, por lo que vamos a suponer que así se cierre el resultado. Lo primero que salta a la vista es que faltaron 24 millones de votos para que el resultado fuese válido, lo que a final de cuentas poco importa tanto a los promotores como los objetores de todo el proceso. En segundo lugar, la tasa de abstención es muy alta: entre 81.8 y 83 por ciento de los electores no acudieron a las urnas. Ninguna votación con esos porcentajes de abstencionismo puede ser considerada seriamente como un indicador de fortaleza democrática. Una democracia participativa en la que ocho de cada 10 electores no acuden a ejercer su derecho, no es una democracia sólida, por más cuentas alegres y coartadas para justificar el resultado que pongan en marcha los promoventes de la “ratificación” de mandato.

El tema de la participación lo abordamos varias veces en la mesa de análisis de Punto Crítico Sinaloa Digi TV. Arturo López Flores, Carlos Calderón Viedas y el que esto escribe hicimos nuestros respectivos pronósticos. López Flores pronosticó una votación total de ocho millones; Carlos Calderón, 12 millones de votos, y yo pronostiqué 10 millones de votos.

Pero más allá de los datos cuantitativos que arrojó esta consulta, con cifras que lo mismo sirven para un roto que para un descosido, el núcleo central de la reflexión debe estar en la calidad de nuestra deliberación colectiva. ¿Estamos en la tesitura de avanzar en la construcción de un orden cada vez democrático, o nos encaminamos en la perspectiva de una descomposición política y moral, al endurecimiento de posiciones, a la reducción de los espacios de libertad, pluralismo y tolerancia? Creo que esa es la cuestión.

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