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¿Estamos en los linderos de un régimen autoritario?

CÉSAR VELÁZQUEZ ROBLES (Sinaloa). La semana pasada se publicó el Índice de la democracia 2021, de la revista británica The Economist. En nuestro país hubo muchas reacciones; no hubo espacio en el que no se abordara el tema, con evidentes signos de preocupación por la caída en la calificación de su orden democrático, que le lleva a los linderos de un régimen autoritario. Habría que decir que, en efecto, en términos generales, en el mundo entero, hay una caída en la calidad de la vida democrática, que de una calificación de 5.37en 2020 pasa a 5.28 en 2021, en una escala de 1 al 10, constatando que dos años después de la pandemia, asistimos a “una enorme extensión del poder del Estado sobre la vida de las gentes y a la erosión de las libertades individuales”. Claro que ello no puede ni debe ser para nosotros un consuelo. Por el contrario, debe ser motivo de honda inquietud, sobre todo porque el largo y complicado proceso de transición democrática que se prolongó por al menos tres décadas, y que marcó el acceso de México a la modernidad política, hoy se ve seriamente cuestionado desde el poder mismo y por sectores de la población que asumen que las expectativas despertadas por la democracia liberal no han alcanzado a atender sus reclamos y demandas sociales y materiales.

Medir la democracia, su calidad, no es nada fácil. Así lo reconoce la propia revista, que explica que para medir ese propósito elabora un índice basado en cinco categorías: procesos electorales y pluralismo; funcionamiento del gobierno; participación política; cultura política y libertades civiles. Las calificaciones de México en estas categorías son bastante malas, excepto en participación política, renglón en el que supera los siete puntos. La peor es –y esto debe llamar la atención— en cultura política, donde apenas alcanza una calificación de 3.32, y habría que revisar estos criterios: una participación política relativamente alta, al menos en su calificación, debería de tener como contraparte, una participación ciudadana también relativamente alta. En conjunto, estos indicadores arrojan para México una calificación de 5.57, que le coloca en el lugar 86 entre más de 160 países, y que permite definir al país como un régimen híbrido, esto es, un tipo de país que se mueve entre las democracias deficientes

y los regímenes autoritarios. Para que nos hagamos una composición de lugar: México ocuparía en la región latinoamericana una posición tan solo por encima de Honduras, Bolivia, Guatemala, Haití, Nicaragua, Cuba y Venezuela. De esa calidad se advierte nuestra democracia.

Por supuesto que a nadie gusta esa calificación y menos al poder, que por ahora está muy ocupado en otros menesteres como para dar respuesta. Pero quienes formamos filas en la lucha por desmontar el sistema (semi) autoritario desde fines de los años 60 del siglo pasado, sí que deberíamos estar preocupados por el mal estado de nuestra democracia. No pocas de las conquistas de estos años complicados evidentemente hoy están en peligro, sobre todo de prosperar contrarreformas como la que el régimen planteará en materia electoral. De algún modo, a ello se refirió José Woldenberg, en un artículo publicado también en días previos a la publicación del Índice, titulado “SOS a mis ex compañeros de la izquierda”, y que resume muchas de preocupaciones e inquietudes de un sector amplio de la sociedad mexicana de hoy.

Ahí, en ese texto, Woldenberg dice lo siguiente: “Conozco a muchos que hace apenas unos años, de ninguna manera hubieran aceptado lo que sucede. La izquierda se movilizó a favor de la equidad y la democracia. No puede ahora convalidar la edificación de un nuevo autoritarismo empobrecedor. México está retrocediendo a pasos agigantados hacia un despotismo que creíamos desterrado y sin que se atienda (más allá de las transferencias monetarias) la abismal fractura social que marca nuestra convivencia”.

Estos deben ser los temas del debate público. Lo otro es, como dirían los cubanos, mero diversionismo.

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