VIDA Y LECTURA/ Gertrude Elizabeth Loertscher Ritschard

MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). En el inmenso universo de la propia ignorancia, hay millones de cosas, hechos y vidas que se desconocen. Por eso se agradecen esas gratas sorpresas que surgen, prácticamente de la nada, y enriquecen con sus destellos un aspecto, un suceso, una biografía desconocida, pero interesante. Más aún, si lo que se descubre apunta y abona al terreno de las predilecciones propias.

Por pura casualidad se tuvo que modificar un itinerario, lo que llevó a una adecuación de tiempos y lugares a visitar. Reemplazando una visita a Zinacantán -pueblito ubicado en los Altos de Chiapas y famoso por sus textiles y sus flores- quedó tiempo libre para recorrer más lugares en San Cristóbal de las Casas y encontrar el museo Na Bolom.

En el museo hay muchas cuestiones sorprendentes: primera, su fundación obedece a los deseos de dos personas, ambas extranjeras de nacimiento (un danés y una suiza), enamoradas de Chiapas, de San Cristóbal y de los lacandones: Frans Blom y Gertrude Loertscher, conocida como Trudi Duby Blom (apellidos que ella eligió y que provienen de dos de sus maridos). Segunda, los dos documentaron la vida, cultura, costumbres y problemas de las y los lacandones y denunciaron la explotación y marginación de la que eran objeto (el museo cuenta con una extensa fototeca y con archivos personales que posibilitan la investigación). Tercera, Gertrude Duby Blom resulta ser una mujer fuera de serie, que vivió una larga vida (nació en 1901 y murió en 1993), viajó por muchos países, combatió el fascismo y el nazismo, defendió a las y los judíos, fue perseguida y encarcelada; ejerció diversos oficios y profesiones, decidió vivir en Chiapas y se convirtió en vocera y gestora ante las autoridades de los derechos indígenas y, especialmente los territoriales, del pueblo lacandón.

Sin duda, lo más sorprendente es que Trudi se revela como una periodista curiosa, incisiva, empática, crítica y de pluma sincera y valiente, lo que puede constatarse leyendo algunos de los textos que exhibe el museo. María Luisa Armendáriz en 2014 escribió una breve introducción para presentar un artículo, al parecer inédito de la suiza (“Gertrude Duby y las mujeres zapatistas”), en el que afirma que todavía falta mucho por recopilar e investigar sobre el trabajo de Duby Blom. En el mismo sentido, Gabriela Cano Ortega, famosa por visibilizar a las mujeres en la historia, elaboró una extensa nota de investigación: “Gertrude Duby y la historia de las mujeres zapatistas en la Revolución Mexicana”, donde no solo señala la importancia de utilizar el trabajo de Trudi como fuente para profundizar en la participación de las mujeres revolucionarias, (notas de campo, fotografías, reseñas, crónicas, apuntes, semblanzas, hojas de contacto) sino, además, debate el por qué, siendo fidedignas y únicas sus entrevistas a las mujeres que desempeñaron puestos de mando durante la Revolución Mexicana, éstas han permanecido en el olvido. Su hipótesis es que durante décadas las historias de las mujeres fueron consideradas irrelevantes porque nada tienen que ver con los intereses patriarcales de la historia.

Afortunadamente, también está disponible una biografía novelada sobre Trudi Duby Blom, publicada en 2015 por Sextil editores, “Rostros y rastros de una leyenda. Gertrude Duby Blom”, escrito por Kyra Núñez de León Johnsson. Núñez se impuso la tarea de visibilizar la vida, obra y aportaciones de la suiza, nacionalizada mexicana y enamorada de la selva lacandona, sus habitantes y sus costumbres. “Pensaba escribir un librito para dar a conocer en Suiza y en Europa la figura de Trudi Blom y su magnífica obra…” decía Kyra, pero terminó escribiendo una biografía novelada de más de 400 páginas, tarea que le tomó más de cinco años.

Generalmente, los y las biógrafas, se clasifican en tres grupos: quienes se enamoran del personaje biografiado y desechan todo aquello que “empaña su memoria”; quienes se proponen ser críticos de lo que hizo el personaje y abundan en sus errores, fallas o trivialidades; y quienes tratan de biografiar con criterio y equilibrio. En el caso de Kyra Núñez, es transparente que pertenece al tercer grupo.

Dice la autora de “Rostros y rastros de una leyenda …”, a lo largo del amplio texto, que, Trudi fue jardinera, aventurera, militante socialista, exploradora, antifascista, feminista, periodista, etnóloga, antropóloga, lacandonógrafa, activista social, gestora, ecologista, antinazista, antifranquista, humanista, cronista, fotógrafa y un largo etcétera. Por eso en el título fue obligado aludir a los muchos rostros que tiene como personaje, a los diversos oficios que desempeñó y a su único y permanente amor por la selva y las y los lacandones.

Su biógrafa va desmenuzando su vida, tratando de enlazarlo todo con admiración y respeto, la presenta como una incansable luchadora social, siempre por causas justas, siempre a favor de las mujeres, siempre como defensora de los pueblos indígenas, sus derechos y sus costumbres.

“Rostros y rastros de una leyenda…” es una biografía cuidadosa, que presenta la vida de una mujer extraordinaria que rompe con todos los cánones del siglo XIX y principios del siglo XX, que se aventura con curiosidad en tierras inhóspitas, que se casa varias veces, que no tiene hijas ni hijos propios en una época en la que era obligado hacerlo, que construye su vida, sus afectos y sus causas en Chiapas, por decisión propia. Su biografía da cuenta de una larga e intensa vida, vivida con conciencia de la otredad en la igualdad, con convicción, pasión y compromiso social. A veces temeraria, a veces dubitativa, a veces simplemente inexplicable, pero siempre firme, diligente, activa e inclinada hacia la defensa de los débiles, los postergados y las mujeres.

Trudi y Frans no solo compartieron sus vidas desde que se conocieron en Ocosingo y se asentaron en la “Casa del Jaguar” (Na Bolom). También compartieron una amplia y consistente agenda de investigación, conocimiento y defensa de las culturas indígenas que tanto los impresionaron, logrando lo que casi ninguna persona -por muy seria y honrada que sea- ha alcanzado: el reconocimiento de las y los propios indígenas, su confianza y su aprecio. Tan fue así que, hoy comparten su eterno descanso en el más que exclusivo cementerio de Nahú, el cementerio lacandón, bajo la protección que Hach’kium les da, no solo a los hombres sino a las personas verdaderas.

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