ROMPECABEZAS/ Corregir lo que haya que corregir

ABEL LUNA ESPINOSA

LA POLÉMICA GENERADA por las informaciones de que hay errores en los libros de texto gratuitos -de ninguna manera “zonas de oportunidad”, como dijo un funcionario de la Secretaría de Educación Pública- se ha llevado interesadamente hacia zonas políticas que podemos centrar en los enfrentamientos ideológicos que siempre ha habido en torno a estas publicaciones destinadas a la educación.

Los errores deben corregirse, muy por encima de si las omisiones han sido de los escritores y secundados por autoridades omisas que se han caracterizado por sus acciones poco claras a la luz pública, a los intereses de los propios alumnos, de las diversas comunidades hacia donde llegan los libros.

Y esos errores de ninguna manera acabarán rompiendo hojas de los libros, como lo convocó un dirigente político recientemente.

La historia marca en febrero de 1959 el surgimiento de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito (CONALITEG), siendo su primer director el escritor Martín Luis Guzmán, quien integró pedagogos, maestros, y “representantes de la opinión pública” para darle sustento y fuerza a los nacientes textos.

Por aquellos años el secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, recordó que no se habían equivocado él y el presidente de la República, Adolfo López Mateos, con en el nombramiento de Guzmán porque sin pausas, fatigas, premuras o arrogancias éste llevó a cabo la tarea de integración y puesta en marcha de la CONALITEG, cuyas instalaciones fueron inauguradas el 18 de julio de 1964.

El propio Bodet aclaró con fina precisión las indicaciones presidenciales: “deberá usted velar por que los libros que entregue a los niños nuestro gobierno sean dignos de México, y NO contengan expresiones que susciten rencores, odios, prejuicios y estériles controversias”

¿Estas ideas y conceptos habrán sido considerados por los “expertos” que escribieron los ahora debatidos textos que serán entregados para el próximo ciclo escolar? No lo creo de ninguna manera, porque no basta con tener posgrados en el extranjero para darle conocimientos útiles a los estudiantes, sino en los que realmente sirvan para sus aprendizajes y no caer en distorsiones para de ahí tratar de llevar agua a sus molinos ideológicos.

En los extremos que hemos visto en días recientes se ha confundido a padres de familia e inclusive a algunos gobernadores, que políticamente tratan de lograr sus 15 minutos de fama eludiendo la entrega de estos valiosos libros para la gran mayoría de la población estudiantil cuyos padres han visto reducidos sus salarios en los últimos tiempos, así como quien están en las zonas indígenas, que no pueden comprar otras ediciones.

También, de ninguna manera podemos dejar de lado la presencia de editoriales privadas en este panorama y que sin duda tratan de influir en las decisiones, porque además representa cuantiosos contratos para obtener algunas ediciones que no puedan realizarse en la CONALITEG.

El propio secretario Bodet acotó que durante un viaje de López Mateos a la ciudad de León, Guanajuato, en enero de 1963, fue increpado por algunos niños con cartulinas que señalaban “El texto único es una vergüenza para México”, obviamente empujados por intereses oscuros, dijo el Mandatario.

El presidente contestó que lo verdaderamente vergonzante es tratar de ejercer esclavitudes mentales en los niños, por parte de quienes pretenden engañar al pueblo y olvidan que este texto es gratuito para que llegue a todos los alumnos de todas las escuelas del país, sin ninguna distinción.

Las anomalías y errores en la historia de los libros de texto gratuito han sido muchos. Me viene a la memoria que entre sus directores cayó por ahí un personaje con antecedentes limitados para esa función, e inclusive sólo presentaba el haber sido editor de revistas ilustradas. Como parte del pago de ese favor, fue obligado por la entonces pareja presidencial a ocupar los talleres de la Comisión para la impresión de un libro que no tenía nada que ver con los textos gratuitos. Esto en el descalabrado y polémico sexenio de Vicente Fox Quezada.

EN ENERO DE 2014 fueron denunciados los errores ortográficos y deficiencias científicas y pedagógicas en los libros de texto y, como suele suceder, el secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet Chemor, se limitó a declarar que serían sancionados los responsables de esos errores.

Los materiales elaborados durante la gestión de Fernando González Sánchez, yerno de la lideresa magisterial Elba Esther Gordillo, no solo presentaron errores gramaticales sino también de contenido, de acuerdo con el presidente de la Academia de la Lengua, Jaime Labastida Ochoa, los textos presentaban daños irreparables para los conocimientos de los alumnos.

A su vez, el secretario Chuayffet dijo a la prensa que para tratar de atender las correcciones correspondientes, los maestros recibirían instructivos y reseñas informativas.

AHORA, EN EL pasado reciente, tampoco podemos olvidar el gran desacierto de esta administración gubernamental de haber desaparecido al Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. Los especialistas lamentaron y lamentan esta decisión.

El INEE tenía bajo su responsabilidad la Evaluación Nacional del Logro Académico en Centros Escolares (ENLACE) y en donde propiamente los especialistas tenían datos para la definición de las políticas correspondientes en el área educativa básica; es decir primaria y secundaria.

El centro de las decisiones: los alumnos, parece que han quedao en el olvido porque hoy en día parece que tienen más peso los debates ideológicos dejando de lado las posiciones de soberbia y escasa apertura a las razones de quiénes son los responsables de esos errores; en consecuencia,  ¿por qué no corregir lo que haya que corregir y dejarse de elucubraciones ahora inexistentes y tontas de si México va o no al comunismo? Tema que por sí mismo es inexistente, ya que las naciones en donde trató de implantarse esa ideología ahora han pasado hacia otros niveles de desarrollo.

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