HALLAZGOS/ Wongorianas

ROCÍO FIALLEGA

SemMéxico, Ciudad de México. El 26 de agosto de este año habríamos tenido una buena comida y luego café con pastel para celebrar el cumpleaños 75 del poeta sinochiapaneco Óscar Wong, pero un paro cardiorrespiratorio se lo llevó el domingo 13 de diciembre de 2020.

Hoy lo recuerdo en su Wongnasterio, es decir, su casa ubicada en el edificio de Avenida Cuauhtémoc en la Ciudad de México, cuando teníamos como libro de texto La Diosa Blanca. Una gramática histórica del mito poético, de Robert Graves, tratando de entender la Batalla de los árboles, el secreto en los días de la semana, el culto a la Diosa, que el poema es una revelación espiritual y que las palabras son sagradas.

Cada sesión nos recordaba que cada poeta es vidente, profeta, sacerdote, druida, maga, hechicera, quien nombra el mundo llenando vacíos y al hacerlo, lo transforma en metáforas, que conoce la naturaleza de las cosas, porque asiste al nacimiento del Universo.

Luego, entre café y galletas, con su característico humor y maestría conocimos a las Cantoras de Dios, muchas que buscaron la reivindicación de las mujeres, eran historias de beguinas, místicas, teólogas y filósofas que actuaban como bandruid o druidesas, combatiendo las tinieblas con la luz, identificando a su poesía como un mantra lírico, dando forma a lo informe, como el amor.

En su curso sobre la experiencia poética, nos invitaba a comprender los elementos que constituyen el poema, según Ezra Pound: melopea, fanopea y logopea (ritmo, imagen y capacidad estética del lenguaje), además de analizar la poesía desde sus aspectos filosóficos, míticos y lingüísticos, entendiendo el ciclo social de una obra de arte.

Abordábamos la importancia de revisar las formas de nombrar al mundo, viendo el verso como un “sonido armónico con significado”, creyendo en nuestra intuición, pues “la emoción dispara el ritmo y éste se da por combinaciones silábicas, con un tamaño de verso y cierta intencionalidad… La emoción, el núcleo vital, es importante porque provoca esa tensión interna, ese impulso sensible, único, que carga al idioma, a la poesía, de fuerza, de vigor”.

Mis obras consentidas de él son: de estudios: Poética de lo sagrado. El lenguaje de Adán, La pugna sagrada: comunicación y poesía, Jaime Sabines: entre lo tierno y lo trágico y Altazor: alquimia y revelación; de práctica: El secreto del verso: manual para la enseñanza-aprendizaje en los talleres de apreciación poética y El cuento: caracol luminoso del lenguaje: manual para la enseñanza-aprendizaje en los talleres de narrativa; de su vasta obra poética: Razones de la voz, Rubor de la ceniza y Poética del viento.

¡Larga vida a mi maestro! En su memoria, a honrar la poesía y celebrar cada año nuevo chino con un buen vino, algún día nos volveremos a encontrar, porque el tiempo no existe y la vida es eterna.

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