ENTRELAZANDO/ Es el presidente

GERARDO CONDE. “Al presidente, se le permite todo”, frase de mi amigo Toño Ortiz, para justificar la pésima lectura del discurso del 16 de septiembre, por el presidente municipal de Teloloapan, Guerrero.

Frase que encierra la conducta pública de los presidentes del país, ya sean priistas, panistas y morenistas, su mando es el mismo.

En esa línea destacan, el presidente Luis Echeverría por su estilo egocéntrico para gobernar, con una sola mira: trascender.

El punto, era ser nota en los noticieros y aparecer en las ocho columnas de los diarios nacionales, dónde las imágenes hablarán por sí mismas para lograr el aplauso y la adulación como medidas métricas de éxito.

En el caso del presidente José López Portillo, su elocuencia como presidente quedaron en un segundo plano, al darle paso a la frivolidad como marca de gobierno, y dejar que la corrupción y el nepotismo le dieran ese estilo de gobierno.

En el gobierno del presidente Miguel de la Madrid, restaurar la imagen gubernamental fue una tarea sustancial de su administración, para generar credibilidad a favor de las instituciones públicas.

Sin embargo, el terremoto del 85 lo puso contra la pared por su inmovilidad para atender a los damnificados, y la lucha por la definición del país en el 88, dio lugar a la configuración de la “Corriente Democrática” y a la división del PRI.

Con el presidente Carlos Salinas de Gortari, sus andanzas de modernidad lo distinguieron.

Al final, la realidad lo alcanzó.

El primero de enero del 94, el ejército zapatista, ensombrece su política comercial, de dar el paso a la modernidad del país.

Y a partir del 23 de marzo de ese mismo año, se eclipsa de rojo el México de la modernidad, por los fratricidios de Colosio y Ruiz Massieu.

En el caso de Ernesto Zedillo, su estilo sobrio y su distancia con la nomenclatura priista, puso en jaque su gobierno, como resultado del “error de diciembre” que puso a la deriva las finanzas del país.

A partir de ese descalabro, Zedillo, utilizó como escudo y argumento los 17 millones de votos que respaldaron su triunfo electoral, para imponer su esquema de gobierno:

Una sana distancia con el PRI. Encarcelar al hermano del expresidente Salinas. Y dar lugar a la alternancia del poder.

Con el presidente Vicente Fox, su estilo brabucón y dicharachero como candidato presidencial, ya no lo ayudó en su papel de presidente, su administración se topó con pared, al no tener el oficio político para darle su sello de “cambio”, al final prefirió utilizar el criterio de: “dejar hacer, dejar pasar”, para concluir su gestión.

Para Fox, lo más significativo de su gobierno, fue sacar al PRI de Los Pinos, y llenar los espacios mediáticos de ocurrencias propias que le dieran la nota periodística.

En el caso de Felipe Calderón, no tuvo empacho de compartir el poder con los priistas, para salir airoso en su administración.

Aunque su talón de Aquiles fue su lucha contra el crimen organizado, dejándolo con más censuras que reconocimientos.

Con Enrique Peña Nieto, la añoranza por la modernidad se hizo presente con las reformas estructurales, pero, su impacto se desdibujo con la apertura de la corrupción de manera discrecional.

El tema de la “Casa Blanca” y su mal manejo, lo desnudaron.

La llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la República, también arribó con él, nuevamente, las mañaneras como estilo de gobierno para marcar: línea, desacreditar, exhibir, para purificarse y señalar que él tiene otros datos.

Además de las mañaneras, las giras a las entidades del país, son su mejor vehículo para mantener el “contacto” con el pueblo sabio y sostener una convivencia directa con ellos que abone a refrendar una empatía, entre ambos actores.

Este doble juego de AMLO, lo hace un personaje carismático y le da un nicho de “endiosado”, por ser el personaje que ve y defiende al pueblo sabio.

A tres años de administración, la frase de mi amigo Toño Ortiz, tiene relevancia: es el presidente.

Las formas en que se apoyan los presidentes para ejercer su gobierno, los hacen únicos, unos más soberbios que otros, al final del camino se impone: su visión y su estilo.

Porque como diría mi amigo Toño Ortiz:

“Al presidente, se le permite todo”, para bien o para mal.

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