BELLAS Y AIROSAS/ 21 de julio aniversario de su nacimiento. La poesía y Margarita Michelena

ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO

Cada poeta que haya pensado en el origen, la naturaleza y las causas de su materia tiene su propia definición de la poesía. Yo encontré la mía propia en Novalis: la poesía es la realidad última de los seres y las cosas. También me atengo a lo que dice Heidegger acerca de la índole ontológica del quehacer poético: la poesía es la fundamentación del ser por la palabra.

SemMéxico, Pachuca, Hidalgo. La UNAM publicó en su colección Material de lectura (1987) la obra representativa de Michelena y decidió hacer la nota introductoria. Nadie mejor que ella misma para auto-confesarse, contemplar sus propias inspiraciones y advertir cómo dio a luz sus palabras:

El poeta, a la vez, anticipa y recuerda. Es ‒vate‒ el que vaticina. Pero asimismo el que guarda las memorias de la tribu humana. “Esto es la poesía: / un don de fácil música ni/ una gracia riente. / Apenas una forma de recordar. / Apenas, entre el hombre y su orilla, / una señal, un puente”. Marco Antonio Montes de Oca usó este fragmento mío como epígrafe de su libro “Las fuentes legendarias”. Es una clave mía que se sumó a sus propias leyes. Yo también entiendo que la poesía mana de esas fuentes del mito, del mito considerado como una experiencia original, como un momento que dura siempre.

Fue la poesía durante gran parte de su vida la inspiración constante y reveladora de Michelena. Le gustaba declarar que su poesía era ontológica, dirigida al ser humano y hecha por un ser humano. Se definía como una mujer de letras a la que su vigilancia, nunca en reposo, le permitía advertir los prodigios del mundo, la hacen nombrarlos, dándoles nueva carga sustancial y perdurable como el acto poético que los conjura. En sus espacios periodísticos, si bien abordaba los sucesos noticiosos o los temas del día, siempre surgía la poeta y en sus columnas, en algún momento, aparecía la referencia a la poesía, el sentir por la poesía, la pasión interminable por la poesía. En una de sus columnas compartió lo siguiente:

Un milagro de la poesía. Es decir, de la voluntad de establecer el orden sobre el caos, de dar claro reino a la belleza sobre el oscuro y revuelto horror. (Porque eso es la poesía y no deleite vanidosillo de quienes creen escribirla en enredos de ego inflado en la paria servil)… Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. Y así es la criatura humana cuando entiende que tal semejanza y tal imagen se refieren a la delegación, en su persona del poder creador de Dios, a fin de que pueda, desde su infinita pequeñez, parecerse a Él y hacer de su vida una bienhechora réplica de los actos divinos; vencer la tiniebla con la luz y dar a los otros algo que no tenían. (Y aquí está, de nuevo, lo que es la poesía.)

Su visión crítica en el periodismo también la provocaba abordar aspectos y espacios relacionados con el ámbito poético. Así, cuando hacía un fuerte reclamo a los encuentros de poesía, donde no se discute nada ni se llega a nada ni se siente nada pero se gasta mucho dinero, defendía la decisión de la gobernadora de Colima, Griselda Álvarez –quien por cierto, sí sentía la poesía, advertía Michelena–, de no apoyar la realización de uno de esos congresos. En sus argumentos, surgía de nuevo su definición:

La poesía, es ejercicio de soledad, de recogimiento. Se hace a solas, trabajando encarnizadamente para el único encuentro que depara: el de lo bello, que según Rilke, es sólo el principio de lo terrible. Ese descubrir la realidad última de los seres y las cosas actúan sobre el creador aumentado su ser. Más allá de esta recompensa no puede pedirse nada, ni premios, ni homenajes, ni patrocinios del Estado. La poesía es el premio de sí misma. Y se hace cuando tiene que hacerse –contra viento y marea– como un imperativo ontológico. Lo demás, es pura fruslería, pura gana de perder el tiempo en tertulias a cargo de la nación.

Segura y siempre crítica, advirtió que las mujeres poetas no eran un ente extraño o raro, eran simplemente mujeres dedicadas a la poesía:

Cuando publiqué mi primer libro de poesía, Paraíso y nostalgia, en 1945 –en realidad, escrito mucho antes– todas las mujeres que hacían versos no tenían más que dos temas: el sentimiento y el seudo erótico. De este número sustraigo rápidamente a Concha Urquiza y a Emma Godoy –que escribían hermosos poemas místicos– y a Carmen Toscano, que innovó elegantemente las formas, aunque no introdujo temas nuevos. Yo produje pues cierta sensación en el medio de cuatro gatos que ha sido siempre el de la poesía porque me atreví a hablar de cosas que ninguna mujer había tocado: los asuntos del ser, la preocupación ontológica. Entonces algunos amigos creyeron halagarme diciéndome que escribía como hombre. Maldita la gracia que aquello me hacía. Y eso que tampoco creo que el arte no tenga sexo. Las mujeres, antes que nada y sobre todo, somos seres humanos, sí, pero tenemos una forma particular de entender el mundo y de expresarlo independientemente del tema y el tratamiento dado a éste por un verdadero poeta o una verdadera poeta y no poetisa, palabra que odio por el mucho tiempo que se la apropiaron las cursis de “Tú me quieres blanca” y ”Rosas, rosas a mis dedos crecen”, etcétera. (Por lo demás no sólo hay “poetisas”. También abundan los “poetisos”.)

Feliz cumple, querida Michelena.

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