CÉSAR VELÁZQUEZ ROBLES (Sinaloa). Hace algunos años, las encuestas entre nosotros no pintaban. Era natural, pues una sociedad de mercados políticos cerrados en los que el Estado, gobierno, partidos y opinión pública eran una y la misma cosa, las hacían innecesarias. La ausencia de competitividad en la lucha por el poder político, el férreo control gubernamental sobre los procesos electorales, el verticalismo y el autoritarismo del sistema, eran los determinantes fundamentales del resultado. Con la llegada de la democracia, las encuestas y sondeos empezaron a adquirir alguna significación. Los estudios de opinión arrojaron bastante luz para entender y explicarnos el estado de ánimo de los electores, las tendencias, la formación y configuración de la voluntad ciudadana por regiones, estados, municipios y país. Abundaron los elementos para una comprensión más objetiva, menos ideologizada, de la dinámica que va determinando el voto ciudadano.
Los ciudadanos mismos se sentían partícipes de esta novedad política que trajeron los vientos democráticos, y participaban con entusiasmo en estos ejercicios demoscópicos por lo general bastante apegados a la realidad que emanaba de las urnas. Pronto, sin embargo, empezaron a instrumentalizarse, ponerse al servicio de tal o cual causa, candidato o partido. Así, proliferaron las encuestas hechas a medida, con los resultados más disímbolos y con diferencias tan abismales para una misma elección, que empezaron a desprestigiarse e, incluso, dejaron de servir como referencia para orientar el quehacer político.
Digo todo esto porque empiezan a publicarse las encuestas a propósito de la intención de voto para la consulta pública de revocación de mandato, prevista para el próximo 10 de abril. Habría que tomarlas con cuidado. Es el caso de la encuesta nacional –bueno, eso es al menos lo que dicen sus promotores— realizada por el Centro de Estudios de Políticas Públicas Iberoamericanas (CEPPI), con sede en Guadalajara, que se levantó del 14 al 16 de febrero, y que tiene un margen de error de 5 por ciento. Estos son sus resultados:
A la pregunta de si en general aprueba o desaprueba la gestión del presidente López Obrador, 60 por ciento de los encuestados contesta que sí, mientras que el 40 por ciento no. Enseguida –y aquí empiezan los resultados que llaman la atención—viene la pregunta sobre la gestión por rubros, el único que merece un buen resultado es el de los programas sociales, que es, de acuerdo a los encuestados, lo mejor de este gobierno, aunque el porcentaje que señala que es peor, no es nada desdeñable, pues llega a poco más del 30 por ciento. De ahí en adelante, no hay nada positivo que reportar: en seguridad, 66.5 por ciento dice que estamos peor –claro, se entiende que con relación al gobierno anterior–, en economía, salud y empleo, 67, 68 y 60 por ciento, respectivamente, afirman que estamos peor, y en educación 62.2 por ciento hay una rotunda descalificación.
Luego viene la pregunta sobre a quién se le da la razón en la discusión reciente entre el periodista Carlos Loret de Mola y el presidente López Obrador. El 77 por ciento de los encuestados respalda al periodista y tan solo el 23 por ciento afirma que la razón está de la parte presidencial. Enseguida, la pregunta “¿Tiene pensado ir a votar en la consulta de revocación de mandato?” tiene las siguientes respuestas: 51.7 por ciento dice que sí; 32.5 por ciento dice que no, en tanto que 15.8 por ciento sostiene no saber aún. Esto significaría que irían a las 50 y tantas mil mesas receptoras que se instalarán en el país, poco más de 45 millones de ciudadanos, lo que es prácticamente imposible, pero que, en el muy remoto caso de que ocurriera, rebasaría con holgura los casi 40 millones de votos que se requieren para que el resultado sea vinculatorio, esto es, obligatorio.
Y viene la pregunta clave: “Supongamos que está decidido a votar en la consulta de revocación de mandato, ¿por qué opción votaría usted?” He aquí los resultados: 64.1 por ciento votaría por revocarle el mandato, en tanto que solo el 35.9 por ciento votaría por ratificarle el mandato.
En modo alguno diría que la encuesta está “cuchareada”, como gusta decir YSQ, cuando no le gusta su resultado pero, como apunté arriba, es una encuesta que habría que tomar con pinzas. Estamos todavía a varias semanas, casi siete, para la fecha de la consulta, y si alguna fuerza está en movimiento, poniendo en tensión sus resortes internos –aunque algunos se vuelvan contra sus dirigentes—es morena. El resto de partidos, los de la oposición coaligada o aislada, hace en este tema como que la virgen le habla. No están por la labor. Lo suyo es otra cosa. Es posible que el resultado que arroja esta encuesta aliente a ciudadanos que no parecen estar dispuestos a participar en esta consulta, a abandonar su actitud reticente, y ante la posibilidad de revocarle el mandato al presidente, decidan acudir a las urnas, como es la intención explícita de los grupos de la ultraderecha, pero también creo que no habrá una afluencia masiva.
En fin, veremos…