CÉSAR VELÁZQUEZ ROBLES (Sinaloa). Ayer lunes, 31 de enero, se dio a conocer lo que ya más o menos todos los analistas económicos sabían: que en el último trimestre de 2021 tuvimos un crecimiento negativo (-0.1 por ciento) que, junto al decremento del trimestre precedente del orden de -0.4 por ciento, configuraba lo que desde el punto de vista técnico se asume como una recesión económica. Y esta recesión, para colmo de males, se empata con la inflación más alta vivida en los últimos 20 años, perfilando uno de los fenómenos más siniestros y destructivos para la estructura de producción, distribución y consumo: la temida estanflación. Frente a este escenario, que está ahí ya, que no se advierte en lontananza, sino que gravita ya sobre la vida cotidiana de millones de productores y consumidores, el gobierno no puede ni debe seguir emprendiendo una fuga hacia adelante ni abriendo cajas chinas para desviar la atención de nuestros problemas reales –de estructura y de coyuntura–, sino convocar a un pacto social de todos los actores productivos y sociales para diseñar e implementar una estrategia que evite seguir esta marcha hacia el abismo. Tal es el papel que corresponde a un auténtico liderazgo: una convocatoria amplia, abierta, pluralista, al margen de todo prejuicio político o ideológico, animado por una voluntad sincera de que necesitamos un consenso para salir del hoyo en el que hemos caído, y del cual el gobierno parece no darse cuenta.
Sobre esta información –ratificación de que se suman dos trimestres con crecimiento negativo— se pronunció el vicegobernador del Banco de México, Jonathan Heath, quien llamó a no sobredimensionar el hecho. Quizá tenga razón. Que se encadenen dos trimestres negativos no debiera ser motivo de alarma, pues la duración es solamente uno de los elementos a considerar en la determinación de una fase recesiva. Otros dos elementos son la profundidad y difusión. Por el momento solo se cumple con el criterio de duración, por lo que la recesión es más “mediática” que técnica. En cuanto a la profundidad, apuntó, debe ser una caída significativa y, con relación a su difusión, la caída de la actividad económica debe ser generalizada, y no concentrada en algunos sectores. De acuerdo con estos criterios, la caída no puede considerarse significativa, pues fue de tan ”solo” 0.1 por ciento, y su extensión no es generalizada, pues hubo sectores de actividad que tuvieron un crecimiento positivo.
Es cierto que hay que quitar filo a algunas visiones catastrofistas sobre el desempeño de la economía mexicana en estos tiempos de pandemia, pero en verdad que resulta muy difícil ofrecer una versión edulcorada de un aparato productivo que va dando tumbos, y que requiere un serio viraje para frenar esta caída imparable que coloca al país en los últimos lugares por su capacidad de recuperación entre las 50 economías más grandes del mundo. No digo que eso es lo que pretende el vicegobernador del Banco de México, y entiendo que sus declaraciones pretenden dar su justa dimensión a los datos que en este caso no son otros, sino justamente los datos oficiales. Y tiene razón cuando dice que “independientemente de recesión o no, prevalece un problema de falta de crecimiento”.
Sobre este tema, Heath nos mandó a estudiar. Revisen, dijo, la definición de recesión que ofrece la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER). Esto es lo que dice: “es una contracción apreciable de la actividad en toda la economía, que dura más de unos pocos meses, y que generalmente afecta la producción, el empleo, el ingreso real y otros indicadores. La recesión se inicia cuando la economía alcanza su punto máximo de actividad y termina cuando llega a su nivel más bajo”.
¿Cómo recuperar el crecimiento? Las políticas gubernamentales se han demostrado inviables. El propio presidente se mantiene en sus trece, y no hay poder humano de que lo convenza de la necesidad de un giro. Por lo visto, tendrá que ser un golpe de realidad lo que lo obligue a rectificar. Si así ocurre, ojalá que no sea demasiado tarde.