CÉSAR VELÁZQUEZ ROBLES (Sinaloa). La política exterior de México es mandato constitucional, es política de Estado, y es realizada en lo fundamental por diplomáticos de carrera, nos ha recordado Bernardo Méndez Lugo, miembro del Servicio Exterior Mexicano en situación de pre-retiro, y hoy al frente de la organización no gubernamental América Sin Fronteras. Diría que es política de Estado no solo en México, sino en varias otras democracias. Constituye el consenso de las fuerzas políticas, de las que gobiernan y de las que están en posibilidades de acceder al gobierno, lo que facilita, precisamente, el desempeño de los representantes de México en el exterior. La política exterior condensa principios, valores y tradiciones de un Estado, una nación o una sociedad en sus relaciones con el mundo y que le permiten ir al encuentro de otras tradiciones y culturas, con las cuales establece un diálogo esclarecedor del pasado, presente y futuro de los pueblos. Lo malo ocurre cuando estos altos propósitos civilizatorios son sustituidos por prosaicos intereses materiales para los cuales se recurre a la política exterior. Ahí se rompe todo consenso. Es el caso, por recordar uno, de España, donde un gobierno conservador hizo de su política exterior el instrumento no para acercar pueblos, sino para hacer negocios y promover las inversiones en hoteles.
En México la doctrina Estrada, bajo la cual nos formamos ideológicamente quienes fuimos parte de las generaciones que nos tocó vivir una parte importante de los regímenes (semi)autoritarios priistas, nos hacía repetir casi de manera mecánica los principios de soberanía, no intervención y autodeterminación de los pueblos –puestos de moda otra vez en estos tiempos— y que era una excelente coartada para que los críticos del exterior del sistema político verticalista no metieran sus narices por aquí. Creo que esos postulados eran funcionales en sociedades cerradas, pero en una época en que predominan los mercados económicos y políticos abiertos, las coordenadas de la política exterior han cambiado. Para decirlo de otra manera: se han desnaturalizado. En el caso de México ocurrió durante la gestión de Fox, con Jorge Castañeda como secretario de Relaciones Exteriores, quien rompió con la ortodoxia en este campo e impuso, para el enojo del priismo, una visión heterodoxa en las relaciones con el mundo.
Méndez Lugo nos dice que la política exterior es realizada en lo fundamental por diplomáticos de carrera. Ciertamente, pero de unos años para acá, el servicio exterior ha sido colonizado por políticos, y las embajadas y consulados han sido destinos para cartuchos quemados, amigos del poder, adversarios del poder a quienes no se quiere cerca, u hombres de negocios, marginando de esos cargos a quienes se han formado en el servicio profesional de carrera.
Es natural, entonces, que se genere un ánimo adverso y advierto que ese ánimo es el que impera en la Asociación del Servicio Exterior Mexicano. Las voces críticas que en estos días se han escuchado a propósito de algunos casos penosos, debería ser motivo de reflexión de nuestros políticos, cuyos despropósitos y desfiguros en nada ayudan a proteger y preservar el prestigio de nuestros diplomáticos.
El poder puede creer que con el mismo desparpajo con que ejerce su autoridad dentro del país, puede hacerlo donde lo desee. El retraso a la petición del plácet para Quirino fue la no respuesta en tiempos normales a los excesos verbales en demanda de que España reconociera que se pasó cuatro pueblos en la Conquista y durante el Virreinato. Pero el caso extremo lo constituye en estos días, el caso del historiador y académico Pedro Salmerón, de quien el presidente hizo una defensa numantina para que fuese nuestro embajador en Panamá.
Pues no. Resulta que siempre no. El gobierno de Panamá, a través de su secretaria de Relaciones Exteriores pidió al gobierno de México que no solicitara el beneplácito para Salmerón, sobre quien pesan acusaciones de acoso sexual en su paso por el ITAM, lo que provocó la molestia presidencial: “Lo propusimos para embajador en Panamá, y como si fuese la Santa Inquisición, la ministra o canciller se inconformó que porque no estaban de acuerdo”.
Bueno. Una mancha más al tigre. Pero no para nuestro Servicio Exterior. Más bien, para el poder que en su desmesura cree que puede hacer lo que le venga en gana.