Exigencia ética: corregir el despropósito verbal
CÉSAR VELÁZQUEZ ROBLES (Sinaloa). Cuando los despropósitos verbales empiezan a aparecer y apoderarse de nuestra vida pública, eso significa, como se titularía en español uno de los excelentes textos de Tony Judt, que “algo va mal”. Me refiero al documento suscrito por los senadores de morena en apoyo al presidente López Obrador, que flaco servicio le hace a la democracia, al señalar que el primer mandatario es la viva encarnación del pueblo, la nación y la patria, y que quienes se oponen a la gesta transformadora en curso, son una cáfila de traidores. En consecuencia, ya se sabe qué se hace con los traidores: se les persigue, se les encarcela, se les reprime y si todo eso no bastara, se les pasa por las armas.
Creo que este exceso verbal lo metió de contrabando el redactor del texto de marras, y es un autogol al equipo morenista. Por supuesto que entre los senadores –de eso estoy seguro— más de alguno se dio cuenta de este lenguaje de madera que llama al exterminio, pero que decidió pasar por alto el asunto, en un momento en que hay una férrea competencia entre seguidores y aduladores por ver quién es el que es capaz de llevar más lejos la abyección. Creo que hasta el presidente, al que se ve que le gusta la desmesura en los elogios, se debe haber ruborizado un poco al leer esa parrafada del texto senatorial que ha pasado ya a la historia como una de las grandes infamias de esta convulsa fase de la vida política del país.
El pasado 17 de febrero, abordé en este espacio de Punto Crítico Sinaloa Digi TV este penoso asunto, y escribí lo siguiente: Quisiera pensar que fue el desaseo de la redacción de la proclama incendiaria de los senadores, y no que ese es su verdadero pensamiento. Si fuese lo primero es imperdonable entre los miembros de la cámara alta, y si es lo segundo, es de una gravedad extrema, que debe llamar nuestra atención y entender que ahora sí, como nunca antes, están en grave riesgo las conquistas democráticas de estos años. Hasta hoy no he sabido de ningún senador que haya hecho alguna crítica, así sea superficial, de este documento y de este lenguaje. Los propios senadores de la oposición, tampoco han dicho algo parecido al enojo y la irritación. Nada. Han sido los comentaristas, esos que llaman pomposamente la comentocracia, pero que no tienen más poder que el del saber y el ejercicio responsable de la crítica, los que han asumido la tarea de la oposición y han dicho algo.
Es el caso de José Woldenberg, quien en su artículo de ayer en El Universal, titulado “A declaración de parte…” apunta, a propósito del horroroso texto, lo siguiente: “Es un dislate por supuesto. Pero no solo es eso. Es el extremo al que puede llevar la sumisión ciega, la defensa ‘incondicional’ (lo dicen ellos) de su jefe, las ganas de no reconocer legitimidad a sus adversarios, que deriva en un espacio público asfixiante que imposibilita siquiera un mínimo debate en términos racionales. Se sabe o deberían saberlo por lo menos los senadores de la república: las palabras nunca son anodinas, y hace tiempo que empezaron a utilizar un lenguaje que quizá a ellos los cohesiona, pero a muchos nos aterra.”
Coincido plenamente. Por lo que a Sinaloa respecta, tenemos dos senadores de mayoría, uno de ellos es Imelda Castro, a quien conocí como militante y dirigente del Partido de la Revolución Democrática, desde donde defendió con toda dignidad el régimen de libertades que entre todos hemos construido en estos años azarosos de la transición. No sé si firmó ese desplegado o no, pero si lo firmó, sería un formidable gesto de su parte, no retirar su firma, aunque sí reconocer que hay un exceso que lastima, que daña nuestra vida democrática y dificulta nuestra convivencia civilizada.
Bueno. Veremos…