El presidente AMLO está en modo imposible
CÉSAR VELÁZQUEZ ROBLES (Sinaloa). El presidente AMLO parece estar en modo imposible. Refractario a todo crítica, ni por asomo acepta siquiera la más remota posibilidad de corregir, de variar el rumbo por el que conduce al país. Defiende sus posiciones y puntos de vista con férrea determinación, y los evidentes problemas estructurales y coyunturales que estresan ya su gestión, no tienen existencia objetiva: son tan solo deseos de sus adversarios.
El país, sostiene, marcha a buen ritmo, la economía crece, se generan empleos como nunca para un mes de enero; las inversiones siguen llegando al país, las remesas aumentan y alcanzan niveles históricos. Ese es el país que dibuja a diario el presidente en sus homilías matutinas, y está firmemente convencido de que las cosas se están haciendo bien: vivimos un tiempo histórico en que se condensa la voluntad de cambio del pueblo bueno y él es el sumo sacerdote que ha de llevarlos a la tierra prometida.
El caso que mejor ejemplifica esta disonancia cognitiva es el que se refiere al tema del crecimiento de la economía mexicana en tiempos recientes. Los datos indican que la economía encadena dos trimestres consecutivos (julio-septiembre y ocubre-diciembre) con crecimiento negativo de -0.4 y -0.1 por ciento, lo que técnicamente estaría dando cuenta de una recesión. Pero el presidente, inasequible al desaliento, dice que de eso nada, que la economía creció al cinco por ciento durante el 2021, lo cual nadie niega, pero omite que cayó 8.5 puntos porcentuales en 2020, de tal modo que el PIB no alcanza el nivel que tenía antes de la pandemia. Pero, en su lógica, que retuerce hasta hacerla coincidir con sus deseos, la economía crece y no crece más, no alcanzó el seis por ciento en 2021 por causa de la pandemia, que desaceleró el ritmo sostenido que había empezado a recuperar. La tal recesión es más un deseo de sus adversarios que una realidad.
Y argumenta con tal fuerza y determinación, con una convicción tan sincera y profunda que le sale del alma, que no necesita de los buenos argumentos del vicegobernador del Banco de México, para expresar su desacuerdo con quienes insisten en que estamos ya en la recesión. Recesión, si, quizá por la duración, pero no por la extensión y profundidad, lo que obligaría a matizar. El presidente no nada en esas profundidades; el se mueve como pez en aguas someras. Sus razones no son sólidas pero tienen el peso de la pasión. Por eso hace apuestas, que inevitablemente termina por perder. Sus pronósticos son fallidos, pero eso, al final, no importa. Veamos cómo lo dijo:
“Estamos creciendo, la perspectiva es de cinco por ciento (para este año) para que se enojen, porque los expertos, los especialistas, nos están dando cuando mucho 2.5 por ciento, y yo planteo cinco por ciento… Tengo información y además soy optimista, yo espero que nos vaya bien. Imagínense que un gobernante pesimista, no, cinco por ciento y de una vez lo digo, cinco por ciento para el 23 y cinco por ciento para el 24, y mi ideal es que a pesar de la pandemia, en promedio obtengamos más del dos por ciento”.
El caso es que no hay ninguna razón de peso, más que el optimismo y el deseo presidencial de que las cosas habrán de ocurrir como las pronostica. Los datos oficiales no cuentan, los análisis carecen de los asideros en el mundo real, que él si los tiene. Son los famosos “otros datos”, que tan buenos rendimientos le han dado desde sus tiempos de candidato, no se diga ya en la presidencia.
Y si el presidente se enroca en sus posiciones, no hay poder humano que le haga reconsiderar.