VIDA Y LECTURA/ Perras de reserva

MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). Darse una vuelta por la librería es uno de esos pequeños grandes placeres que nunca decepcionan. Invertir tiempo buscando qué leer siempre depara gratos encuentros que permiten conocer y reconocer a autoras o autores nuevos. Los títulos, las portadas y la somera información de la segunda de forros o la contraportada incitan a la lectura o provocan que un libro se abandone en las estanterías.

El título “Perras de reserva” de Dahlia de la Cerda inmediatamente remite a la ahora icónica película de Tarantino, “Perros de reserva”, que tanto furor desató a principios de los años noventa y donde se cuenta la historia de un grupo de delincuentes a quienes les sale mal, muy mal, un robo de diamantes porque uno de ellos, un joven policía infiltrado, los “traiciona”.

De entrada, la palabra “perra” causa cierto desasosiego, porque en este español tan nuestro es un vocablo muy socorrido para ofender, vituperar y denigrar a las mujeres que, como todo mundo sabe, en México suelen clasificarse en santas o perras. Sin embargo, descubrir que la autora es hidrocálida, joven y que ganó el Premio Nacional de Cuento Joven 2019 con un conjunto de 13 cuentos obliga a darle una oportunidad a la lectura.

Lo que encontramos en los cuentos de Dahlia de la Cerda es un crisol de distintas voces femeninas, jóvenes y viejas, ignorantes y más ignorantes, superficiales, religiosas, valemadristas, violentas o violentadas, sinceras y mentirosas, que provocan hilaridad, sorpresa, asco, pena o angustia por esas realidades de hambre, pobreza y miseria que muchas veces nos negamos a ver. En todo el libro siempre son las voces, las miradas, los sentimientos de las mujeres en su gran diversidad.

Algunos cuentos se entrelazan. Otros simplemente presentan una pincelada, un pedacito de vida, o un acto extraordinario como matar a alguien por error y tratar de pagar con lo poco que se tiene por la equivocación. O creer que ese dios absurdo y castigador, que siempre vigila y lleva la cuenta de cada uno de los pecados, exige sacrificios espeluznantes como los que narra la biblia.

Así, se descubre que una de las recetas para abortar consiste en mezclar virtuosamente perejil y coca cola; que en el colegio se forjan las grandes amistades, aquellas que siempre conmueven, en las que podemos confiar porque garantizan una lealtad total y las que nos obligan a hacer justicia por propia mano; que algunas mujeres son brujas, otras sanadoras y hasta una es vampiro; unas son “barbies”, y las hay sicarias, ladronas, mentirosas, rezadoras, solidarias, ambiciosas, y también están las que se encomiendan al diablo porque “dios no hace el paro”.

En la lectura de cada cuento se descubre el peso de la pobreza, de la ignorancia, del abandono, de la violencia y de las pocas armas que las mujeres tienen para enfrentarla. Pero también la violencia que las propias mujeres ejercen sobre ellas y sobre otras mujeres, ya sean hijas, abuelas, madres o hermanas. Se descubre que, aunque “el abolengo no se trae en la cartera” hay un tácito reconocimiento al inmenso y omnipresente poder que emana del narcotráfico, de ser alguien a fuerza de balas o machetes, de tener como y con que controlar, mandar, pactar y hacer la santísima voluntad porque nada, ni nadie lo impide.

En “Perras de reserva” están presentes nuestras miserias sociales, esas enormes carencias que llevan a la crueldad sin límites, a la negación constante de una desigualdad brutal y lacerante que nos priva de humanidad, civilidad, valor, esperanza o justicia. Aparecen los trastornos obsesivo-compulsivos, los de la personalidad, los religiosos (que son de lo más perversos), los que emanan de la ansiedad, el miedo y la depresión perpetua. Y el hambre y la violencia que se puede resumir en la siguiente frase: “México es un desierto hecho de polvo de huesos. México es un cementerio de cruces rosas. México es un país que odia a las mujeres”.

Destacan las voces de Yuliana, de Regina, de Constanza y de la China. Yuliana es la mafiosa, heredera de un poderoso narco ante la declinación de sus dos hermanos, educada en un colegio de niñas en Guadalajara, que mostró su poder mandando rapar a punta de pistola a una compañera “culera”. Regina, la gran amiga de Yuliana desde sus días en el Sagrado Corazón de Jesús, rebelde, atípica, extraña, perseguía seguidores en las redes y quería tener un novio buchón (relacionado con el tráfico de drogas) que finalmente la asesina. Constanza, hermana de Regina, le pide a Yuliana un favorcito cuando se ve amenazada por unas fotos impropias. Y la China, escolta de Yuliana, sicaria, es la que se despacha al asesino de Regina. Cada una cuenta una historia diferente, cada una en su estrecho mundo con sus emociones, sentimientos y realidades distantes que a veces se tocan.

Pero, sobre todo, destaca la certeza de que muchos de los “vatos mexicanos”, esos que son padres, hermanos, tíos, primos, abuelos, amigos, disfrutan ejerciendo miles de formas diferentes de violencia contra las mujeres. “No sé porque lo hacen, no lo sé, pero hay algo de lo que sí estoy segura: que lo disfrutan. Ellos gozaban al verme llorar y suplicar. Se les veía en los ojos, en sus gemidos. Malnacidos, culeros, malditos. Jugaban a asfixiarme con un paliacate rojo… Cuando se aburrieron y me dieron por muerta me dejaron tirada en la mitad del desierto”.

En suma, un libro intenso, fuerte, que se puede leer disfrutando únicamente de su oralidad narrativa. O que se puede digerir lentamente, reflexionando sobre todo lo que narra y que sabemos que es cierto, porque está presente en los noticieros, en las investigaciones académicas, en los reportes de organizaciones de la sociedad civil. Un libro que no solo mueve a la reflexión sino al compromiso personal, ciudadano, colectivo de exigir, exigirles y exigirnos, que cese la violencia contra las mujeres en este México nuestro.

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