VIDA Y LECTURA/ Escritoras que publicaron con seudónimos masculinos

MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). María del Carmen Simón Palmer, a mediados de los años 80 del siglo pasado, se dio a la tarea de buscar a las escritoras españolas del siglo XIX, inspirada en lo que se hacía en Francia y Alemania para visibilizar a las mujeres en las letras. Lo hizo con tal tenacidad que logró identificar a cerca de mil españolas que habían escrito sobre diversos temas, muchas sobre los denominados temas femeninos: familia, hogar, cuidados, maternidad, hijas, hijos, caridad, pureza, obediencia o comportamiento cristiano; pero algunas otras resultaron transgresoras, vanguardistas, revolucionarias o, simplemente, extraordinarias considerando su momento histórico. Esta lista se encuentra bajo el título de “Mil escritoras españolas del siglo XIX”. No contenta con ello, elaboró un ensayo cuidadoso sobre qué escribieron y por qué fueron olvidadas durante tanto tiempo.

Llama la atención que, en su libro, Simón Palmer deja un poco de lado a dos extraordinarias mujeres, Concepción Arenal Ponte y Emilia Pardo Bazán, de quienes se acaban de publicar, hace apenas un par de años, sus biografías, auspiciadas por la Fundación Juan Marche.

Lo que quiero destacar es que, siguiendo a las “Mil escritoras españolas del siglo XIX”, se logra tener una explicación de la esclavitud y la sumisión de las mujeres, asumida, aceptada y reproducida; pero, también retrata el inmenso temor de los hombres ante la posibilidad de perder privilegios. Dice Simón “[l]a inmensa mayoría de las escritoras optaron por hacerse portavoces de los valores tradicionales de la familia cristiana y defendieron la figura de la mujer madre y esposa, para poder de esa forma hacerse perdonar la falta de escribir”.

Fui ahí donde encontré la referencia a Cecilia Bölh de Faber y Ruiz de Larrea, quien signó su obra como Fernán Caballero y publicó, entre 1849 y 1896, la friolera de 28 obras. ¿Por qué utilizó un seudónimo masculino? ¿De qué escribiría esta señora? No hay explicación. Sus novelas, poemas, cuentos y demás, son absolutamente tradicionales, nada de tomar decisiones propias, cultivar los talentos, vivir con libertad, elegir y equivocarse, ganarse la vida, buscar la igualdad. No, promueve los papeles tradicionales de las mujeres y les suma, abnegación, sacrificio y devoción católica, qué flojera. Pero, cuál fue la razón del seudónimo. Misterio.

No es el caso de las tres hermanas Brontë que escogieron, las tres, el apellido Bell y buscaron un nombre de varón para publicar sus obras. Charlotte eligió Currer; Emily escogió Ellis; y, finalmente, Anne se rebautizó como Acton. La razón fue que nadie publicaría sus obras si supieran que fueron escritas por mujeres. De hecho, sus obras, a pesar de ser evidentemente románticas, fueron fuertemente criticadas por faltar al decoro, las buenas costumbres y la moral cristiana.

Algo similar pasó con Mary Anne Evans, considerada en nuestros días una escritora tan connotada como Joseph Conrand o Henry James, quien firmó con el seudónimo de Georges Eliot porque estaba convencida que, solo así, se le tomaría en serio y se leerían sin prejuicios sus obras, que fue lo que realmente pasó. Para quien guste de la literatura decimonónica es obligada la lectura de “Silas Marner” (1861) y de “Middlemarch” (1871), considerada una de las cinco mejores novelas escrita en inglés en el siglo XIX.

En el mismo sentido, Nelle Harper Lee decidió publicar “Matar a un risueñor”, únicamente como Harper Lee. Como nombre, Harper, se usa tanto para hombres como para mujeres y tiene su origen en el medievo inglés. Los que saben de esto afirman que el nombre para los hombres es mucho más usado en los Estados Unidos. Se puede confirmar con una búsqueda rápida que muchas personas consideran a Harper Lee como “el autor” del clásico americano “Matar a un ruiseñor”.

La historia de Sidonie Gabrielle Claudine Colette empieza a divulgarse ampliamente. Muchas de sus obras fueron firmadas por su marido Henry Gauthier Villars, quien llegó a encerrarla en una habitación y exigirle cuotas de productividad literaria. Al parecer así negociaba salir al jardín, dar un largo paseo o simplemente tomar un descanso. La ahora famosa Colette tenía que escribir vertiginosamente para evitar a un iracundo marido, explotador y ambicioso que carecía de talento. En sus memorias “El fanal azul” se encuentra una Colette mesurada, reflexiva y melancólica.

Y, para incentivar la curiosidad, quizá valga la pena explorar algunas de las obras de Rafael Luna, Jorge Marineda, Víctor Catalá, George Sand, A. M. Barnard que no es otra que la celebérrima Louise May Alcott, la autora de “Mujercitas”; o a James Tiptree Jr. y a Andre Norton, reconocidos escritores de ciencia ficción que, impactaron tanto, que dieron origen a dos de los más importantes reconocimientos para las y los escritores de este género. El premio Andre Norton de ciencia ficción y fantasía para jóvenes y el James Tiptree, Jr. Award que destaca a la mejor obra literaria de ciencia ficción. De más está decir que ambos son seudónimos de dos imaginativas mujeres.

Hay muchas más. Pero para estas escritoras estaba claro que publicar con un nombre masculino garantizaba, al menos, un mínimo de objetividad en los editores, una pequeña oportunidad de que se les publicara y una manera de evitar más escollos o de sortear los innumerables obstáculos que sabían que tendrían por ser mujeres.

Hace poco tiempo, en 2018, apareció “La novia gitana” y con ella la inspectora Elena Blanco y sus intricados casos. Nada del otro mundo, pero entretenida y vigorosa como buena novela del género negro. La autora, Carmen Mola, obedeciendo al éxito y siguiendo las pautas que marca su editorial, pronto publicó “Red Púrpura” (2019) y “La Nena” (2020). La sorpresa fue que se trata de tres escritores que, como dicen ellos, “escriben a seis manos”: Antonio Mercero, Agustín Martínez y Jorge Díaz. ¿Se refugian detrás del seudónimo? ¿Piensan que hoy están de moda las escritoras? ¿Consideraron que Carmen Mola tendría más éxito? Ellos afirman que no, que fue como de broma y totalmente espontáneo porque les molestaba que aparecieran tres autores.

El hecho es que, con eso, algo hemos avanzado, ya que -al menos en este caso- no importa si quien escribe es mujer, hombre, o inteligencia artificial. Pero no podemos olvidar que los obstáculos estuvieron ahí, siguen ahí y tomará muchos años derribar los enormes muros que separan la escritura de hombres y su densidad específica, de la escritura de las mujeres. Pero mientras las mujeres sigan escribiendo y las lectoras las sigamos leyendo, hay esperanzas.

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