LIBROS DE AYER Y HOY/ La agresión, de escarlata y púrpura

TERESA GIL

Gran escándalo ha causado la información de que doce obispos mexicanos, junto con ellos y una superiora, el ex primado Norberto Rivera,  están involucrados en asuntos de pederastia al proteger a curas que han cometido delitos contra niños, jóvenes y mujeres. El esfuerzo que ha hecho el actual papa Francisco no ha tenido la fuerza que fijó al principio de tomar posesión,  cuando  se pronunció y lo recalcó con el tiempo, sobre ese problema.  Lo peor es que  la pederastia, y el abuso a monjas y religiosas se ha multiplicado. En esa encrucijada tan grave, el papa ha reconocido lo justo  de la postura personal de algunos sacerdotes al definir sus preferencias sin afectar a nadie,  pero  lo ha hecho desde la perspectiva del humanismo, no por convencimiento. Y es que una cosa es tener preferencias sexuales diferentes y otra  ser pederasta. Los togados de escarlata y púrpura deben haber recibido las noticia sobre los doce obispos, que no era una primicia por cierto porque muchos casos ya eran conocidos, por  la  Conferencia del Episcopado Mexicano, que presidió la información difundida por  las organizaciones  Bishop  Accountability de Estados Unidos y Spes Viva de nuestro país. Estas  exigen procesos contra los culpables  e incluyen al Vaticano para que haga lo  mismo.

HAY RELIGIONES COMO LA CATÓLICA, QUE SE QUEDARON EN LA EDAD MEDIA

Yo recuerdo que hace ocho años Guillermo del Toro anunció su entonces  nueva película La cumbre escarlata y el adjetivo favorito de lo gótico apareció otra vez, justo cuando los escarlata-púrpura del Vaticano, se enfrentaban a un nuevo escándalo. Pero éste era en torno a algo que complicando a la Santa Sede, informaba de cuestiones  importantes y justas. Un teólogo gay, Krzysztof Charamsa, quien ha sido alto funcionario de la Santa Sede, salió del clóset e informó que erra feliz y vivía con una pareja estable.  Como en aquel filme en el que actúa  Kevin Kline, Es o no es, pero sin dar nombres, el teólogo saludó con afecto a los muchos clérigos gay que existen en  su iglesia. Algunos de ellos han participado en la lucha contra la pederastia. Aquello fue un bombazo para las estructuras medievales, góticas, de escarlata y púrpura, que se aferran a lo viejo para negar lo explícito de la naturaleza humana. Se perdona a los gay y a las mujeres que abortan, pero el verdadero problema, el derecho de cada quien a optar por sus preferencias se deja en el baúl.  Se oculta la visión apocalíptica de la mujer montada en un dragón, vestida de escarlata y púrpura, que simboliza a las grandes estructuras con problemas. La iglesia católica.

EL OSCURANTISMO MEDIEVAL, AÚN RESPIRA EN COSTUMBRES

El cineasta del Toro al anunciar el estreno de su filme, actualizó la preferencia de un sector por lo gótico que en lo inmediato se evidencia por sus arcos ojivales y por un periodo bárbaro que se inicia desde el siglo X11. Por alguna razón en la larga época que atravesó el gótico, florecieron esos ostentosos vestuarios de colores rojo carmesí oscuro, que caracterizaron a cierto sector de la iglesia católica y las clases poderosas. Hay toda una historia de esa moda en la que participaron sastres, químicos y grandes diseñadores a partir de piezas rojizas oscuras que se auxiliaban con un tipo de caracol, el color púrpura e insectos, el escarlata, para dar el colorido. Hasta la cochinilla mexicana anduvo metida. Todo para simbolizar el poderío y la riqueza a partir de dos colores. El cineasta enfatizó lo romántico de su filme, pero hay visiones adelantadas y relevantes de esa época -sobre todo a finales del siglo XV11-,  que se enfrentan a  lo estratificado del concepto, del que pese a avances, la iglesia católica no ha dejado de lado. Sus efectos los vemos en lo que fue denunciado el pasado 27 de julio, que no es sino la expresión  del oscurantismo en la conducta humana. La propia religión y sus promotores, siendo cómplice de los agresores para guardar las apariencias.

JANE AUSTEN,  COMO CERVANTES,  DENUNCIA EL OSCURANTISMO GÓTICO

Jane Austen en su novela La abadía de Northanger ( Plaza & Janes, editores, De bolsillo 2002), se yergue irónica, bromista, como Cervantes contra las novelas de caballería, para criticar las novelas góticas que usan como recurso el suspenso de tenebrosos castillos y abadías. Los personajes se pierden en pasillos oscuros en busca de cofres misteriosos que pueden contener documentos reveladores. El recorrido ya inspira pavor a los lectores, con aullidos de lobos, figuras fantasmales, mayordomos silenciosos y secretos familiares que desembocan en un doble  final: la felicidad y la tragedia. Hoffman, Wilkie Collins, las hermanas Bronte, el propio Poe, no desestimaron el estilo. La avanzada Austen  -por algo es una clásica inglesa-, coloca a su protagonista Catherine Morland, en medio de una abadía en busca de tesoros y secretos misteriosos. Pero los documentos que encuentra son listas de lavandería y los presuntos misterios que cree hallar, solo causan problemas en la familia que gentilmente la ha acogido.  Fueron los aportes críticos de Jane a la caída brutal de ese género, que resucitó el cineasta del Toro. Pero que la iglesia católica, con la hipocresía incluida, mantiene en sus costumbres.

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