LA COSTUMBRE DEL PODER: Perder un hijo

*Los afectos que di por idos pronto regresaron, unos con más fuerza que otros, pero todos y cada uno de ellos con sus peculiaridades y las notorias características de su personalidad, que anida en la razón más que en el rostro o en el gesto. El carácter es un sello del alma, y a través de él se hacen presentes las personas que amamos

GREGORIO ORTEGA MOLINA

Ninguna de las despedidas es definitiva, a menos que se trate de enemigos, y quién sabe. Más temprano que tarde nos damos cuenta de que los seres queridos, los afectos, siempre están con nosotros, nos acompañan con sus manías, sus gestos, sus advertencias… quizá echemos de menos la caricia, el apapacho, el beso en la mejilla o en las manos, pero el hálito de vida, el suyo, el del ausente, siempre está con nosotros.

Retomo la nota de Infoabe fechada en Madrid: “Sé muy bien que con el tiempo todo se desvanece, pero ni el tiempo ni la muerte podrán arrebatarme nunca el amor que sentía por mi hijo». Con estas palabras el escritor Manuel Vicent recuerda este domingo (18 de junio último) a su hijo, Mauricio, periodista en La Habana, fallecido hace tan solo una semana.

“Llegó la muerte sigilosamente de madrugada y con una certera puñalada se llevó al ser que más queríamos». Así comienza la columna Mientras viva, publicada en El País -el diario en el que ambos escribían-, en la que Vicent recuerda a su hijo, Mauricio, que murió a los 60 años en Madrid a consecuencia de una crisis cardiorrespiratoria provocada por un ataque de asma”.

No coincido con su aserto. Pronto se dará cuenta de que la imagen se diluye, pero la presencia anímica se refuerza y crece, en la medida que reconocemos en los hijos (si los procrearon) o en los hermanos dejados atrás, los gestos y las manías con las que solíamos identificar al que en apariencia se fue, pero cada día se hace más presente. Ahí está la frase de Juan Pablo II al despedirse de los mexicanos: “Me voy, pero me quedo; me voy, pero no me voy”. Y resulta que es cierto, cuanto más fuerte es el amor, más se hace patente el aliento de su voluntad y su razón en nuestra cotidianidad.

Los afectos que di por idos pronto regresaron, unos con más fuerza que otros, pero todos y cada uno de ellos con sus peculiaridades y las notorias características de su personalidad, que anida en la razón más que en el rostro o en el gesto. El carácter es un sello del alma, y a través de él se hacen presentes las personas que amamos.

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