LA COSTUMBRE DEL PODER/ Andrés Manuel López Obrador es puro jarabe de pico

GREGORIO ORTEGA MOLINA

*Estamos ante una renovación moral ficticia, no realizada; ante una purificación que se hunde en esa impunidad que garantiza que los funcionarios públicos se corrompan, y ante la complicidad con los narcotraficantes. No pudo fracasar mejor

Tengo la certeza de que el comportamiento del presidente de la República carece de una explicación lógica. Se mueve, en las consideraciones que él supone inteligentes, con base en el error de los “otros datos”. Es su realidad en contra de lo que el mundo ve, oye y siente, pero él niega. Para alentarlo están sus feligreses.

En la obsesión de Andrés Manuel López Obrador de desprenderse de sus propias culpas, de no asumir sus errores, insiste en que debe juzgarse -pasar a la báscula, pues- a los expresidentes y a algunos de los funcionarios públicos de los sexenios anteriores, por sus actos de corrupción, pero nada más insiste y no pasa al acto de iniciar un proceso de investigación, reunir pruebas, levantar acta y solicitar su detención. Es puro jarabe de pico.

Lo hace así a conciencia de que de proceder como lo indica su mandato constitucional, debería tener en la cárcel a Ignacio Ovalle Fernández y reclamar rendición de cuentas a su hijo Andrés Manuel López Beltrán, por su tráfico de influencias, además de exhibir, como lo hace con los ninis y la mafia del poder, a esa parte de su familia que reúne sobres amarillos como aportaciones para la causa. Delfina, Pío, Sanjuana… la lista puede ser larga.

El presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos fracasó en sus tres más importantes propósitos: no combatió la corrupción, se encarnó en ella, como corresponde al titular del Ejecutivo, que es garantía de impunidad; no logró pacificar al país ni regresar a los militares a los cuarteles y, además, dio al traste con la salud. Nunca, pero nunca, superaremos a Dinamarca.

Hay una explicación a ese comportamiento, que rescata para nosotros Enrique Krauze en Spinoza en el Parque México, donde nos obsequia con una reflexión de George Steiner, tomada de Los libros que nunca he escrito:

“Un libro no escrito es un algo más que un vacío. Acompaña a la obra que uno ha hecho como una sombra irónica y triste; es una de las vidas que podríamos haber vivido, uno de los viajes que nunca emprendimos. La filosofía enseña que la negación puede ser determinante, puede ser algo más que la eliminación de una posibilidad. La privación tiene consecuencias que no podemos prever ni calibrar adecuadamente; el libro que nunca hemos escrito es precisamente el que podría establecer esa diferencia, el que podría habernos permitido fracasar mejor. O tal vez no”.

Estamos ante una renovación moral ficticia, no realizada; ante una purificación que se hunde en esa impunidad que garantiza que los funcionarios públicos se corrompan, y ante la complicidad con los narcotraficantes. No pudo fracasar mejor.

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