EPISTOLARIO/ No seamos metiches 

ARMANDO ROJAS ARÉVALO. LUPITA: “Hermano, el Congreso no me deja salir del país”, me imagino le dijo PEDRO CASTILLO, entonces presidente de Perú. Furioso, más bien furibundo, el interlocutor ha de haberle contestado “¡Cómo, disuelve el Congreso para que aprenda, hermano presidente”. Días después, el sombrerudo trató de dar un golpe de Estado disolviendo el congreso y nombrando un gobierno que él denominó “de excepción”. El congreso lo destituyó por “incapacidad moral”  y  cuando se dirigía a la embajada de México en Lima en busca del asilo prometido, lo detuvo su propia escolta.

El señor que ocupa Palacio dijo ayer que desde el comienzo de la presidencia «legítima» de PEDRO CASTILLO, las élites políticas y económicas de aquella nación lo acosaron hasta lograr su destitución. Desde el principio, agregó, fue víctima de “racismo” y “clasismo”. En cambio, LULA, el presidente electo de Brasil, más sereno opinó que la destitución de CASTILLO fue dentro del “marco constitucional” de Perú.

Recuérdese que el Congreso de Perú negó permiso a CASTILLO para acudir en noviembre a una reunión de mandatarios iberoamericanos en México, porque sospechaba que pretendía asilarse aquí aprovechando el evento. Por la ausencia de CASTILLO, fue cancelada y postergada para el próximo 14 de diciembre en Perú, pero tras los sucesos de este miércoles en aquel país que derivaron en la destitución del presidente, la reunión quedó pospuesta de manera indefinida.

La injerencia del gobierno mexicano en la crisis política peruana, obligó en noviembre pasado a La Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso de Perú, a exigir al presidente mexicano a través de su embajador en Lima, PABLO MONROY CONESA, dejar de entrometerse en los asuntos de ese país y de enviarlo como emisario diplomático ante las bancadas parlamentarias, para interceder a favor del ahora destituido mandatario de ese país, PEDRO CASTILLO.

En otras palabras, el Congreso peruano le pidió no andar metiéndose en asuntos que no le conciernen.

Es obvia la intromisión del gobierno mexicano en los asuntos internos de países; Perú y Argentina, concretamente. Cuando los tribunales argentinos condenaron a seis años de prisión e inhabilitación perpetua por corrupción a la vicepresidenta CRISTINA FERNÁNDEZ, dijo en las redes sociales que ella era víctima de una estrategia política del conservadurismo de su país.

Pareciera que él y el dictador nicaragüense DANIEL ORTEGA se hubiesen puesto de acuerdo en la defensa de la señora FERNÁNDEZ.  El dictador –de Nicaragua- dijo que la vicepresidenta es víctima de una «campaña brutal» orquestada «por los demonios, los fascistas».

Qué coincidencia, ¿no?

¡Qué fregados se mete en la vida de otras naciones, cuando aquí las cosas van de mal en peor y no las resuelve!

Se olvida o ignora que la no intervención y la libre determinación de los pueblos han sido los pilares de nuestra política exterior. Lo que causa asombro es que MARCELO EBRARD no lo haga reflexionar y le permita violarlas, que no le haga ver que esos principios deben observarse y cumplirse con respeto. Por eso la política exterior mexicana fue ejemplo y nos hizo respetables en el mundo.

El principio de no intervención en los asuntos internos de otros pueblos ha sido piedra angular de la diplomacia mexicana desde el siglo XX y está plasmada en la Doctrina Estrada, enunciada por el periodista, educador, político, diplomático, poeta y novelista GENARO ESTRADA FELIX (1887-1937).

La libre determinación de los pueblos, conocida también como autodeterminación, radica en el derecho que tienen las naciones de decidir libremente su condición política, sus formas de gobierno, desarrollo económico, social y cultural, libremente, y crear sus instituciones, siempre y cuando los derechos esenciales de las personas sean respetados y se mantengan inviolables.

Este principio del derecho internacional público se encuentra en la Declaración de las Naciones Unidas, como un derecho de carácter inalienable y, por tanto, genera obligaciones para los Estados.

En consecuencia, debemos ser respetuosos de la vida de otros pueblos, siempre y cuando no afecten ni violen los derechos humanos de su gente y no nos provoquen perjuicios.

En otras palabras, no hagamos el papel de metiches.

 

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