GERARDO CONDE. En el siglo XX, la prensa, como medio informativo y de comunicación ocupó una relevancia en la vida política del país, teniéndose eventos inéditos por su trabajo periodístico.
Como ejemplo, se tiene, la denuncia pública de la llamada “Colina del Perro” que en su momento denunció la Revista Proceso, de la malversación de los recursos públicos por parte del presidente José López Portillo, y que fue motivo de mofa en la opinión pública.
En esa línea de periodismo de investigación se da el trabajo de Manuel Buendía, dónde sus notas en su columna: Red Privada, ponían en sospecha las acciones gubernamentales en temas de seguridad nacional y de narcotráfico en la época de Miguel de la Madrid, que lo llevó a ser privado de su vida.
Pero, el legado de Manuel Buendía va más allá de sus libros, al apuntar la función del periodismo:
“El periodismo es esencialmente información. Por tanto, el periodismo es un instrumento de la comunicación social, y, en consecuencia, el periodismo es parte de la política”.
Y bajo ese breviario, la prensa, ha jugado un rol significativo en la denuncia pública del gobierno en turno, del color que sea.
A los gobernantes los han puesto contra la pared, como fue con Carlos Salinas de Gortari, en el caso de corrupción de su hermano incómodo Raúl Salinas, por su vida frívola y ostentosa, así como por los fratricidios de Luis Donaldo Colosio y de José Francisco Ruiz Massieu, que pusieron en tela de juicio la autoridad política de su gobierno.
En esa línea, la denuncia por atropellos de la autoridad en contra de la población civil, cayeron en desgracia política los gobernadores, Rubén Figueroa, del estado de Guerrero, por el asunto de Aguas Blancas, en 1995 y de Julio César Ruiz Fierro, de Chiapas, por los sucesos de Acteal, en 1997.
Pero, en el siglo XXI, la prensa, se mantuvo en su papel de Informar, de Denunciar, de Cuestionar y de Opinar, a pesar del peso de influencia que tenían las “benditas” redes sociales, en la preferencia de la ciudadanía, al margen de su estatus social.
Esa combinación entre medios convencionales y plataformas digitales, fue la simbiosis perfecta para tener espacios informativos en tiempo real, para conocer en distintas versiones sucesos políticos qué impactaban en el interés desde la sociedad política, hasta el ciudadano de a pie.
El contar con esas ventanas de comunicación, dio lugar para conocer a detalle hechos de corrupción o de arbitrariedad de la autoridad, como fue en el gobierno de Vicente Fox, con el programa: Enciclomedia, al ser un elefante blanco, en el sistema educativo básico y traslucir la vida disipada de los hijos de Marta Sahagún.
Pero, también los medios, han servido para difundir la Imagen de figuras públicas que se apoyan en circunstancias políticas para proyectar su perfil con fines políticos, como fue el caso de López Obrador, en el asunto del “desafuero”, para victimizarse.
A partir de ese hecho mediático, López Obrador, le saco jugo a los medios para moldear su Imagen, que respondiera a las expectativas de los mexicanos hartos de la corrupción, de la impunidad, así como del fraude electoral, como banderas para convocar a la ciudadanía a que se sumaran a su proyecto del “cambio”, en contra del PRIAN.
Entendió, que apoyarse en las redes sociales, para evidenciar a los priistas y a los panistas en sus pifias le daba una rentabilidad política, que aprovechaba para posicionar su discurso de honestidad.
El hartazgo social, fue su mejor aliado, expresado en los medios y en las redes sociales.
A su arribo en el 2018, a la presidencia de la República, alabó a las “benditas” redes sociales por ser parte fundamental del cambio de régimen.
Hoy, a tres años de su administración, las sataniza, así como a los medios convencionales: prensa y revistas, por evidenciar su honorabilidad familiar, por el caso de la llamada: “Casa Gris” y por poner entredicho la situación laboral de su hijo José Ramón, en Estados Unidos.
Pero, esta descalificación a las redes sociales, no se queda en ese nivel, sino que muestra su personalidad de Mesías, al que nadie puede cuestionar, porque él es la verdad y le da el derecho de amedrentar a sus opositores por encima de la ley.
Para López Obrador, el tema de su primogénito, se arregla con manotazos mediáticos y convocando a sus leales, llámense gobernadores, legisladores y dirigentes de su partido morena, hasta el pueblo “sabio”, para desacreditar y desdibujar a los que opinan diferente a su visión de honradez franciscana, llamándolos golpistas.
Sin embargo, se le olvida, a López Obrador, que vivimos en un régimen republicano, y no en un gobierno autócrata, donde su quehacer público, es observado por las “benditas” redes sociales que le recuerdan día con día que no es un rey, sino un presidente de la República que se basa en el respeto a la Constitución.
Atestiguar la conducta pública de López Obrador, es una tarea ordinaria de las “benditas” redes sociales y de sus protagonistas, no hacerlo, es ir en contra del breviario de Manuel Buendía:
“El periodismo de investigación, es parte de la política”.
Al tiempo.
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