GERARDO CONDE. A más de tres años de administración del inquilino de Palacio la estrategia de “abrazos y no balazos”, no ha cambiado el rostro del México de violencia que se vive a diario en el país.
Los más de 120 mil homicidios dolosos, hablan del “México Real”, del México de la IMPUNIDAD.
A pesar de la negación qué hace el inquilino de Palacio en sus mañaneras, al decir, “somos distintos”, ya no le es suficiente para justificar su estrategia de seguridad pública, ya que su lenguaje corporal y su rostro duro, lo delatan, por encima de su risa sarcástica, al mostrar su impotencia, cada vez, que la nota roja es motivo en los medios convencionales y digitales.
Para el ciudadano de a pie, la impunidad hacía su persona y hacía su patrimonio, es su platillo diario.
A lo que más puede aspirar en este renglón, es a formar parte de la estadística oficial.
A tres años de distancia, el rostro de la IMPUNIDAD se consolida en su vida cotidiana, por ejemplo:
Viajar por carretera, es un riesgo.
Lidiar con operativos de “seguridad” es un suplicio.
Utilizar el transporte público, es una ruleta rusa.
Caminar en las calles es motivo de ser tachado de sospechoso. Y,
Lo más delicado, caer al Ministerio Público, es una historia llena de “sorpresas” que se convierten en pesadillas.
Pero, a pesar de este rosario de IMPUNIDAD que se convierte en nota para los noticieros, el inquilino de Palacio, expresa, que los índices delictivos del fuero común van a la baja.
Nada más le falta decir: “si no quieren vivir sobresaltos, no salgan”.
En síntesis: estar en el lugar y en el momento equivocado, es un tema de decisión personal, no es un asunto gubernamental.
Bajo esa lógica oficial, hay que ubicar la expresión del inquilino de Palacio de la responsabilidad del gobierno de no solamente atender a las fuerzas del orden, sino también: “cuidar a los delincuentes, porque son seres humanos”, que merecen el respeto de la autoridad.
De ahí el coraje de la madre qué perdió a su hijo: por solo robar, al no respetar su vida.
Entonces, la ironía de la vida cotidiana, es no rasguñar al delincuente, mucho menos confrontarlos porque significa violentar sus derechos humanos.
Esta historia surrealista, tiene título:
“No fue un desliz, así pienso”.
Si se tenían dudas de la conducta pública del inquilino de Palacio, respecto a su óptica de gobierno, en el tema de la seguridad, ya se desdibujaron, el dibujo gubernamental está de lado de la delincuencia, dejando al ciudadano de a pie a su propia suerte para resolver su integridad personal y la de su familia.
Los hechos y la realidad cotidiana, han puesto al inquilino de Palacio, tal cual, su proximidad a la transgresión de la ley, que hacer valer su juramento de observar y respetar la Constitución y las leyes que de ella emanen, como prerrequisito para sustentar el Estado de Derecho a que tiene derecho el ciudadano de a pie.
El incumplimiento a la ley, es poner al ciudadano de a pie, a recurrir a la estampa religiosa o al amuleto como escudos cotidianos, para salvaguardar su integridad y su patrimonio, porque la seguridad pública, se reduce a la frase: “Así pienso”.
Bonito chiste.
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