EL OTRO DATO/ Día de Muertos

JUAN CHÁVEZ

Desde tiempos prehispánicos, se celebra el Día de Muertos.

El Día de Muertos es una celebración ancestral que simboliza el encuentro entre los vivos y los ya fallecidos.

Una celebración de dos días: 1 y 2 de noviembre, para definir que el primero es para honrar la memoria del niño desaparecido.

Durante esta celebración la tristeza y la nostalgia se convierten en fiesta, gozo y desparpajo, pues honramos a los queridos difuntos que por unas horas regresan al mundo de los vivos para unirse a nuestras familias.

Para celebrar, las familias mexicanas construyen altares, elemento fundamental que muestra el mestizaje de las religiones prehispánicas con la religión católica.

Esta tradición data de la época prehispánica, cuando los antiguos pobladores pensaban que la muerte era sólo el principio del viaje hacia el Mictlán, donde los muertos se encontrarían con el dios Mictlantecuhtli y con la diosa Mictecacíhuatl.

El 7 de noviembre de 2003, la tradicional celebración del día de muertos en México fue declarada Patrimonio inmaterial de la Humanidad por la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura).

Los altares de muertos suelen ponerse en casas y actualmente se pueden ver en escuelas, museos, centros comerciales y en espacios públicos. Cada región, cada cultura, cada hogar, tiene su propia manera de montarlas.

Hay altares de dos niveles que marcan el mundo de los vivos y el del inframundo, el cielo y la tierra y de tres niveles representando: primer nivel representa el cielo, el segundo la tierra y el tercero el purgatorio.

El altar de siete niveles simboliza los pasos necesarios para llegar al cielo y así poder descansar en paz.

Entre los elementos que forman un altar de muertos nunca deben faltar los objetos que representan los cuatro elementos de la naturaleza:

El agua: Simboliza la fuente de la vida y es necesaria para saciar la sed del difunto después de su largo viaje para volver al mundo de los vivos.

La tierra: Son los frutos que nos dan de comer: maíz, calabaza, garbanzo y frijol. Las flores: sirven para encontrar el camino hacia el altar, la más común, el cempasúchil que por su color como el sol y su fuerte aroma, sirve para mostrar el camino. También la flor de terciopelo, mano de león o cresta de gallo, cuyo color va desde el rojo carmín hasta el morado, que significa el duelo; y la nube, flor blanca, es la preferida cuando se trata de un muerto “chiquito”, es decir de un difunto niño.

El aire: representado con el papel picado, que al moverse nos anuncia la llegada de los difuntos. Da alegría y color a la ofrenda.

El fuego: las velas, velas, cirios o veladoras, significan la fe y la esperanza e iluminan el camino de las ánimas.

Hay otros objetos que, según la tradición de la región, el pueblo, la familia o la persona que lo monte suelen estar en una ofrenda.

Calaveras: recuerdan que la muerte es parte de la vida y que todos somos mortales. Pueden ser de azúcar, chocolate, barro.

Arcos: se elaboran con flores de cempasúchil o frutos para representar el paso entre el mundo de los muertos y el de los vivos.

Fotografía del difunto: las ofrendas pueden estar dedicada a una o a varias personas, no importa el número.

Imágenes religiosas: según la devoción que tenía el difunto o la familia que lo recuerda.

Sal: purifica y sirve para que el alma no se corrompa, en su viaje de ida y vuelta. Se forma una cruz con ella, que en las culturas mesoamericanas señala los cuatro puntos cardinales para orientar al difunto y para la cultura católica, fruto de la influencia española, la cruz significa la resurrección que redime.

Copal: se quema en un sahumerio y sirve para limpiar al lugar de los malos espíritus para que el alma pueda llegar a la que fue su casa sin ningún peligro.

Pan: el más común es el que tiene forma circular para referirse al ciclo de la vida y la muerte. En medio tiene una bolita que simboliza el cráneo del difunto, las tiras en cruz representan los huesos de los que todos estamos formados.

Objetos personales: aquellas cosas materiales que alegraban al difunto: sus alimentos favoritos, un libro, una copa de vino, tequila, una raqueta, chocolates, cigarros o juguetes si se trata de un niño.

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