#DesdeLaBarrera/ La guerra que no vimos venir 

ALETIA MOLINA. Entre todas las opciones que Putin tenía en su mano, escogió la peor. Desde 1940 no se había producido una agresión injustificada, en contravención de toda la legalidad internacional y de los tratados internacionales, y abiertamente criminal, por parte de una potencia militar, la segunda del mundo, contra un país vecino, soberano y, para mayor vergüenza, pluralista y democrático, a diferencia de la dictadura.

El presidente Vladimir Putin, que el miércoles lanzó un ataque contra Ucrania, tiene una obsesión: que ese país vuelva al redil en nombre de la grandeza de Rusia, aunque para ello, incluso, tenga que invadirlo.

Para muchos rusos de su generación, que alababan la gloria de la URSS, el fin de la Unión Soviética y su esfera de influencia en tres años (1989-1991) permanece como una herida abierta.

Putin, entonces oficial de la KGB en Alemania Oriental, vivió la derrota de primera mano. Y, según se dice, sufrió las miserias que cayeron sobre tantos de sus compatriotas, obligado a regresar clandestinamente a Rusia.

La humillación y la indigencia de la antigua URSS contrastaron con el estallido de triunfalismo y la prosperidad de Occidente.

Eso lo convenció, según ha dicho, de que el fin de la URSS fue «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX», el cual vivió también dos guerras mundiales.

Ello alimentó en él un deseo de revancha, mientras la OTAN y la Unión Europea se expandían para incorporar a los antiguos súdbitos de Moscú.

Para Putin, su misión histórica era frenar la invasión de su zona de influencia y en nombre de la seguridad de Rusia, Ucrania se convirtió en una línea roja.

En su visión, si Rusia «no resuelve esta cuestión de la seguridad, Ucrania estará en la OTAN «, y después de eso, «los cohetes de la OTAN estarán en Moscú».

Para Putin, su vecino se equivoca al verse como víctima. Considera que las dos revoluciones ucranianas en 2005 y 2014 contra las élites prorrusas fueron el resultado de conspiraciones occidentales.

Para el jefe del Kremlin, Moscú tiene que mostrarse fuerte, por que ceder no está en su naturaleza. «Si el combate es inevitable, hay que golpear primero», declaró en 2015. Una de sus institutrices, Vera Gurevitch, contó que a los 14 años, el joven Vladimir, después de romper la pierna de un amigo, proclamó que algunos «solo entienden por la fuerza».

En 2008, según la prensa rusa y estadounidense, Putin aseguró a su par estadounidense, George W. Bush, que Ucrania «no es un Estado». En diciembre pasado, proclamó en su conferencia de prensa anual que ese país es un invento de Lenin.

Meses antes, en un artículo titulado «De la unidad histórica de rusos y ucranianos», Putin explicaba las acciones de su vecino como parte de un complot «anti Rusia» de Estados Unidos y sus aliados. Occidente habría creado «un sistema político ucraniano en el que pueden cambiar los presidentes, los miembros del parlamento y los ministros, pero no el rumbo secesionista y su animosidad hacia Rusia», agregó. Bajo esa lógica, los 100.000 soldados rusos actualmente en la frontera con Ucrania no son una amenaza. «Una guerra no constituye un ataque contra Ucrania, sino una liberación del pueblo ucraniano del ocupante extranjero».

En suma, se trata del poder ruso de restaurar el curso natural de las cosas en Ucrania y más allá.

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