BELLAS Y AIROSAS/ Prefiero el 9 de mayo

ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). El miércoles es diez de mayo y la sociedad patriarcal/capitalista/consumista/tradicional/conservadora nos exige entregarle un regalo a la mujer que nos dio la vida. Todo está más caro que nunca, los restaurantes por una vez al año son concurridos por las llamadas “cabecitas blancas” y la publicidad a cada segundo te recomienda qué regalar. Las escuelas primarias siguen con sus festivales donde hay recitaciones y bailables hasta la ignominia.

Es curioso, pero fue precisamente mi mamá, Artemia Carballido, quien me enseñó a no celebrar nada ese día. Sin duda, porque un día antes, el 9 de mayo, es su cumpleaños y prefería que le festejáramos un año más de vida.

Entonces me acostumbré durante la infancia a cantarle las mañanitas en esa fecha mientras colocábamos las velas en su pastel. Ya adolescente me encantaba despedirla con cariño porque se iba de viaje con mi papá, a veces a su adorado Acapulco o a su tierra oaxaqueña. Ahora, que ya no vivo en la ciudad de México y soy oveja negra, la llamo para desearle un lindo día que disfrutará con mis hermanas ovejas rosas. El 10 de mayo, es por eso un día más.

Esta decisión de mi mamá no es de feminista ni de rebelde furibunda, pero sí fue tomada con el corazón, posiblemente porque ese día que ella nació su madre perdió la vida. El 9 de mayo ella llegó a este mundo, pero al mismo tiempo mi abuela se fue para siempre. Por eso, lleva su nombre: Artemia.

Mi abuela era una niña cuando trajo al mundo a mi mamá. Año, 1929. Lugar, Ejutla, Oaxaca. Nunca hemos sabido bien esa historia. Yo imagino que por la época, la edad de mi abuela, las condiciones de vida y el escenario de su parto fueron determinantes para que pasara lo que pasó. Gritos y silencio, Vida y muerte. Una bebé que jamás recibió el calor maternal ni el primer beso de amor. Sin embargo, mi mamá tuvo muchas mamás, y con ella eso de madre sólo hay una, no pudo aplicarse.

La amamantó mi tía Natividad, que hacía un mes había dado a luz a un niño. Fue cuidada y educada por mi tía Elvira, la misma por quien yo me llamó así. Tuvo como cómplice de sus travesuras a mi tía Concha, son casi de la misma edad. De confidente a mi Tía Herlinda. Y la palabra mamá siempre fue acompañada del nombre Tere, mi bisabuela. Mamá Tere le dio todo el amor maternal que ya no pudo recibir de la mujer que la parió.

Mi abuelo Joaquín Carballido no era muy querido por la familia de mi madre, todas mujeres, quizá por eso ellas decidieron hacerse cargo de esa pequeña bebé. Tiempo después, él se volvió a casar y su nueva esposa no quiso junto a ella a la hija de otra mujer. Entonces, mi mamá definitivamente formó parte del matriarcado García. Aunque tiempo después sus cuatro hijas fuimos testigos del día que tanto mi abuelo como su esposa fueron a pedirle perdón y se los dimos de corazón, tanto que también le empezamos decir abuela a doña Rosalía, la mujer de mi abuelo. Además, sus hijos, fueron cobijados por mi mamá que siempre les dio asilo en la casa, ahí vivieron durante un tiempo mis tíos René, Adán y Andrés, así como sus medias hermanas Eva y Elena. El corazón de mi madre siempre ha sido muy generoso, ayuda a toda persona que le pide apoyo.

Posiblemente por su sangre oaxaqueña, el ejemplo de matriarcado y la ausencia materna provocaron en mi mamá una extraña combinación es amorosa-exigente, generosa-celosa, orgullosa-emotiva. A cada una de sus hijas nos educó igual. Fue absolutamente consentidora a la hora de hacer los trabajos domésticos, nunca nos dejó lavar ni planchar, prefería vernos con un libro o escribiendo. Complaciente al elegir la comida del día, nunca nos forzó a comer nada que no nos gustara. A la vez fue terriblemente exigente para el estudio y la disciplina escolar. Celosa de cualquier galán que se nos acercara, los podía correr a escobazos. Y una frase constante: “Estudien para que solamente dependan de ustedes mismas”.

Yo fui la primera de sus hijas en decidir embarazarse y fue absolutamente solidaria conmigo. Me acompañaba al ginecólogo, lloró conmigo cuando distinguimos la carita de mi hijo en el ultrasonido. Me bañó durante 40 días después de mi cesárea. Fue la amiga solidaria que siempre cuidó a mi hijo cuando era pequeño para que yo hiciera la maestría y el doctorado. Nunca ha entendido mi vida, pero solamente se queja de ello con mis hermanas pues me presume cuando puede porque soy profesora, periodista, escritora, investigadora, esposa y mamá.

Sigue caminando por las calles de la mano de mi papá. Y se queja de todas las enfermedades que por suerte no tiene.

Y cuando llega el 10 de mayo olvido celebrarlo sin culpa ni contradicciones porque toda mi vida he preferido celebrar el 9 de mayo hoy de lejos, siempre cerca de mi corazón donde quiere que yo esté.

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