Genocidio es matar a miles de hombres,
mujeres y niños palestinos
que ya no podrán multiplicar su estirpe.
JOSÉ ANTONIO ASPIROS VILLAGÓMEZ
Recibimos la visita de Anita García Villegas y Hedy Elizabeth García Ábrego, viuda y hermana, respectivamente, del periodista y escritor Octavio Raziel (1942-2019), quienes nos trajeron ejemplares de dos obras póstumas de nuestro extrañado amigo: la novela Un asesino en la cocina y el libro de relatos La vida como es…, que faltaban en nuestra colección de publicaciones suyas.
Conocimos a Octavio en los remotos tiempos que ambos fuimos reporteros en diferentes medios de información, pero nuestra amistad fuera del trabajo comenzó hace poco más de dos décadas, al ingresar ambos como socios al Club Primera Plana.
Fue entonces cuando descubrimos que, además de su destacada labor reporteril en El Nacional desde 1963 hasta que ese periódico casi septuagenario fue cerrado por Ernesto Zedillo en 1998, Octavio Raziel García Ábrego también tenía inquietudes literarias y escribía poesía, cuento y novela. Los protagonistas de sus historias fueron Laura, Alberto y San Compadre, el segundo de ellos sosías del autor, y el tercero, heraldo de su pensamiento filosófico.
El contenido de los dos libros ya lo conocíamos. Un asesino en la cocina se llamó originalmente El pinche y en 2012 Octavio Raziel nos pidió escribir un prólogo que finalmente no se publicó, mientras que La vida como es… reúne una selección temática de los artículos semanales que durante varios años escribió con ese título.
Lector desde su infancia y dueño de una vida plena en la que tuvo actividades inconexas entre sí -desde cerrajero y marino hasta periodista y funcionario público-, Octavio Raziel fue también un minimalista.
Él explicaba a sus amistades y familiares por qué, y lo reflejó en su hogar, en su vida, en sus textos y también en su actitud filosófica, muy centrada en el momento presente sin importar el ayer y el mañana.
Así, minimalista, es la historia que narra en Un asesino en la cocina, la novela-reportaje editada finalmente en 2020 por Comunicadores Unidos AC y Club Primera Plana, y que dedicó a su esposa Anita, “mi Penélope”.
Con pocos elementos argumentales, describe breves pero intensas aventuras de un puñado de personajes a lo largo de unas 50 mil palabras (256 páginas), donde incorpora toda suerte de datos a manera de sustancioso contexto: deleitables leyendas, poemas, citas eruditas, cavilaciones y hasta recetas de cocina, éstas de manera más natural, desde luego, porque los actores centrales estudiaron para chefs y trabajan en un restaurante.
La historia se hace eco de cierta realidad mexicana: presenta a un líder de la vieja guardia a quien quiere eliminar su compadre, el gobernador, porque le estorba para los negocios familiares; a un jefe de origen extranjero que es duro con los trabajadores mexicanos; a interlocutores de todo tipo: honestos unos, oportunistas otros, así como mercenarios y traidores, y como figura central al propio ayudante de cocina quien, habiéndose graduado de chef, acepta un puesto menor en un elegante restaurante de Cuernavaca.
Así se funden dos historias: la blanca y tierna –pero dura, al final- del pinche y su amiga japonesa, y la paralela que refiere toda la trama policiaca con su desenlace teñido de rojo. Y cuando en la novela el suspenso va en aumento, el autor le baja intensidad (que luego retoma) y opta por el recurso de los vericuetos cultos.
El relato rompe su estilo lineal cuando el pinche y su pareja hablan de su vida pasada, y aunque narrado en tercera persona, tiene muchos diálogos además de pormenorizadas descripciones de lugares, inmuebles, situaciones y utensilios de cocina. Dedica un capítulo muy entretenido a las especias, sus relaciones astrales y sus efectos sobre los seres, que hace olvidar por momentos las intrigas y los amoríos que presenta el argumento.
Otro ejemplo de cómo la historia es sazonada con acotaciones, se da cuando, después de un viaje relámpago de la pareja a Acapulco, la trama central continúa con el caso de un mafioso al que trataron de envenenar, y el siguiente capítulo presenta un ameno informe de cómo resisten los mexicanos las intoxicaciones y qué seres famosos en el mundo han muerto envenenados.
Alberto, el personaje eje en todas las novelas de este autor, en ésta puede parecer un tanto inverosímil porque en sus pláticas con su protegida y amante Ryu hace derroche de erudición y cultura literaria, y tiene muchas remembranzas y anécdotas como si se tratara de alguien de mayor edad. También da muestras de tener un conocimiento amplio de la cultura japonesa, en especial de sus artes culinarias y su literatura. Menciona títulos y autores nipones y cita o reproduce textos de ellos.
Se vale porque, también así, el reto y el disfrute de la lectura no cesan al tener que seguir la trama y su desenlace entre tantas y tan extensas y variadas acotaciones. El menú -esto es, cada capítulo- es generoso y Un asesino en la cocina como novela se lleva palmas en ello, si bien el pinche como protagonista nos deja con la sensación de suspenso. Al lector le toca sacar sus conclusiones. (Concluirá)