MARTÍN MARTÍNEZ OLVERA (SemMéxico, Chilpancingo, Guerrero). La memoria, es algo más que traer al presente hechos del momento y del tiempo anterior que vivimos, que documentamos, que estudiamos, que registramos. La memoria puede ser la espina más dolorosa que incomoda la vida presente hasta hacerla insufrible o puede ser la inspiración o el aliento para no claudicar.
En la política la memoria es el factor que se usa y desecha. Cuanto vale tu presente económico y electoralmente puede superar la acción más precisa y oportuna de sobrevivencia del pasado, y al mismo tiempo tiene la característica de ser manejada con abrazo y sonrisa, mismos que no recomponen el contexto grupal porque en estos si la memoria es pedrada punzante que busca ser cobrada como moneda de alto valor en cuanto sea posible.
Por eso el pasado no es el referente más alentador para no repetir acciones, sino el espejo más cruel en el que deben mirar su futuro, y el de sus descendientes, la clase política, porque inexorablemente ese será también su destino.
Si el presente es tan valioso la pregunta podría ser ¿Por qué se patea con tanto odio?, ¿Por qué se desdeña como lo único seguro que se tiene?; y al mismo tiempo, si el pasado no tiene valor ¿tendrá que ver apostarle al olvido para actuar con cambio de valores si el destino final estará en el desdén hacia esa acción que será olvidada?
La cultura, por ejemplo, ha tenido la oportunidad de sobrevivir porque no ha sido arrebatada para ser administrada, sino retenida por sus poseedores para ser valorada. Cuando la cultura logra permear la indiferente idea de que no tiene valor político para ser manejado, estará en la vertiente de ser un valor a defender. Pero cuando no logra cruzar ese límite y el mismo no se nutre con una acción de repetición, solo servirá para el registro de bitácora económico.
Parece que está ocurriendo eso al dejar de manejar como política pública a las actividades cívicas y ser trasladadas al espacio de la cultura.
Parece que va más con el fin de ir disminuyendo la influencia de la historia, que en el reconocimiento de la misma.
Baste ver que el referente cultural del momento está representado por las famosas “selfis” como una acción de “influencer” que en el de volcar la atención en la difusión de lo que se atiende, como un ejemplo de que también esas expresiones culturales llevan el mismo destino, ser borradas.
¿Por qué estaría, según nuestra percepción en esa ruta el cambio de la Secretaría General de Gobierno, de las actividades cívicas, al de cultura? ¿Por la búsqueda de escribir una nueva historia?
Si la historia no se revisa con seriedad con mirada de lo que pueda ser el futuro, solo seremos una sociedad aplaudidora de presente para dejar de lado cualquier intento de cambiar. Cuando borras la historia, cuando dejas de considerarla necesaria, y buscas establecer una nueva sin pasado, no se está actuando con sabiduría, sino con cálculo. Despojar del pasado es hacer perder aliento, quizá eso se busca cuando los homenajes a ex gobernadores se colocan al rango de a pie, para bajarlos y dejarlos en el suelo para ser recogidos solo por quienes tienen la pertenencia familiar. ¿Surrealismo?