CÉSAR VELÁZQUEZ ROBLES (Sinaloa). El en mundo de las relaciones internacionales, el presidente López Obrador está actuando como un chivo en cristalería. Va causando cada estropicio que está dejando cada vez más mal parada la doctrina Estrada, algo de lo que México podía presumir por sus tesis de la autodeterminación de los pueblos y el rechazo a la injerencia exterior en los asuntos internos que, por cierto, en estas épocas, con la existencia de muchas entidades suprasoberanas como causa y efecto de la globalización, pasan a tener un espacio más limitado. Aquel cuento de que “la mejor política exterior es una buena política interior”, ha tenido su traducción práctica en los no pocos desencuentros internos con un discurso excluyente hacia distintos actores de la vida pública del país, y que se proyecta también al ámbito de las relaciones con otros países, a los que se exige y demanda reconocimiento de errores pasados, un ejercicio crítico y autocrítico del papel desempeñado en acontecimientos históricos, como es el caso de España, o el caso de Austria, al que se califica de “egoísta” por su negativa a prestar el famoso penacho de Moctezuma, para cerrar con el caso de la canciller panameña que por el rechazo de su gobierno a entregar el plácet para Pedro Salmerón como embajador, calificó de “Santa Inquisición”.
Ayer miércoles 10 de febrero, después de un descanso de dos o tres meses, decidió retomar su querella con España. Recordó la falta de respuesta al reclamo histórico de México, la emprendió contra las empresas españolas que, en una especie de “reconquista”, se extienden por el país haciendo pingües negocios, y llamando a hacer una “pausa” en las relaciones diplomáticas para que dar oportunidad a las partes de reflexionar sobre el papel desempeñado en este periodo. Claro que el tema cayó en la opinión pública como una bomba, pues no es un tema crucial en la agenda, pero impuestos a que el presidente marque el ritmo y el volumen de la conversación colectiva, ahí estamos, otra vez, todos hablando del asunto. Quizá fue la molestia por el retraso en el otorgamiento del plácet a Quirino –finalmente otorgado, según comunicó el ministro español de Exteriores a su homólogo mexicano en días pasados— lo que ocasionó la “muina” presidencial, pero lo real es que el asunto ahora no venía “ni al caso”, como dicen los plebes.
Es cierto, sin embargo, que el asunto no es menor. No decretó ruptura de relaciones, optó por la palabra pausa, que en el lenguaje diplomático no tiene significado práctico, pero introduce un enorme ruido en la relación con un país cuyas inversiones en México alcanzan 76 mil millones de dólares, el 12 por ciento de la inversión extranjera total, además de que puede dificultar la renovación del Tratado de Libre Comercio México-Unión Europea, para cuya firma, hace ya poco más de 20 años, fue decisivo el respaldo de las autoridades españolas.
Es cierto que la política exterior de un país es por lo general una política de Estado, esto es, tiene el consenso de todas las fuerzas políticas, con las que se discuten medidas y decisiones de trascendencia. En este caso, en el anuncio de la pausa en las relaciones, como en muchos otros, fue una decisión imprevista, no consultada con nadie, ni con la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso, y seguramente recibirá un rechazo masivo. México, aunque lo piense el presidente, no es un país de un solo hombre.
El damnificado: Quirino Ordaz Coppel
En este exabrupto presidencial, hay un damnificado: Quirino Ordaz Coppel, quien ya tenía el plácet en la bolsa, según lo había informado Marcelo Ebrard. Las primeras declaraciones del senador Ricardo Monreal, en el sentido de que el trámite para su aprobación en la cámara alta seguiría su curso normal, aunque luego de la pausa anunciada, no puede saberse qué pasará: “Nosotros no nos vamos a detener, nosotros vamos a continuar con nuestro trabajo. Si nos llega el nombramiento, ya otorgado el beneplácito convocaremos y lo votaremos en la comisión de Relaciones Exteriores, según sea el caso”.
Lo más probable es que Quirino no llegue a ocupar el cargo de embajador, aunque podría recibir en compensación, algún puesto en la administración pública federal, una subsecretaría, alguna dirección general de relevancia. Ha hecho mérito en estos cuatro o cinco meses transcurridos, y el presidente sabrá reconocerlo. Veremos.