CÉSAR VELÁZQUEZ ROBLES (Sinaloa). Concluía mi colaboración de ayer miércoles señalando que en el campo de la economía, los desafíos para este 2022 son la recuperación del crecimiento, la generación de empleos, el restablecimiento de la confianza entre los agentes productivos y sociales, y mejorar la capacidad de atracción de inversiones. Lo apuntaba en los siguientes términos: «El discurso gubernamental sobre el papel de la inversión privada como motor del crecimiento choca con la realidad. La pérdida de confianza, la incertidumbre, el desconocimiento de contratos producen un desasosiego generalizado que afecta las posibilidades de recuperación de la capacidad de crecimiento. Nunca es tarde para rectificar. El gobierno puede y debe hacerlo sin desdoro de sus principios y estrategias. Baste con entender que le corresponde sentar a todos los factores reales de poder para acercar posiciones, llegar a acuerdos y consensos para recuperar la senda perdida.” Ayer mismo, el presidente López Obrador anunció un nuevo plan de inversiones en infraestructuras en el que, dijo, están trabajando de manera conjunta la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y el Consejo Coordinador Empresarial, en el marco del modelo de asociación público-privada. Sin duda, una idea muy buena: la convergencia de los sectores público y privado en el propósito de alentar el crecimiento de la economía, creando, uno, el mejoramiento de las condiciones para la expansión de la actividad económica y, el otro, disponiendo del ambiente para desarrollar inversiones con efecto acumulativo. No es, por supuesto, una idea novedosa, y ha sido una estrategia muy utilizada en la Europa continental, aunque no exenta de enjuiciamientos críticos por casos en los que ha imperado la opacidad y la falta de transparencia.
Apuntaba también que éste es el tercer plan de inversiones que se anuncia. Al igual que con los dos anteriores, de nuevo se pone en marcha toda una parafernalia institucional para aparentar un consenso que marca el rumbo, cuando lo que impera es el desacuerdo, el disenso, el desencuentro, la falta de confianza de los actores productivos. No solo hay desconfianza en el compromiso gubernamental de respetar las reglas del juego, los contratos o los derechos de propiedad, como se ha advertido prácticamente desde el inicio de la actual administración, sino que hay un discurso endurecido que desprecia al empresariado, y que puede sintetizarse en aquella frase terrible pronunciada por el presidente en los momentos más duros de la crisis sanitaria y económica, en que cientos de miles de micro, pequeñas y medianas empresas eran arrasadas : “si tienen que quebrar, que quiebren”.
Lo cierto, lo real, es que de los dos primeros programas de inversión en infraestructuras anunciados no hay prácticamente nada que rescatar. Ambos se aprobaron en octubre y diciembre de 2020 e implicaban un monto de 526 mil millones de pesos, para desarrollar casi setenta proyectos. ¿Qué ha sido de esos proyectos? Bueno, el presidente dijo que en breve se informará de los resultados, aunque por declaraciones de algunos de los dirigentes empresariales, no hay mucho que esperar: la falta factibilidad financiera y la ausencia de proyectos ejecutivos terminó por retrasarlos. Pero nada de esto es óbice para que el presidente siga instalado en su burbuja de irrealidad. Para él no hay problemas económicos estructurales o coyunturales que no puedan ser resueltos gracias a las enormes capacidades y potencialidades del país, y por efecto del acuerdo comercial de América del Norte: “Fue un acierto el firmar el nuevo Tratado, (…) tenemos garantizada la inversión. México tiene condiciones muy favorables en el concierto de las naciones, es un país atractivo para la inversión, por eso no nos está costando mucho la recuperación en lo económico. Está llegando inversión”.
Nunca es tarde para rectificar. Ojalá que este anuncio que se materializará a fines de enero, sea el principio de un cambio en el trato, en las relaciones con los actores productivos. Se trata de restituir la confianza, de recuperar capital social, de renunciar a un lenguaje beligerante y poner el liderazgo y la legitimidad indiscutible de que disfruta no al servicio de un grupo, una corriente o un partido, sino al servicio del país.