BELLAS Y AIROSAS/ Ser Positiva

ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). No me torture mucho— supliqué a la señorita que se acercó a la ventanilla del auto.

No se mueva y será más fácil tomar la prueba—dijo con amable comprensión, pese al cubrebocas, yo alcancé a ver una sonrisa en su rostro.

El gran cotonete de algodón esterilizado penetró lentamente cada una de mis fosas nasales. Fue un cosquilleo suave, pero al mismo tiempo invasor. Cerré los ojos, supliqué que no estuviera enferma, aunque los síntomas ya advertían el diagnóstico.

Después de dos años y medio de estar confinada, de salir a trabajar con todos los cuidados posibles, de usar cubrebocas, llevar mi gel a todos lados, de lavarme las manos a cada rato, de evitar saludar de beso y de mano, de tener culpa cuando se me escapaba un abrazo, de animarme a viajar poco a poco, el coronavirus logró alcanzarme.

Mi hijo se pregunta a cada rato dónde pudimos infectarnos si cumplimos con todas las pautas de protocolo para prevenir el contagio. Es cierto, nos atrevimos a salir de vacaciones, ay, anhelaba tanto ver el mar, pero nos fuimos cargados de cubrebocas y gel antibacterial de bolsillo. En el hotel se garantizó toda la higiene posible, a la entrada de los elevadores había gel, videos de cómo se limpiaban las habitaciones, por cierto, tan bellas, cuando entramos a la nuestra un murmullo de admiración salió del fondo de nuestro corazón al ver el gran ventanal que daba una vista hermosa de la Bahía de Acapulco. Siempre huimos de las multitudes, así que visitamos una playa poco concurrida. Nos quedamos en la alberca cuando ya había poca gente chapoteando. En cada restaurante pedíamos nos dieran gel. Y pese a todo, yo empecé a sentirme cansada el día que veníamos de regreso.

Quisimos pasar unos días en la Ciudad de México, pero al volver de cenar, caminábamos por Tlalpan y me fatigué mucho. A la hora que traté dormir, no podía. Todo el cuerpo me dolía. Daba vueltas y vueltas en la cama, prendía y apagaba la tele, me levantaba a ver pasar los coches por la ventana, caminaba por la habitación y dentro de mí la incertidumbre que no quería confesar: “Chin, me contagié de Covid”. Mi esposo despertó y también calló esa duda, tratando de animarme me dijo: “Es el cansancio del viaje, además ya somos gente mayor, seis décadas no es lo mismo que cuando éramos treintañeros y nos íbamos de paseo.”

Al otro día, yo quería ir a la exposición de Mafalda que estaba en el Centro Histórico, pero la fatiga era ya insoportable. Decidí llamar a un amigo querido, Rodrigo Rodríguez, que me había compartido alguna vez que había sido muy bien atendido vía digital por un médico. Le mandé mensaje y no tardó en pasarme los datos. El Dr. Marco Garnica respondió de inmediato, fue muy amable y dijo que lo mejor de todo era avisar a un especialista ante los primeros síntomas. Nos mandó un medicamento, propuso que tomáramos temperatura, presión y oxigenación para enviarla en determinados lapsos del día. No dejó de estar al pendiente de nuestra salud, aunque le comenté que ya nos regresaríamos a Pachuca y allá teníamos a nuestro médico familiar a quien queríamos ir a ver. Pese a todo, no dejó de estar al pendiente.

Al llegar a la Bellairosa, no sé por qué, pero sentí estar a salvo. De inmediato el doctor César Espinoza nos pidió hacernos la prueba para confirmar que efectivamente era coronavirus. Fui la valiente.

Luego de que mi nariz recibió esa extraña visita, las enfermeras aseguraron que en 20 minutos me darían el resultado. Así fue. El mensaje en mi celular decía: Positivo.

Ningún reclamo, ninguna maldición, un poco de miedo, mucha fuerza para enfrentar esa situación. En unos segundos compartí el resultado y el doctor César dio indicaciones, una lista de medicamentos, recomendación de reposo y mucha paciencia.

En mi casa solamente se escuchaban ecos de tos, estornudos, diferentes maneras de sonarse la nariz y una pregunta constante: ¿Cómo te sientes? Mi esposo Alfredo y yo, nos cuidábamos olvidando nuestros propios malestares. Mi hijo se apapachaba con su novia Lucy que se fue de vacaciones con nosotros y también fue contagiada. Inventamos un aquelarre de la salud, alrededor de nuestra mesa, yo servía agua y repartía cada medicamente. Al tomar la vitamina C, mientras burbujeaba, brindábamos pidiendo salud, salud, mucha salud. Ay, pero ese dolor del cuerpo, si que nos quebraba, me sentía Frida y su columna rota.

Teníamos miedo, pero nadie lo manifestaba, agradecíamos ser una población privilegiada porque nos habíamos vacunado, cada uno tenía sus tres dosis, fuimos atendidos a tiempo, pudimos pagar los medicamentos sin problema, tener atención de calidad y un trato muy humano. Fue suerte. Además, son invaluables las buenas vibras de grandes amistades, el cariño de gente querida que nos fortalecía. Fue tan conmovedor recibir mensajes de apoyo, llamadas ofreciendo ayuda. Ver desde la ventana de mi recámara a mi amiga Silvia Rodríguez bajando de un taxi para dejarnos una canasta de fruta a la puerta de mi casa.

Qué decir de nuestros queridos vecinos, Atanacio Muñoz e Hilda Godínez, nos hicieron de desayunar y comer. Tanto cariño expresado en las redes sociales.

Mi querido jefe, el Dr. Agustín Sosa Castelán, de inmediato me contactó con el médico de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo para que hicieran un seguimiento de mi caso y me brindaran apoyo. Así fue como el doctor Miguel Islas me atendió y cada día me llaman para ver mi evolución. Tal vez ya pueda volver a trabajar la otra semana.

Han sido tiempos muy difíciles, el encierro ha sido raro, salir no deja de ser complicado, oscilar entre volver a los días de libertad o mantenerse en cautiverio.

No culpamos a nadie ni a nada, agradecemos esta suerte de que la enfermedad no fue tan cruel con nuestro organismo, que somos personas sanas, que podemos contar con el apoyo de excelentes servicios, el cariño de tanta gente, apoyos invaluables. Y sí, soy positiva.

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