TERE MOLLÁ CASTELLS
SemMéxico, Ontinyent, Valencia, España. Por todas y todos es conocida que la violencia psicológica es una de las más desconocida de las violencias machistas. Puede ejercerse durante años y no ser identificada por las víctimas, desgraciadamente para ellas.
Y digo esto porque las va desgastando y va mermando su capacidad tanto de análisis como de reacción, hasta dejarlas completamente anuladas y a merced del maltratador.
Como digo, el proceso puede durar años. Y durante ese tiempo la víctima va “cediendo” sus propios espacios físicos, psicológicos y emocionales a su verdugo.
Durante ese proceso suele tener lugar una situación curiosa. El maltratador va llevando a su víctima a los espacios en donde hubiera podido estar con anterioridad con otras personas, de forma que el último recuerdo que le quede a la víctima sea el de su visita con él.
Se trata de colonizar la memoria de la víctima poco a poco de forma y manera que al final en la memoria de ella solo quede la presencia de él, anulando cualquier otra presencia no deseada, sea esta de parejas anteriores o de amistades que a él no le guste que estén en la vida de ella.
Es un proceso largo, como digo, pero efectivo y del que solo puede salir la víctima si deja a su verdugo y detecta esta estratagema, por la cual él se ha apropiado y colonizado su memoria.
A ella, a la víctima, le va a tocar “recolocar” sus propios recuerdos y darle a él el papel que ella considere. O ninguno.
Un proceso, a la par que largo, doloroso, al ir comprobando la víctima que tanto su tiempo como su memoria ha sido invadido y colonizado con el único fin de dejarla más sola si cabe.
Se necesita ayuda especializada para poder recolocar las cosas en su sitio y que la memoria vuelva a funcionar de forma ajustada a la propia realidad y no a una realidad impuesta y, en demasiadas ocasiones no deseada.
Si hablo de este tema y de este “nuevo” concepto es porque lo viví en primera persona hace años y sé lo que me costó detectarlo y corregirlo.
Puede parecer una tontería, pero no lo es en absoluto, porque hay momentos en los que crees que lo que has vivido es la vida de otra persona que estaba contigo, en algún momento.
De hecho, el “vampiro” primero hace acopio desde el presunto cariño, de la información relativa a los lugares visitados con otras personas, para después proponerte revisitar esos lugares con él para que tu último recuerdo sea ese, el de la visita con él, y las previas queden diluidas en la memoria.
No sé si a otras amigas y compañeras de vida les puede haber pasado algo parecido o no, pero por si acaso, aquí queda mi definición, porque lo que no se nombra no existe. Y este fenómeno existe, doy fe de ello.
Por ello, por si alguna lo ha vivido y no lo ha sabido nombrar, les propongo esta definición: Colonización de la memoria, como forma de violencia simbólica y, a su vez, psicológica. Y estaría por afirmar que también lo es estructural porque permite mantener el orden jerárquico de las situaciones y del patriarcado en estado esencial.
Por todo ello, estemos atentas a lo que ocurre con los vampiros de nuestras memorias que solo a nosotras nos pertenecen.