MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). Siempre se agradecen las narraciones que están salpicadas con notas de humor, aunque éste sea sarcástico o negro. Y si, además, dan cuenta de hechos sorprendentes, la lectura es amable, divertida e interesante. Eso pasa cuando se leen los libros de Tori Telfer quien se ha especializado en escribir sobre mujeres que trastocan la imagen de abnegación, bondad, generosidad y entrega a los demás, instalada en los imaginarios colectivos. Telfer, la autora de “Damas asesinas”, tiene una notoria inclinación por visibilizar, en sus libros, a las mujeres -traspasando todos los estereotipos- y, por supuesto, los límites; mujeres criminales, tan propensas a la violencia, la maldad y el sadismo, como sus pares, los varones. Lo que también ayuda a comprender que, en cuanto a frecuencias, ellos se llevan el premio mayor, ya que, de cada cien abominables asesinatos, ellos son responsables de más de 95.
El exhibir, apoyada en documentos históricos (juicios de los que se conservan las actas, registros de acusaciones, oficios, testimonios y un gran etcétera), las inclinaciones delictivas de algunas mujeres es una manera de poner el énfasis sobre lo que siempre hemos sabido: que los hombres no tienen la exclusividad sobre el mal, la mentira, la perversión o el engaño, y que las mujeres también pueden elegir conscientemente irse al infierno.
En “Damas asesinas” Telfer presenta 14 historias; todas impresionan porque se trata de mujeres realmente crueles y sanguinarias, en el más estricto sentido de estos dos conceptos. Impresiona la abominable historia de la Condesa Sangrienta, a quien se le atribuyen más de 600 asesinatos de jovencitas y de quien ya escribieron Alejandra Pizarnik y Valentine Penrose. No faltan las envenenadoras famosas que asesinaron a tiempo completo; ni la abuelita asesina, pero muy alegre y risueña. Destaca la historia de la rusa torturadora, Nikolayevna Saltykova que en los años de esplendor del imperio ruso fue juzgada como la responsable de 38 asesinatos y sospechosa de más de 25.
La historia de las húngaras asesinas aborda el tema de un colectivo de membresía limitada y femenina: «Los Ángeles de la Muerte», que asesinaron con total impunidad por más de 20 años a maridos violentos, niñas y niños a quienes no se les podía mantener por la extrema pobreza, hermanos miserables o ambiciosos, o cualquier persona que estorbara los planes, deseos o convicciones de esas mujeres.
“Maestras del engaño”, el segundo libro de Telfer que aborda el tema de las mujeres criminales, cuenta las historias de estafadoras, timadoras y embaucadoras famosas. Mujeres que, con imaginación, astucia y audacia, engañaron y timaron a cientos de personas, de las maneras más diversas. Algunas se salieron con la suya, con mayor o menor éxito, otras, pagaron sus fabulaciones la cárcel.
En “Maestras del engaño”, Tori Telfer reúne en cuatro secciones (celebridades, visionarias, fabulistas y trotamundos) las historias de las mujeres a quienes la historia reconoce como las mayores estafadoras. Mujeres -dice la autora- que han llevado a sus víctimas al “borde del suicidio”, que han vaciado cuentas de banco y estafado millones, que han abusado, robado, mentido, engañado y violentado a cientos de personas. Las estafadoras venden sueños, cuentos de hadas, futuros promisorios, promesas que no valen ni la saliva que se gasta en pronunciarlas.
Las embaucadoras despojan sin miramientos y aprovechan esa necesidad de esperanza que tienen las personas. A cambio de esas esperanzas, les dejan una íntima humillación y, al saberse engañadas, exprimidas y utilizadas, el profundo convencimiento de su propia estupidez.
La historia de Jeanne de Saint Rémy, autodenominada Condesa de La Motte, que se hizo pasar por la mejor amiga de María Antonieta en Francia, da cuenta de hasta donde lleva ese deseo de la nobleza de ser, o llegar a ser un favorito, pagando fortunas para ello. Un deseo que nubla razón, juicio y prudencia, convirtiendo en el hazmerreír al timado y en una especie de vengadora del pueblo a la timadora, que por cierto acabó en la cárcel.
La canadiense Elizabeth Bigley, que se transformó en la norteamericana Cassie Chadwick, inició su carrera de embaucadora desde muy joven, pero su mayor estafa se centró en hacerse pasar por hija ilegítima del hombre más rico de Estados Unidos, Andrew Carnegie, pidiendo préstamos que él reembolsaría. Así, logró reunir más de dos millones de dólares que le brindaron la ingenuidad y la codicia.
Capítulo aparte merecen las espiritistas, las clarividentes y las médiums, todas farsantes, algunas más divertidas que otras. Desde las hermanas Fox, que por aburrimiento empezaron fastidiando a una madre crédula con ruiditos, toquecitos y voces, fueron perfeccionando sus técnicas fraudulentas para “hablar con los muertos” y expandieron su negocio de “médiums escribientes” por todo Estados Unidos, hasta la historia de Dorothy Mattews, conocida como Fu Futtam, “yogui científica de las Indias Orientales” que, con aceites, lociones y largas bendiciones curaba la soledad, la desesperanza y la tristeza.
Ni que decir de las Anastasias, todas aquellas embaucadoras que se han hecho pasar por la hija menor del último zar de Rusia, Nicolás, que murió asesinado junto con toda su familia, poniéndole fin a la dinastía de los Romanov. Alguna ni siquiera hablaba el ruso, pero eso es un detallito sin importancia, cuando la rancia nobleza se presenta ante nuestra puerta vulnerable y desvalida.
Como las prácticas de la adivinación, del tarot, de la invocación de los espíritus y de la indiscutible presencia de los dioses en nuestras vidas nunca han sido ilegales, el libro entretiene con las historias de estas mujeres que tienen la característica de ser agradables, amables, interesantes y confiables. No importa lo inverosímil de cada historia, siempre encontraron alguien que les creyera, que las ayudara, que les confiara sus ahorros o que les comprara lo que vendían. Pudieron vivir de los demás por años porque ser estafado, timado o engañado da vergüenza, y la vergüenza es mejor tragarla en silencio y soledad.
Por eso, que salgan a la luz estas pequeñas biografías de mujeres delincuentes resulta interesante. Por un lado, porque demuestran que la maldad y la violencia no son un patrimonio exclusivamente masculino; y por otro, que hay mujeres verdaderamente audaces e imaginativas que cristalizaron sus fantasías, aprovechándose de la confianza y la buena fe de los demás.