VIDA Y LECTURA/ Todas necesitamos un pañuelo

MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). Tratando de ser medianamente responsable conmigo y con las y los otros, decidí que, ante la nueva embestida de la pandemia, me guardaría lo más posible en este comienzo de 2022, que sigue igual de incierto —sino es que más— que el 2021, aunque la inmensa mayoría sueñe con que será un año diferente.

Con más tiempo para leer, pensé que sería bueno dedicar unas horas para profundizar en las mujeres que han ganado el premio Nobel de literatura. Como se sabe la primera entrega de este premio se remonta a 1901 y le correspondió al poeta y ensayista francés René François Armand, “Sully”, Prudhomme. En mi opinión, para este primer premio se le dio más peso a la enérgica defensa que realizó Sully de Alfred Dreyfus que, a su obra literaria, pero esa es otra historia.

De 1901 a la fecha, 16 mujeres han sido reconocidas con el Nobel de Literatura. La lista la inició en 1909 la sueca Selma Lagerlöf y es fácil comprobar que hay solamente una mujer reconocida con este premio por cada nueve varones. El dato es, generalmente, explicado por la titánica persistencia para la invisibilización de las mujeres que han emprendido prácticamente todas las sociedades a lo largo de la historia.

Ordenando a las premiadas por país de nacimiento, se tiene a una escritora alemana, Nelly Sach, aunque compartió el premio con Samuel Yosef Agnon en 1966. Siguen la austriaca Elfriede Jelinek, premiada en 2004, y la bielorrusa Svetlana Alexievich en 2015. Canadá en 2013 honró a Alice Munro como maestra del cuento y por el galardón más codiciado. En 1945 le correspondió a la chilena Gabriela Mistral. Dinamarca se adjudica un nobel en literatura con Sigrid Undset en 1928, aunque se sigue discutiendo que si bien nació en ese país o si se le considera de Noruega.

Tres escritoras de Estados Unidos han recibido el nobel: Pearl Sydenstricker Buck en 1938, Toni Morrison en 1993 y Louise Glück en 2020. A Grazia Deleda de Italia le tocó en 1926 y a la inglesa Doris Lessing en 2007 (aunque nació en Irán y vivió más de 30 años en Rhodesia del Sur —ahora Zimbabwe—).

Polonia ha tenido a dos mujeres premio Nobel de literatura: en 1996, Wislawa Szymborska y, en 2018, Olga Tokarczuk. La rumana-alemana Herta Müller lo ganó en 2009 y, finalmente, en 1991, lo recibió Nadine Gordimer de Sudáfrica y ya hablamos de Selma Lagerlöf de Suecia que inició esta lista en 1909.

Dejando de lado, por ahora, a Nelly Sach —en alguna próxima ocasión comentaré un par de libros que niegan el holocausto y el sufrimiento de los judíos, que tan bien narró Nelly—, les sugiero un par de libros de Herta Müller. La elección de Müller obedece a que recordé su discurso al recibir el Nobel y la importancia que ella le daba a un simple, común, básico e inolvidable pañuelo, con su capacidad para narrar con evidente honestidad la cotidianidad de los desposeídos, de los más vulnerables, de los marginados y excluidos, víctimas de la opresión y expuestos a todo tipo de inhumanas infamias en manos de los que pueden, los que quieren y los que mandan.

Herta Müller es alemana, pero también es rumana; ella misma cuenta que no aprendió el rumano hasta que ingresó a la preparatoria. Y es esa dualidad la que le confiere una voz narrativa tan especial y le permite presentarnos la compleja y aterradora vida de una minoría (los suabos de origen alemán) en una Rumania dictatorial.

Su propia historia familiar —de la que casi no se habla— da para una de esas novelas que exigen muchos pañuelos en su lectura, porque a una fatalidad, le sigue otra y otra, hasta que todo queda ahogado en la desolación y expresado en frases cortas: abuelo granjero, expropiado, vigilado, marginado; padre transportista, nazi, vigilado, marginado; madre castigada, denunciada y cautiva durante varios años.

Realmente no puedo imaginar la vida en una dictadura como la de Nicolae Ceaușescu, pero pude entender lo perversa que resulta la combinación del deseo con la desesperanza en las páginas de El hombre es un gran faisán en el mundo y sentir —perpleja— la angustia de la impotencia.

Y si se sienten con energías para pensar, interpretar, revisar, releer y reflexionar, sin miedo a equivocarse entre metáforas, códigos, cánones y simbolismos desconocidos, emprendan la lectura de En tierras bajas, empezando por el relato del mismo nombre, que es el más largo de los 15 que integran este texto, y nos ubica en una realidad cruda, violenta y despiadada. Pero háganlo después de haber leído el tremendo discurso que Herta Müller preparó para recibir el Nobel de literatura en 2009 y para así saber por qué todas necesitamos, siempre, un pañuelo.

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