VIDA Y LECTURA/ Marta Aura Palacios

MARCELA ETERNOD ARÁMBURU. (SemMéxico, Aguascalientes). La primera vez que vi a Marta Aura —nombre corto, fuerte y desmaternizado— fue en un escenario a mediados de los años setenta, en una obra que causó mucho revuelo, “Los motivos del lobo”. La obra escrita por Sergio Magaña Hidalgo se basó en uno de esos sucesos policiacos de nota roja que tanto impactaban a la sociedad mexicana. Un tal Rafael Pérez fue arrestado porque había encerrado a su familia en una casona de la Ciudad de México, durante más de 15 años, prohibiéndoles todo contacto con el exterior, para preservarlos de la maldad. El mismo suceso inspiró la película de Arturo Ripstein “El Castillo de la Pureza”.

En el escenario, una menudita Marta Aura interpretaba a una de las hijas, con esa fuerza y destreza actoral que la caracterizaría a lo largo de toda su carrera. La obra mostraba a un padre, no recuerdo si loco y amoroso, o simplemente loco, empeñado en proteger a su familia de todos los males del mundo, encerrándolos en su propia casa, haciendo lo que la estricta disciplina paterna ordenaba, pero explorando sus espacios interiores: emocionales y sentimentales, únicamente con los miembros de la propia familia, logrando que Fortaleza, Azul, Lucero y Libertad experimenten desde curiosidad sexual, hasta odio, envidia o desprecio, soterrando todo en un mar de obediencia irracional.

Volví a ver a Marta Aura —poco tiempo después— en una de esas increíbles puestas en escena de los clásicos griegos que iluminó el teatro mexicano de los años 70 y acercó a miles de jóvenes, tanto al de vanguardia como al clásico. Se trataba de una de las tragedias que Sófocles escribió cinco siglos antes de nuestra era: “Antígona” (hija de aquel Edipo parricida e incestuoso) que, ante la muerte de sus hermanos (Polinices y Eteocles) en batalla, luchando en bandos opuestos, desafió a Creonte, rey de Tebas.

Tuve el enorme privilegio de asistir a varias de esas charlas que daban actrices y actores sobre la relevancia del teatro (me parece que las promovía u organizaba Ofelia Guilmaín), y escuchar a Marta Aura explicar la trama de “Antígona”. Marta decía, palabras más, palabras menos que Creonte había decidido que el cadáver de Polinices se dejara tirado para que se lo comieran los perros porque luchó contra Tebas; mientras que el cadáver de Eteocles sería honrado como el de un héroe porque defendió Tebas; para Antígona no importaba de cada lado luchó cada quien, sino sepultarlos, ella no podía permitir que uno de sus hermanos no fuera enterrado.

No sé por qué Marta amaba tanto el teatro griego, pero ella explicaba en sus talleres que la diligente y leal Antígona decidió enterrar a Polinices siguiendo los mandatos divinos y filiales, y que la obra era la lucha de una jovencita contra todo (y se reía). Decía que primero enfrentó a su hermana (Ismene), que insistía en obedecer a Creonte. Que a éste lo desafía porque considera que los mandatos divinos son ineludibles, aunque finalmente Creonte la atrapa y la condena a muerte. Cuando llegaba —en la lectura de la obra— al personaje de Hemón, prometido de Antígona, tenía a toda la audiencia fascinada, metida en la historia, deseosa de saber que seguiría. Y ella proseguía, sabemos la historia: Hemón fracasa tratando de convencer a su padre (Creonte) que perdone a Antígona; éste, ante la muerte de su prometida, se suicida. Eurídice (madre de Hemón) se entera de la muerte de su hijo y también se suicida. Creonte se queda sin esposa, sin hijos, sin nuera y hundido en la más absoluta tristeza. Un matadero de locura, fascinante, concluía Marta Aura con gesto teatral.

A partir de Antígona, seguí las actuaciones de Marta Aura, tanto en teatro como en cine (de su paso por la televisión no sé nada), disfrutando cuando era actriz de reparto, o actriz secundaria. Notando siempre su disciplina y admirando la profundidad de su preparación. Siempre fue una actriz disfrutable, a pesar de que a veces tenía que compartir escenarios con quienes dejaban mucho que desear. La recuerdo en “El lugar sin límites” como Ema, en “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto” como María Luisa, en “Arráncame la vida” interpretando a Josefina, en “Y tu mamá también” como la Queta Allende o en “Los motivos de Luz” como abogada. Pero, también como hija, vecina, madre, monja, maestra; o como sus personajes: Petra, Catalina, Elvira, Angela, Gertrudis, Mercedes, Guadalupe y muchos otros que se integran en una larga lista.

El pasado ocho de julio falleció Marta Aura Palacios, para mí, una de las más notables actrices mexicanas, con una destacada carrera de más de 60 años que abarcó televisión, cine y teatro. Este último me gusta pensar que fue uno de los más grandes amores de su vida. Afortunadamente, falleció después de haber concretado un proyecto personal y familiar de enorme mérito, en el cual la acompañaron sus dos hijos (Rubén y Simón). Se trata de su última película y la única donde ella es la protagonista principal. Es una película que habla de la vejez y sus sinsabores, de las limitaciones que los años imponen, de la pérdida de la vista y el drama que ello conlleva para una actriz; pero también de las relaciones madre-hijo, de la redención, del perdón de las vanas ofensas, de generosidad y gratitud, de circunstancias y recuerdos.

Sea esta nota, algo equivalente a un muy largo, sentido y admirado aplauso, siempre de pie, para esa enorme actriz que fue y siempre será Marta Aura Palacios. Y también una recomendación para que vean su última película “Coraje” (no se confundan con la peruana) dirigida por Rubén Rojo Aura, su hijo, donde él le hace un hermoso homenaje a la actriz, pero, sobre todo, un enorme reconocimiento a esa persona que fue su madre.

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