VIDA Y LECTURA/ MARIE JANA KÖRBEL SPIEGEL

MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). Todavía no se escribe completa la biografía de esa niña judía que nació en la señorial ciudad de Praga en el convulso mayo de 1937. Estuvo refugiada —camuflada de católica— en Londres de 1939 a 1945, huyendo de la implacable persecución nazi; y, finalmente, emigró a los Estados Unidos en 1948, ante el avance del comunismo en varios países de Europa. Fue en Estados Unidos donde cambió su nombre “Marie Jana” por Madeleine, años más tarde tomó el apellido de su esposo Albright, de quién se divorció después, conservando toda su vida su apellido.

Muchas vidas son interesantes, pero algunas son realmente sorprendentes. Este es el caso de Marie Jana Körbel Spiegel, conocida como Madeleine Albright, la Dama de Titanio (porque Margaret Thatcher ostentaba el de Dama de Hierro), quien falleció el 23 de marzo pasado. Mujer de enormes talentos, su disciplina, inteligencia y preparación la llevaron a ocupar puestos relevantes, alcanzando notoriedad como embajadora de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas y como secretaria de Estado, gracias al respaldo que le dio Hillary Clinton (quien la consideraba la más preparada y firme negociadora para los muchos intereses de los Estados Unidos). Fue la primera mujer en ocupar ese cargo.

Su vida, como la de cualquier personaje público de ese nivel, no estuvo exenta de errores, escándalos, decisiones difíciles y a veces desacertadas, preocupaciones, lealtades y compromisos. Sin embargo, destacan su profunda vocación demócrata, su defensa de la diplomacia como la mejor manera de resolver los ineludibles conflictos entre las naciones, su multilateralismo como estrategia política y su apoyo a las mujeres. Cuando afirmó durante la campaña a la presidencia de Hillary Clinton: «Hay un lugar en el infierno para las mujeres que no apoyan a otras mujeres» recibió un alud de críticas, pero la frase demuestra su feminismo militante y su compromiso con una agenda de igualdad y de inclusión. No hay que olvidar que Madeleine Albright combatió frontalmente la exclusión, la discriminación y la misoginia, a lo largo de su vida.

En 2018, esta notable mujer, publicó un libro de amplias repercusiones “Fascismo, una advertencia”. Conceptualmente fascismo es un término multidimensional polisémico; sin embargo, generalmente se utiliza para dar cuenta de ideologías caracterizadas por un total autoritarismo, regímenes que se expresan con una sola voz, y en donde la violencia es utilizada para eliminar cualquier disidencia.

La palabra surgió en Italia en 1918 y simbólicamente tiene una expresión poética, se trata de que una vara se rompe fácilmente, pero un conjunto de varas (fascis) es muy difícil de romper. Benito Mussolini eligió el fascio como emblema y de ahí que sus seguidores fueran llamados fascistas. Dice Madeleine Albright en su libro que el término se ha utilizado tanto que puede significar cualquier cosa, pero que debemos tener cuidado, en pleno siglo XXI, porque hay fuertes indicios políticos y sociales —en muchos países— que alertan sobre el resurgimiento del fascismo ante los problemas que enfrentan las democracias.

Se trata de una clara advertencia sobre lo atractiva que resulta, para amplios grupos de personas, la narrativa del resentimiento coludida con la venganza. De acuerdo con Albright, las democracias peligran cuando alguien logra canalizar los descontentos, las humillaciones y los resentimientos sociales, para prometer un cambio, de tal envergadura, que cualquier exceso sea aceptado.

Siguiendo su texto, advierte que la democracia está en peligro cuando el Estado pretende ocuparse de todo, decidir sobre todo y eliminar cualquier disenso por pequeño que sea. El libro alerta sobre la posibilidad de que los instintos totalitarios que acompañan a esos carismáticos líderes, que se ven a sí mismos como los portadores de la verdad, los justicieros, los que encarnan la voz del pueblo humillado, vayan ganando terreno y sumen numerosos adeptos, mientras que las instituciones y el Estado de Derecho sufren un constante asedio que va mermando su fortaleza.

En “Fascismo, una advertencia”, Albright no solo hace un recorrido histórico: Hitler, Mussolini y Stalin, sino aborda lo que implican para el mundo los gobiernos de Orban, Putin, Erdogan, Duterte, Chávez, Al Sisi y Trump, entre otros. Lo preocupante, desde su punto de vista es que el fascismo hoy marca una tendencia en muchos países desencantados con la democracia.

Hay que hacer notar que la pluralidad, la inclusión y la democracia exigen mucho trabajo entre gobierno y ciudadanía, un nítido marco legal de participación y negociaciones en las cuales las partes queden satisfechas de alguna manera. En contraste, todo lo que estorba a “los salvadores de la Patria”: disidencia, debate, libertad de expresión, equilibrio de poderes, Estado de Derecho, transparencia, rendición de cuentas, acuerdos y compromisos multilaterales, está bajo asedios ideológicos o políticos. De ahí la relevancia de leer “Fascismo, una advertencia”.

Es claro que una vida profesional como la de Madeleine Albright, dedicada en gran parte a salvaguardar los intereses de la nación más poderosa del mundo al terminar la Guerra Fría, no está exenta de oscuridades, excesos, imposiciones y francas equivocaciones en su trato asimétrico con otras naciones. Siempre da miedo enfrentarse a un Goliat y la historia da cuenta solo de un pequeño David.

Sin embargo, el que el presidente Biden ordenara, el pasado 23 de marzo, que las banderas norteamericanas se colocaran a media asta durante cuatro días como reconocimiento póstumo a Madeleine Albright, no es un homenaje menor.

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