MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). Hay varios grupos de personas que, a diferencia de los creyentes, leen los textos religiosos para intentar desentrañar su estructura y ubicar lo que en ellos se narra en un contexto histórico. Para las feministas estudiosas de estos temas, se trata —entre otros aspectos— de encontrar los puntos nodales donde el patriarcado y la misoginia alcanzaron plenamente su objetivo: satanizar, sojuzgar, degradar, subordinar y discriminar a las mujeres. Este es el caso de María de Magdala (o María Magdalena), que se convirtió por obra y gracia de Pedro, la piedra donde se edificaría la iglesia, los otros apóstoles y Pablo de Tarso, en una degradada figura femenina, que ejemplifica perfectamente “la naturaleza pecadora” de las mujeres. Y a quien el Papa Gregorio el Magno etiquetó equivocadamente como prostituta, cuyo doloroso arrepentimiento le permitió convertirse en la eterna y llorosa penitente.
En este tema, como en muchos otros, la verdad es inalcanzable. Pero diversas fuentes brindan elementos para poder contar con versiones diferentes de lo sucedido con el fundador del cristianismo y con la comunidad que lo acompañaba. De entrada, las versiones oficiales son muchas y a ello se debe que haya tantas derivaciones del cristianismo y surjan nuevas vertientes, sectas, credos y comunidades practicantes cada tanto.
En lo que la mayoría de las fuentes coinciden es en que a Jesús lo acompañaban hombres y mujeres, predicó por varios años una nueva manera de relación con dios, fue crucificado y murió. En el grupo de varones destacan varios que son identificados plenamente en los evangelios. Al grupo de mujeres —en la tradición canónica— se le presenta como accesorio, revoloteando por ahí, encargadas de lo de siempre: proveer, organizar, alimentar, cuidar, curar. De entre ellas destacan dos: María, la madre de Jesús, y María de Magdala. Las dos lo acompañan en su ministerio, las dos conviven con él durante toda su vida pública y son ellas las que están al pie de la cruz cuando muere.
Todo este preámbulo sirve para proponer una lectura que en estos días de tradición religiosa resulta esclarecedora sobre María de Magdala y el papel que desempeñó en ese enorme movimiento que pretendía la formación de una conciencia colectiva de amor, colaboración y esperanza (aunque apenas pasados unos años se transformó en un poder brutal, opresor, cruel, avaricioso y claramente despiadado con las mujeres). Cómo fue que ese movimiento financiado principalmente por las mujeres (Lucas afirma que María Magdalena ayudó al ministerio de Jesús donando todos sus bienes), que en sus orígenes fue difundido y consolidado por las mujeres, devino en una iglesia misógina.
Se trata del libro de la teóloga Margaret Starbird, “María Magdalena, ¿Esposa de Jesús?”, quien asegura que comenzó su investigación con la idea de acabar con esa absurda leyenda de la esposa y la descendencia de Jesús, pero que se vio obligada a cambiar sus puntos de vista al investigar las múltiples fuentes a las que tuvo acceso. Su conclusión es que María de Magdala fue una mujer sobresaliente en su época, letrada y conocedora de las escrituras, que al poco tiempo de acompañar al Nazareno se convirtió en su discípula preferida y a quien le transmitió las enseñanzas que no podía compartir con los apóstoles.
Hay diversos textos que dan cuenta de la envidia y el odio que le tuvieron algunos de los apóstoles a María Magdalena. Principalmente Pedro, que no entendía por qué una mísera mujer era considerada la discípula selecta, la compañera más cercana de Jesús, la persona más unida a la madre del predicador y la única que podía entender las enseñanzas más profundas del mesías, como se afirma en los denominados evangelios gnósticos: “El evangelio de Felipe”, “El evangelio de Tomás” y “El evangelio de María de Magdala”, todos de libre acceso en internet.
La historia, verdadera o falsa, sería más o menos así: Jesús, como era normal en su época, se casó con María Magdalena, quien a su muerte y poseedora de las más profundas enseñanzas y de las revelaciones de Jesús, empezó su propio magisterio en el sur de Francia, dando origen con el paso de los años a los cátaros (los puros) que formaron pequeñas y sólidas comunidades. Los cátaros se caracterizaron por negar las patrañas de la iglesia católica, cuestionaron sus cánones y dieron explicaciones sensatas de los elementos fundacionales del Nazareno. Esto alarmó de tal manera a los católicos que, intrigosos como siempre, decidieron exterminar a los cátaros, etiquetándolos como herejes.
Así, se emprendió una cruzada de exterminio (1209) comandada por el papa Inocencio III y los reyes de Francia. Arnaud Amalric y Simón de Montfort (a quienes se les aseguró el perdón de todos sus pecados y las riquezas de los cátaros), armaron un ejército impulsado por la codicia. La masacre pasó a la historia y se convirtió en una de las más despiadas matanzas organizadas por la iglesia católica.
El libro de Margaret Starbird pone el énfasis en un hecho: los doce apóstoles eran pescadores iletrados, envidiaban la cercanía de Magdalena con Jesús, la descalificaron desde el inicio solo por ser mujer, e invisibilizaron su presencia y trascendencia. Fue el papa Gregorio Magno en 579 quien, confundiendo a tres destacadas mujeres, construyó la falsa imagen de la Magdalena prostituta y pecadora que tenemos hasta la actualidad y que tanto le sirvió a la iglesia para sojuzgarnos.
Afortunadamente, en épocas recientes la iglesia reivindicó la figura de María Magdalena. A finales de los años sesenta eliminó toda alusión a la Magdalena prostituta y pecadora; en 1969 el papa Pablo VI retiró del calendario litúrgico a la penitente y eliminó las lecturas de la pecadora arrepentida. Después, Juan Pablo II se refirió a ella como la mujer fuerte en el momento de la crucifixión y la resurrección, y la invistió del título de apóstol de los apóstoles. Finalmente, en 2016, el papa Francisco la elevó en las festividades litúrgicas, junto a los doce apóstoles. Nada mal, aunque casi 2000 años tarde.
Sin embargo, prevalece entre los creyentes la imagen de esa mujer pecadora, a quien solo redime su profundo arrepentimiento; esa llorosa prostituta tan retratada y difundida por escultores, pintores y literatos a quien la eterna misericordia de Jesús rescató de los infiernos que merecía.