MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). El 18 de octubre de 2019 en Oviedo, capital del Principado de Asturias, se entregaron los ocho tradicionales premios anuales que reconocen aportaciones en distintas áreas: comunicación y humanidades, concordia, deportes, cooperación internacional, artes, letras, ciencias sociales e investigación científica y técnica. En la ceremonia de premiación participó Joanne Chory, quizá la más destacada botánica de la actualidad, quien pese a tener una grave enfermedad crónica-degenerativa del sistema nervioso (Parkinson), acudió acompañada de sus innobles temblores y la creciente rigidez muscular que constantemente flagelan su cuerpo, pero con la gallardía y el entusiasmo que la han distinguido siempre.
La primera vez que me encontré con el nombre de Joanne Chory fue a mediados de 2019, en uno de esos videos de TED que, en alrededor de 15 minutos, dan cuenta de alguna idea, iniciativa o actividad que puede contribuir a entender o mejorar la situación de las personas, sus hábitats y sus problemas más acuciantes. Lo primero que dijo Joanne fue que tenía más de 30 años investigando la sorprendente forma en que trabajaban las plantas y su enorme potencialidad para enfrentar con éxito la reducción del bióxido de carbono en la atmosfera. A continuación, comentó que tenía ya 15 años conviviendo con su Parkinson, con la convicción de que ella y su equipo podrían crear plantas con la capacidad de almacenar grandes cantidades de carbono, tomado de la contaminada atmósfera terrestre y con ello enfrentar el grave problema del cambio climático.
Las superplantas de Chory podrían absorber casi veinte veces más de bióxido de carbono de la capacidad que tienen las plantas actuales, y regular la humedad de tal forma que puedan resistir excesos y carencias de agua, como si estuvieran protegidas por una barrera auto regulable y permeable ante sequías o inundaciones. La clave de todo esto se encuentra en una sustancia denominada ‘suberina’ que se puede manipular genéticamente para producir raíces más gordas y largas que fijen el carbono en el suelo y se transformen en un compuesto estable, que, a la vez, puedan reaccionar ante lo que denomina “estrés hídrico” y a la luz. En síntesis, “investiga las respuestas moleculares y genéticas de las plantas, su capacidad de absorción del bióxido de carbono y sus reacciones ante muy diferentes condiciones ambientales”.
El trabajo de Chory parte de que hay demasiado CO2 en la atmósfera, cada vez más, y se acaba el tiempo para hacer algo antes de que nuestra codicia y desenfreno vuelvan inhabitable este planeta. Se trata de un proceso que permite estabilizar el carbono, fijarlo al suelo utilizando para ello la ‘suberina’ para que éste se enriquezca y le aporte nutrientes a las plantas, haciéndolas más útiles de lo que ya son. En resumen, se tiene que producir más suberina, lograr que las plantas tengan más raíces y que éstas sean más gordas y profundas. A estas tres características Chory las denomina los “tres súper poderes” que les permitirán a los agricultores de todo el mundo coadyuvar a combatir los adversos efectos del cambio climático.
Notables figuras de las ciencias, como el premio nobel de fisiología Michael W. Young, reconocen con entusiasmo las aportaciones fundamentales de Jeanne Chory. Young afirma que “…desde su primer trabajo, que cambió fundamentalmente la comprensión de los investigadores sobre el crecimiento y el desarrollo de las plantas, hasta sus innovadores esfuerzos para combatir el cambio climático, las notables contribuciones de la Dra. Chory beneficiarán a toda la vida en la tierra». El premio Pearl Meister Greengard, creado por Paul Greengard en honor a su madre, que reconoce el trascendente trabajo de las mujeres en el campo de la biología, le fue otorgado a Chory en 2020, y ella sigue activa al frente de su laboratorio en el Instituto Salk.
Joanne Chory es una mujer admirable. No solo por sus innovadoras ideas, por sus constantes y destacadas contribuciones científicas, o por su generosidad como académica e investigadora, sino porque a pesar de su terrible enfermedad no se da descanso, porque está convencida de que los habitantes de este planeta tenemos la obligación ética de dejar un mundo mejor, a pesar de todos los obstáculos que se tengan que sortear, porque no ceja en su propósito de transformar la agricultura mundial y porque su ejemplo arrasa y conmueve.
Escuchar sus charlas en TED, leer las entrevistas que le han hecho en los últimos años, prestarles atención a los discursos que ha pronunciado, o tratar de entender la magnitud y solidez de sus experimentos y los beneficios potenciales que tendrían para la humanidad para enfrentar los nocivos efectos de las descontroladas acciones humanas, resultan una muy especial forma de admiración por una persona que ha vivido con el compromiso de hacer todo lo que este en sus manos para resolver un problema que afecta a toda la humanidad.