MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). Irene Vallejo Moreu, quien nos sorprendió con su ensayo “El infinito en un junco”, donde narra la historia de los libros y su evolución a través del tiempo, afirmó que, aún antes de La Epopeya de Gilgamesh (escrito alrededor de 2000-2500 años antes de la era cristiana y que se considera la primera narración épica de la historia, dado que es mucho más antigua que la famosísima Ilíada de Homero) hay constancia de la existencia de una autora sobresaliente, sacerdotisa, princesa, funcionaria pública y poeta. Una escritora que tuvo un gran reconocimiento en su época y que sobrevivió a lo largo de los años, siendo conocida por griegos, persas, fenicios y un largo etcétera. Además, lo verdaderamente increíble es que hoy es posible conocer parte de sus obras, por esas extrañas causalidades que lograron preservar su obra por siglos y, además, que se han encontrado —entre los hallazgos arqueológicos—imágenes y alusiones conmemorativas a su persona y a sus obras, y —por insólito que parezca— consistentes testimonios en los textos posteriores de su existencia. Se trata de Enheduanna de Mesopotamia, a quien Irene Vallejo en su libro menciona con admiración y respeto, y yo creo que nos corresponde a nosotras como lectoras indagar más sobre ella y coadyuvar a que se le conozca y lea.
No cabe duda que el esfuerzo de las feministas por rescatar del olvido a cientos de mujeres valiosas, que contribuyeron con sus obras y abarcaron todos los temas, a lo largo de todas las épocas, está dando frutos. Lo relevante es que hoy, siguiendo a Vallejo, a Enheduanna se le considera la primera autora con nombre de la historia. Lo anterior —y mucho de lo posterior a esa época—, fue anónimo. Es decir, se trata de una persona, una mujer que firmó con su nombre, por primera vez, sus creaciones literarias.
Cuando se hacen crucigramas, con frecuencia aparece como referencia “antigua ciudad de Mesopotamia” y la respuesta es “Ur”. Fue precisamente ahí, en el templo dedicado a la deidad de la luna, la diosa Nanna Suen, que Enheduanna oficiaba como Gran Sacerdotisa y escribía. Sin duda una mujer extraordinaria, porque en esos tiempos solo un muy pequeño grupo sabía leer y escribir, pertenecían a la gran elite, las castas divinas.
En mi opinión, es muy importante “bien dimensionar” el título de Gran Sacerdotisa, en una época en la que las religiones eran fundamentales para pertenecer a una comunidad, los ritos y los mitos imprescindibles para la existencia de cualquier grupo social y abarcaban todas las esferas de la vida; y donde sacerdotes y sacerdotisas eran respetados, pero, sobre todo temidos.
En los cuidadosos recuentos que elaboró Betty De Shong Meador, sin duda la más reconocida especialista en la literatura y poesía de Enheduanna, se puede constatar lo amplia que es su obra. De entrada, escribió tres himnos dedicados a Inanna, la diosa del amor que la socorrió cuando acudió a ella, ante el silencio de la diosa de la luna; más de 40 poemas donde narra la lucha que sostuvieron la diosa Inanna y Enki, un mito de poder, rebeldía y venganza, donde sale triunfante la diosa y aniquila a su arrogante y ofensivo enemigo. Además, escribió muchos textos que dan cuenta de la vida y las dificultades que enfrentó la autora en los terrenos político y cultural de su época.
No obstante, lo más sorprendente de la antiquísima obra de esta autora son los muchos poemas que dedica a narrar su cotidianidad; las dificultades que tiene para escribir y como funciona su proceso creativo; su desolación ante la ausencia de palabras que le permitan explicar las maravillas del mundo, su belleza o la naturaleza de los sentimientos. Ella describe que es la diosa, puede ser del amor, de la luna o de la esperanza, la que se apodera de su ser y le dicta sus reflexiones, le va transmitiendo las ideas que debe plasmar en sus poemas, a los que, después de desvelos y un permanente esfuerzo, ella puede dar a luz.
Sé que no está de moda leer poesía, sé que una autora de hace tantos miles de años atrás que describe durante páginas enteras lo arduo que es el trabajo de la poeta, no es una lectura amable. Pero no puede dejar de sorprenderme, que en esos remotos años, una mujer tuviera un lugar tan trascendente y una producción constante, no solo reconocida, sino publicada y preservada en tablillas cuneiformes, por considerar que eran destacados y útiles. También es sorprendente que sus textos hubieran sobrevivido miles de años, que su poesía pueda ser estudiada actualmente y se le considere profunda, reflexiva e inspirada. Y que los descubrimientos arqueológicos de Charles Leonard Woolley, en 1927, y de muchos arqueólogos más, no dejen lugar a dudas sobre su existencia, a tal grado que han ido convenciendo a la comunidad académica sobre su relevancia histórica.
Nos toca a nosotras, las contemporáneas, difundir estas obras, rescatar del olvido a todas estas escritoras y mujeres prominentes, construir nuevas genealogías, y darles el lugar que el patriarcado les ha negado y el olvido ha tratado por siglos de arrebatarles. Las biografías todavía no se escriben, pero los esfuerzos están por todas partes. Todavía no están disponibles las traducciones al español de los pocos textos que se han escrito sobre esta autora arcadia, pero el siglo XXI apenas comienza, las mujeres están extendiendo su presencia en todas las disciplinas y su curiosidad y voluntad de visibilizar a otras mujeres avanza y abarca todas las épocas.
Hoy, gracias a ese trabajo que se extiende, tenemos a la mano tres largos poemas de Endehuanna, traducidos al español por Susana Wald, con base en la traducciones y la recopilación que hizo Betty De Shong de parte de los “Himnos de los Templos Sumerios”, los que escribió Enheduanna. Se trata de “Tres Grandes Poemas de Enjeduana Dedicados a Inana”, publicados por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Así, poco a poco, podemos aproximarnos a esa sacerdotisa de la luna que vivió hace más de cuatro mil trescientos años, a su obra, a su desconocida pero pintoresca religión. Podemos conocer otros mitos, otras maneras de ver el mundo y de concebir la relevancia de una mujer y su historia, para empezar a vislumbrar la extraordinaria vida de una sacerdotisa sumeria que nos legó una obra, para muchas de nosotras, totalmente desconocida.