VIDA Y LECTURA/ ÉMILIE DU CHÂTELET

MARCELA ETERNOD ARÁMBURU. (SemMéxico, Aguascalientes). Casi todas conocemos la importancia que tuvo Voltaire (seudónimo de François-Marie Arouet, que desempeñó —y bien— diversas profesiones: filósofo, escritor, abogado e historiador) en un período de la historia al que las feministas le profesan un valor extraordinario, la Ilustración, que puso por encima de dogmas, prejuicios y falacias, a la razón y a la ciencia.

Pero pocas conocemos la historia de Gabrielle Émilie Le Tonnelier de Breteuil, marquesa de Châtelet, que pasó a la historia como Émilie Du Châtelet y fue por años la compañera de Voltaire. La marquesa de Châtelet tuvo una vida muy corta, pero intensa, falleció antes de cumplir los 43 años. Pertenecía a la aristocracia francesa no solo por su cuna, sino, además, porque se casó con un marqués en una época en que los títulos y los honores aún existían. Hay que destacar que, de acuerdo con los cánones nobiliarios, después del rey, el príncipe y el duque, se encuentra el marqués, a quien le siguen el conde, el vizconde y el barón.

En varios de los textos biográficos sobre ella se destaca su “placer por saber” y la curiosidad que sentía hacia todo. Además, corrió con suerte porque, a diferencia de lo que se le permitía a la mayoría de las mujeres en esa época, ella fue educada como un varón con todos los privilegios. Pero fue, gracias a su enorme disciplina, a un comportamiento metódico aprendido del cartesianismo y a su inusual inteligencia, así como al acceso a una muy bien nutrida biblioteca, que pudo brillar en ese siglo de la Ilustración.

Cuentan sus biógrafos que empezó a leer a los clásicos en su infancia y que a los 12 años podía desenvolverse bien traduciendo con precisión del griego y el latín; también que hablaba y escribía con fluidez en francés, alemán, italiano, español e inglés. Niña genio, sin duda, pero no exenta de pasiones, las más intelectuales, las mejores sentimentales.

Debido a su aristocrática posición y a su disciplina como alumna, Émilie tuvo acceso a los mejores profesores de Francia, en una época pletórica de descubrimientos, chispeante y disruptiva. Se interesó con un placer inmenso por comprender su cambiante mundo y destacó como matemática, física, socióloga, filósofa y divulgadora de la ciencia.

Como algunas otras mujeres tuvo que disfrazarse de hombre para poder acceder a círculos intelectuales y participar en discusiones relevantes con los notables científicos de su época. Claro que se notaba el disfraz, pero eso fue lo que le permitió discutir con los matemáticos y los físicos franceses más reconocidos de su época.

Antes de cumplir los 20 años se casó con el marqués de Châtelet-Lamon, con quien procreó tres hijos, de los que solo vivieron dos. Casada con Florent Claude (el marqués) se enamoró de Voltaire y dado que éste, huyendo de la justicia francesa, estaba en el castillo de Cirey-Blaise, propiedad del marqués de Châtelet, se fue a vivir con él en 1735. Hay que recordar que Voltaire estuvo encarcelado varias veces, en 1717 y en 1726, fue huésped de La Bastilla y, gracias a la publicación de sus Cartas filosóficas, tuvo que pedir refugio al marqués en 1734.

La marquesa de Châtelet vivió como pareja de Voltaire hasta su muerte y en su biografía se afirma que constituyeron una verdadera pareja tanto en lo intelectual como en lo afectivo (Los amores de Voltaire, de Nancy Mitford). Muchas de sus discusiones intelectuales, así como de sus intereses compartidos y sus opiniones sobre ciencia, poder, filosofía e historia, pueden destilarse de la copiosa correspondencia de ambos y al echar una mirada a la enorme biblioteca que juntos formaron y compartieron con todas las personas interesadas en ello.

La obra de científica de Émilie du Châtelet sorprendió en la primera mitad del siglo XVIII: Dissertation sur la nature et propagation du feu, 1744; Las instituciones de la física, donde da cuenta de los avances alcanzados por Newton, de las contribuciones de Leibniz y de las notables certezas de Descartes, así como de sus críticas y objeciones a cada uno de ellos; tradujo los Philosophiae Naturalis Principia Mathematica de Newton —del latín al francés—, y fue gracias a esta traducción comentada que en Francia se consolidó el conocimiento de la física.

Aunque la historia olvidó por años a la marquesa, porque la historia del patriarcado siempre ha procurado invisibilizar a las mujeres, despreciar sus aportaciones y borrar su memoria, hoy podemos leer el Discurso sobre la felicidad que escribió. También, gracias al esfuerzo por deconstruir la historia y buscar la verdad, tenemos textos como el de Margaret Alic que buscan mostrar las aportaciones de algunas científicas a través de los tiempos y de los olvidos de la historia. En El legado de Hipatia. Historia de las mujeres desde la Antigüedad hasta fines del siglo XIX, Madame du Châtelet tiene un lugar relevante como científica y divulgadora de la ciencia, como libre pensadora y como maestra de la lógica deductiva.

Pero quizá lo más extraordinario que hizo Gabrielle Émilie Le Tonnelier de Breteuil fue vivir su corta vida con libertad, pasión, intensidad, compromiso y fidelidad consigo misma. Desde mi óptica personal, lo más destacable de su biografía fue que supo distinguir con certeza sus sentimientos y convivir —sin culpa— con sus amores, sus placeres, sus preguntas y sus conocimientos, cuestionándolo todo, porque al principio como al final “si dudo, entonces existo”.

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