MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). Como ocurre con frecuencia, en algún lugar insospechado se puede encontrar algo interesante y que conduzca a la reflexión. En una de esas reuniones intergeneracionales, familiares, de amigas y amigos, sorprendió un apasionado debate entre dos jovencitas y un trío de señores que, haciendo gala de su milenaria sabiduría patriarcal, trataban de convencerlas sobre la verdadera naturaleza de las mujeres, dejando claro que el feminismo era una más de las rebeliones de su juventud que, en cuanto se casaran, desaparecía de sus vidas, como había sucedido con sus madres, abuelas y bisabuelas.
El argumento masculino —qué novedad—, aderezado de contundentes adjetivos se centraba en que es la naturaleza la que hace diferentes a mujeres y hombres. Esa realidad —decían— es indiscutible e inapelable, porque se trata de biología básica que deviene en la división sexual del trabajo, en asumir las funciones sociales que le corresponden a cada sexo y la posición que ello conlleva. El dizque argumento, salpicado de supuestamente amables bromas, le permitió a la cofradía masculina insistir, una y otra vez, en que eran las diferencias naturales entre hombres y mujeres, las que llevaban ‘naturalmente’ a la ‘necesidad’ de gobernarlas, mandarlas, controlarlas y tutelarlas.
Con pasión, las jovencitas contra argumentaban que las diferencias anatómicas y fisiológicas no eran suficientes para normar la discriminación y la exclusión de las mujeres; que ya se había avanzado en identificar los derechos de las mujeres y que pretender que lo natural es mejor que lo tecnológico, lo cultural y lo social es a todas luces un argumento arcaico. Como sabemos, la falacia naturalista se desactiva con un conjunto de contra argumentos que proporciona la propia biología y un amplio conjunto de disciplinas científicas derivadas o vinculadas con ella; la exhibición histórica de las muchas falacias científicas sobre el tema, que ya fueron contundentemente rebatidas desde mediados de los años cincuenta del siglo pasado y siguen acumulándose hasta hoy; y sobre todo, con la evidencia empírica que se acumula demostrando que lo ‘propio de los varones’ es ampliamente compartido por millones de mujeres que han demostrado su competencia en los supuestos terrenos masculinos.
Ante esto y como los dedos de las jovencitas tecleaban con notoria velocidad, buscando quién había argumentado esto y aquello, a la vez que les preguntaban a los tres alegres viejitos si sabían sobre autores o si conocían tal o cual libro, articulista, conferencia o seminario, citando nombres y autoras, la cofradía inició su contraofensiva con el argumento de las feminazis. La construcción de la falacia es más o menos así: todas las feministas son feminazis, como el nazismo es malo, las feminazis también lo son. Luciana Samamé en su artículo “Falacias Anti-Feministas” lo silogiza así: “El nazismo es una ideología totalitarista y, por tanto, reprobable. El feminismo es una ideología totalitarista. Las feministas son feminazis” y explica que se trata de un viejo truco que desvía la discusión, mediante un ataque directo al feminismo, equiparándolo espuriamente con el nazismo.
Las chicas contrargumentaron rápidamente, diciendo que la historia documentaba muy bien el nazismo, pero que la expresión ‘feminazi’ simplemente era un insulto patriarcal tan burdo y sin gracia que hoy únicamente expresa la ‘ignorancia y desesperación’ de quien la utiliza —dijo una de las interlocutoras muerta de risa—, y que su falta de conocimientos sobre el tema era tan obvia, que tenían que recurrir al insulto fácil. La charla terminó cuando se levantaron divertidas de la mesa afirmando que había sido muy interesante oírlos hablar contra el feminismo, sin siquiera saber qué era eso, de qué se trata y qué pretendía. “Así de temerarios son ustedes, abuelo. Te reto a que leas más, cuestiones más tus ideas, revises tus preconcepciones y analices tus prejuicios. A ver si elevas, aunque sea un poquito, la discusión con tus amigos antes de nuestra próxima plática, porque, otra vez, perdieron de calle”.
Yo me quedé pensando que tal vez los ‘tres alegres compadres’ requieren de un par de textos introductorios para poder proseguir, con cierta dignidad, su conversación con esas dos jovencitas; textos que les ayuden a entender qué es el feminismo en toda su complejidad, y replanteen su manera de ver las asimetrías entre mujeres y hombres. No dejo de pensar que les vendría muy bien leer “El segundo sexo” (considerado uno de los 100 libros más relevantes del siglo XX) de Simone de Beauvoir o el amplio compendio sobre feminismo que publicó en 2019 Amelia Valcárcel “Ahora, feminismo. Cuestiones candentes y frentes abiertos” que contiene una profunda reseña de lo que es el feminismo, que va desde el feminismo ilustrado hasta el amplio movimiento mundial que desató el Me too.
Sea como sea, si con tan poca formación las chicas pudieron salir victoriosas sin más ayuda que su capacidad de búsqueda en medios digitales, qué podrán lograr si deciden pasar de su fresco y joven feminismo silvestre a formar parte del feminismo ilustrado, se preparan para contra argumentar en todos los temas con el respaldo de los cientos de argumentos vertidos en los cada vez más amplios estudios de género, y pasan de ser feministas silvestres a ser feministas sólidamente preparadas.
Lo que a mí me muestra, esta breve reseña de una reunión entretenida, amable y familiar, es que la agenda de la igualdad está muy presente en las nuevas generaciones, aunque aún carezcan del conocimiento que aporta la teoría explicativa; que éstas pronto se integrarán a la vanguardia y que no importa que estemos en una pausa en las políticas de género, porque el camino hacia la inclusión y la no discriminación contra las mujeres sigue en construcción.