MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). El vocablo “perra” en español cuando alude a una mujer es siempre ofensivo. Creo que es por eso que la Real Academia de la Lengua Española, después de afirmar que “perra” es la hembra del “perro”, da cuenta de que su segundo uso -y por mucho el más común de los significados- es prostituta y todos sus sinónimos: puta, ramera, zorra, cortesana, fulana, coima, furcia, pelafustana, buscona, pinga y un larguísimo etcétera.
Por ello, para algunas personas, los títulos que llevan la palabra “perra” suscitan resquemores y despiertan prejuicios que impiden una exploración más racional, imaginando que la lectura será una apología del machismo circundante. Es más, cuando lo emplean autoras, inconscientemente se despiertan todas las alertas porque de entrada se piensa que se trata de una de esas traidoras a su sexo, antifeminista, machista, miserable misógina y acolita del patriarcado.
Pero, como estamos en épocas de deconstrucción y de revisión constante de los prejuicios, una pequeña reseña de “El coloquio de las perras” de la puertorriqueña Rosario Ferré, fue suficiente para animar a su lectura. Más cuando se trata de un texto que aborda el inmenso tema de qué, por qué, cómo, para qué, cuándo y para quién escriben las mujeres, considerando la enorme cantidad de autoras que en los últimos años han incursionado con éxito en la literatura en prácticamente todo el mundo.
Haciendo alusión a la obra de Cervantes que lleva por título “El coloquio de los perros” (aquella donde conversan de política y de los más importantes problemas sociales dos perros, Cipión y Berganza) Rosario. Ferré Ramírez de Arellano presenta los diálogos y las disquisiciones ente dos perras. Una de pasado acomodado, culta, refinada, satírica e insidiosas, que responde al nombre de Fina, engañada varias veces y vendida para el pedigrí de la reproducción, que escapó finalmente para volverse callejera y se declara escritora. La otra, Franca, una perra corriente, mestiza, amada, cuya dueña es una esforzada maestra de literatura, cuyos libros Franca devora en sentido figurativo, que tiene un buen pasar, pero que le gusta vagabundear por las tardes y las calles, y lo suyo es la crítica literaria.
Las perras conversan por las tardes mientras buscan las sobras de un Kentucky Fried Chicken. Uno de sus temas es, eliminando los artilugios perrunos, ¿si es posible considerar que hombres y mujeres escriban igual, con la misma profundidad, fuerza e imaginación? ¿Es posible que dejemos de hablar de la literatura femenina como un género menor escrito solo para mujeres limitadas o superficiales? Fina considera que, en general, los escritores no tienen buenos personajes femeninos y que muchos presentan a las mujeres en forma por demás negativa y oprobiosa: Lezama Lima, Onetti y Donoso. Franca contrapuntea afirmando que García Márquez, Fuentes y Borges, a veces, construyen fuertes y positivos personajes femeninos, pero que hay autoras que -como Onetti y Donoso hacen con las mujeres- escriben pestes sobre el carácter de los varones que integran en sus obras: Mastreta, Valenzuela, Lispector o Castellanos, entre otras. No se salvan ni Octavio Paz, ni Mario Vargas Llosa y es divertido constatar que una puertorriqueña -inexistente para los “dioses del Olimpo”- esgrime los argumentos con solides decartiana.
Franca explica que en las historias de la literatura y en las reseñas de crítica literaria hay una tremenda escasez de mujeres y que en muchos textos no hay ninguna mujer (algo parecido a lo que hizo aquel historiador mexicano que no incluyó a ninguna mujer en su historia de México revisada). Sin embargo, Fina informa que hay una bibliografía en la cual se incluyen los nombres de más de cinco mil autoras.
Al abordar el tema de las y los escritores puertorriqueños, la crítica de Ferré es devastadora porque ellas, las escritoras, no cuentan ni con el Instituto de Cultura, ni del Centro de Escritores puertorriqueños, ni de ninguna institución respetable. Cuestionan y evidencian a René Márquez, a Luis Rafael Sánchez y, especialmente, a Edgardo Rodríguez Juliá, a quien reclama su insidiosa misoginia; y aunque lo hace con humor e ironía, se percibe el enojo y la rabia que provoca la exclusión.
Entre los 10 ensayos que integran “El coloquio de las perras” sobresale el que insiste en discutir sobre la pertinencia de una literatura de mujeres, diferente a la literatura universal que corresponde a los hombres. A la propuesta de los “ghettos” literarios, Ferré contrapropone la necesidad de avanzar hacia una literatura de la inclusión, ganada a pulso por las escritoras con talento, buena prosa y narrativas imperdibles. Pero, sin duda, es en “De la ira a la ironía, o sobre cómo atemperar el acero candente del discurso” el ensayo que más ayuda a clarificar la situación de las escritoras latinoamericanas, donde se evidencia la discriminación que han sufrido y se hace patente su exclusión con el simple recurso del intencionado olvido.
En fin, se trata de un libro agudo, esclarecedor y rotundo sobre las estrategias de las editoriales y los escritores para minimizar a las escritoras latinoamericanas, escrito a principios de los años noventa, pero que mantiene su vigencia en esta segunda década del siglo XXI. Un libro crítico y demoledor que aporta cuantiosa evidencia de las excluidas. Un texto que abierta y francamente muestra como los escritores, salvo muy pocas excepciones, construyeron -siguen haciéndolo- ese imaginario irreal del “ser mujer” que con fuerza insta a que las mujeres se afanen por ajustarse. Da cuenta de una literatura que etiqueta, margina, minimiza y se regodea en esos personajes femeninos que construyen desde su confusa, pero indudable creencia de su enorme superioridad y en consecuencia prejuzgan sin matices.
Como afirma Sandra Palmer López en su ensayo “Rosario Ferré y la Generación del 70: evolución y estética literaria”, “… Ferré cuestiona la imagen equívoca de la mujer en la literatura masculina y el enfoque sexista del canon literario”. Pero, además, la autora de “El coloquio de las perras” teje muy fino con una sólida crítica literaria, desde un feminismo ilustrado, irreverente y gozosamente irónico.