VIDA Y LECTURA/ Dolores Castro Varela

MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). Estoy casi segura que vivir cerca de los cien años exige una vitalidad extraordinaria. Y vivirlos con alegría, buen humor y agradecimiento cotidiano, demuestra una actitud excepcional ante la vida. El pasado 30 de marzo falleció Dolores Castro Varela, pocos días antes de cumplir los 99 años (nació el 12 de abril de 1923) y, al parecer, su partida fue tranquila y cerró su ciclo con la discreción y modestia que caracterizaron su vida.

Hay una gran diferencia entre tener una larga vida y tener una vida plena. Dolores Castro Varela conjuntó ambas. Formó parte de aquel famoso grupo de los Ocho Poetas Mexicanos que publicaron un libro de poesía en 1955 que aún se deja leer en las tardes lluviosas. Este grupo estuvo integrado por seis varones (el guanajuatense Efrén Hernández Hernández, el jalisciense Octavio Novaro Fiora, el zacatecano Roberto Cabral del Hoyo, el yucateco Honorato Ignacio Magaloni Duarte, el sinaloense Alejandro Avilés Inzunza y el capitalino Javier Peñalosa Calderón) y solo dos mujeres: Rosario Castellanos Figueroa y Dolores Castro Varela, ninguna de las dos requiere presentación. Las diversas investigaciones, tesis doctorales y ensayos que se han realizado sobre este grupo y su poemario dan cuenta de las aportaciones que realizaron a la poesía mexicana, ese género literario tan complejo, profundo y conmovedor.

Castro Varela tuvo una larga e interesante vida profesional; exploró varios caminos y colaboró en muchos proyectos que incluyeron la radio, la comunicación, la difusión y promoción de la lectura, y la escritura en múltiples formas, incluyendo la elaboración de guiones. Quiero destacar solo dos áreas en donde dejó una profunda huella. Primero, como maestra a lo largo de muchos años y en distintas instituciones: la UNAM, la Universidad Iberoamericana, la escuela de periodismo Carlos Septién y la de escritores de la SOGEM, por mencionar las más importantes. Y, en segundo lugar, su trabajo como tallerista; ese cercano y complejo espacio donde quienes participan se exponen, se muestran tal y como son ante las y los otros para mejorar su propia escritura, y donde Castro Varela, con esa generosidad que la caracterizó durante toda su vida, ayudó a volar a tantas personas, desdoblando sus alas amarradas por la timidez, la inseguridad, el miedo o la preocupación de ser juzgadas, pero también por carecer de las herramientas formales que les permitieran expresarse con una voz propia.

En “Profanos y Grafiteros”, el controvertido Teodoro Villegas Barrera escribió, hace ya varios años, uno de los más hermosos homenajes a Castro, “Dolores Castro Varela, mi maestra”. Inicia diciendo lo que bien saben las personas que tuvieron el privilegio de conocerla: “Esta sólida mujer … llena de sabiduría, roca negra rodando los caminos para construir verdades en su obra y en su vida. Una poeta intensa, luminosa, de lenguaje sencillo, depurado y breve … la sobriedad y el rigor sustentan su obra.”

Yo me quedó con sus poemas, esa otra manera de sentir el mundo, amorosa, dolorosa, universal, sentimental y profunda. Me quedo con la poesía de Castro, aunque hoy se piense que la poesía esta relegada y su destino es el olvido. Estoy segura que tenemos nuevos poetas, mujeres y hombres con una firme voz, a la espera de que ésta se escuche, y siempre tendremos a las y los poetas de antaño para dar cauce a nuestras nostalgias, crisis, dolores del corazón y dudas existenciales. Y destaco, dentro de la muy amplia obra de Castro Varela (escribió 18 libros de poesía) “El corazón transfigurado” (1949); “Cantares de vela” (1960); “Oleajes” (2003); y “Sombra domesticada (2013), aunque advierto que leer poesía exige mucho más que leer novela o ensayo.

En alguna ocasión, recuerdo, Dolores Castro afirmó que era una persona optimista, enamorada de la vida. Decía que era su amor a la vida, con todos sus matices, incluso con sus muchas oscuridades, lo que le había permitido haber vivido tantos años. En esos días calculo que tendría cerca de 90 años. Aunque su vida, como la de cualquiera, tuvo sus amarguras. En sus propias palabras, uno de sus peores años fue1977, año en que falleció su compañero de vida, el escritor y poeta Javier Peñalosa Calderón, con quien tuvo la friolera de siete vástagos y de quien siempre dijo que era mucho mejor poeta que ella, aunque él siempre lo negó. Sin embargo, su larga biografía da cuenta de una vida plena, vivida con inteligencia, una vida amorosa, llena de afectos que, para mí, es la verdadera medida del éxito.

Estoy segura que Dolores Castro Varela será recordada. Yo, la recordaré no solo por su vasta obra, sino por su entusiasmo, vitalidad, discreción y firme fortaleza; la recordaré porque comparto su absoluta certeza de que las y los jóvenes, esas generaciones de reemplazo, tienen y son nuestro futuro (Castro vivió convencida de que en la juventud había no solo fuerza y sensatez, sino también esperanza).

En Aguascalientes, su ciudad natal, muchas personas —amantes de la lectura, los libros, la narrativa y la oralidad, los talleres de escritura y la poesía— recuerdan sus conferencias y seminarios, sus anécdotas, historias y poemas. Yo recuerdo el cariño con el que siempre se le recibía y la admiración que despertaba su sencillez, inteligencia, bonhomía, sobriedad y calidez. Descansa en paz, querida poeta, descansa: “Bajo un sol que no a todos cobija, y una sombra que ampara endurecido el pecho, el puño, el ademán, el alma. No hay una sombra donde refugiarse. Y aquí se ama la sombra. No hay a quien preguntar cómo, por dónde …”.

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