VIDA Y LECTURA/ Concepción Macedo Guzmán

MARCELA ETERNOD ARÁMBURO (SemMéxico, Aguascalientes). Afirma Yuval Noah Harari en su libro De animales a dioses que una de las características más distintivas de nuestra especie es nuestra necesidad de chismorrear, es decir, de dedicar mucho de nuestro tiempo a intercambiar información —de cualquier índole— sobre nuestros congéneres. La teoría del chismorreo, junto con nuestra capacidad para crear ficciones, construir mitos y contarnos patrañas a todas luces inverosímiles, logrando convencer a muchos de que las crean, es asombrosa.

Teniendo eso de telón de fondo, sorprende un libro sin disimulos, carente de discreción y que, sin renunciar a esa esencia del chismorreo, da cuenta con brutal honestidad de lo que fue la vida de una de las mujeres más admiradas de los años cincuenta y sesenta, catalogada como conflictiva, berrinchuda, irracional, insensata, vulnerable, temperamental y un sinfín de adjetivos.

Se trata de “Mujer en papel, memorias inconclusas de Rita Macedo”, bautizada así por Julio Bracho a quien el nombre de Conchita le parecía insulso e inapropiado para una actriz. Estas memorias fueron, después de muchos años, recopiladas y editadas por Cecilia Fuentes Macedo, la más pequeña hija de Rita Macedo Guzmán y la única hija viva de Carlos Fuentes Macías.

En palabras de la recopiladora se trata de una deuda pendiente con su madre, con ella misma y con la historia de una mujer que vivió con intensidad sus pasiones, tanto las que la hacían sentir que la vida valía la pena, como las que la desgarraban mental y físicamente y la llevaron a la depresión y el suicidio.

Varios aspectos destacan en la lectura de Mujer en papel. Primero, contiene las confesiones de Macedo, confesiones que la mayoría de las personas que tienen algo que decir sobre si mismas, jamás dirían: mi madre se casó con un hombre al que despreciaba; fui una niña abandonada; cometí muchos errores; me prostituí durante algún tiempo sin pena y sin culpa; fui la amante de un secretario de Estado y acepté lo que me dio sin siquiera cuestionarme mi papel; tuve varios abortos porque Carlos no quería tener hijos en ese momento.

Confesiones de muchas miserias personales y ajenas, expresadas con una brutal sinceridad que llevan al asombro y obligan a hacer pausas y a reflexionar sobre lo difícil que puede ser una vida que, sin ser la nuestra, es fácil sentirla con toda su dureza. Pero también da cuenta de una vida cosmopolita, inmersa en el glamour, refinada, intelectual e internacional. Una vida interesante, vibrante y, sin duda, increíble en muchos aspectos.

Los múltiples talentos de Rita Macedo se entremezclan con sus fracturas de carácter, su vulnerabilidad, sus desilusiones, su falta de rumbo, sus contradicciones. Lo que sobresale es el valor para contar, desde sí misma y sin concesiones, ni ambages, el transcurrir de su vida, sin discreción, sin maquillaje, con admirable sinceridad. Mujer en papel da cuenta de relaciones familiares intensas, violentas, dolorosas, no exentas de amor, confianza e innumerables contradicciones. Exhibe, sin pudor, relaciones conflictivas, situaciones para la mayoría de los mortales inverosímiles, permisibilidades y complicidades enfermizas.

Rita Macedo afirma que el gran amor de su vida fue Carlos Fuentes, pero cuenta sin matices sus múltiples infidelidades, su donjuanismo, cinismo e inconmensurable egoísmo. Muestra a un Carlos Fuentes cobarde y agachón ante su madre, esa suegra insoportable que no solo la despreciaba, sino que la ofendía e insultaba con la avergonzada complicidad de un suegro educado, pero impotente ante la ira de su señora esposa.

De sus logros como actriz, de su disciplina, de su esfuerzo constante por hacer bien su trabajo, de sus amigos en el teatro, en el cine, de sus inclinaciones para reformar, remodelar y construir casas y espacios para su familia, dan cuenta varios capítulos. Estamos ante un texto que no deja de sorprender y que conmueve.

De los muchos papeles que desempeñó a lado de grandes actores y enormes directores, destaca su constante preocupación por hacer las cosas mejor, su capacidad para buscar ayuda, tratando de subsanar sus carencias educativas y de formación profesional. Sus innumerables horas ensayando papeles, así fueran los insustanciales e irrelevantes a los que la condenó la ira de un primer marido que, después del divorcio, se volvió poderoso en la televisión mexicana y decidió que ella no merecía figurar, ni destacar en esa esfera. Gracias a ello, el teatro mexicano floreció con el talento de una actriz que se forjó a sí misma a base de golpes secos, muchas veces despiadados.

Otro aspecto importante en este texto es el valor que Rita le daba a la amistad. A lo largo de varios capítulos narra la generosidad de sus amigos y amigas, y como, a la vez, fue generosa con sus amistades y afectos. El breve capítulo que dedica a Luis Buñuel, en el que lo describe como “… un hombre maravilloso que influyó en mí como ningún otro. Uno de esos sabios respetados en tiempos más sensatos…” da cuenta de una amistad cálida, asombrosa y siempre refrescante, en donde la sencillez y la ternura tenía espacio y no eran condenados al desprecio intelectualoide.

Cecilia Fuentes Macedo cuenta que tituló las memorias de su madre Mujer en papel porque con reiterada frecuencia Rita se dejaba ir interpretando papeles: madre furiosa, amante despechada, diva vituperada, abuela amorosa, costurera, mujer enamorada, esposa abnegada. Sin embargo, mi percepción lectora es que decidió dejar de lado sus papeles y redactar sus memorias con una brutal honestidad.

Lo que es innegable es que la vida de Rita Macedo contada por ella misma da cuenta de una época de enormes cambios sociales y culturales, refleja un México que se esforzaba por tener un espacio internacional en la cultura, sin llegar a consolidarse. Muestra, además, a esa franja de la sociedad dizque educada como discriminatoria, elitista, hipócrita, absurda y mentirosa que desde su histérica prepotencia decidió que el olvido y el silencio eran los lugares que le correspondía a Rita Macedo y el boato, la adoración y el reconocimiento a los otros, a esos que la abandonaron y relegaron al olvido.

Me quedó, sin dudarlo, con esta versión, la de la Macedo, porque lo importante de una vida es vivirla, no simular que se vivió lo que no pasó, no cuidar la propia imagen y borrar las propias miserias y vilezas para mantener ridículos legados. Vivir la vida con intensidad y contar lo que se vivió sin fantasías, por cruel, crudo y duro que sea.

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