VIDA Y LECTURA/ Chaya Pinjasovna Lispector

MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes). Una de las más notables escritoras brasileñas que, con el paso de los años, cobra mayor relevancia y renueva el interés de esa disímil amalgama de personas a quienes congrega el disfrute adictivo de la lectura, es Clarice Lispector. Clariciña la hermética, la cáustica perpleja y depresiva, día a día conquista nuevos lectores, pese a exigir a quienes la leen un esfuerzo considerable que casi siempre conlleva a la reflexión. Afirmó, en la única entrevista televisiva a la que pude acceder, que ella se quedaba con la lectora que la releía porque así reafirmaba que la comprendía.

Laura Freixas Revuelta, destacada escritora feminista española, escribió una emotiva y profunda biografía, “Ladrona de rosas. Clarice Lispector, una genialidad insoportable”, que trasluce la admiración que siente la biógrafa por su biografiada, pero también da cuenta de una existencia cincelada por el dolor, el miedo irracional, la angustia existencial a la que conlleva la conciencia de sí y de la lejana otredad, la culpa vergonzante y el desconcierto ante una realidad que se desdibuja permanentemente.

Lispector nació en 1920 en Ucrania. En 1921 su familia, presa de pánico, se trasladó a Moldavia y poco después a Bucarest, donde —en 1922— obtuvieron pasaportes rusos y las visas para ir a Brasil porque ahí se encontraba una tía, hermana de su madre. Fue en Brasil donde se portugalizaron los nombres de toda la familia y el Chaya se convirtió en Clarice. La razón de la migración: eran judíos. Durante la revolución rusa, la casa de los Lispector fue invadida; el abuelo y muchos de sus amigos fueron asesinados; su madre —al igual que muchas otras mujeres— fue víctima de una violación múltiple de soldados rusos que le contagiaron la sífilis, enfermedad que pocos años después, con los sufrimientos inherentes a ello, le provocó la muerte. Freixas, tratando de encontrar el origen de la genialidad de Lispector se centra en su herencia judía y en su geografía europea; pero, sobre todo en una curiosa historia familiar que narraba la concepción de Clarice como el último recurso para curar a su madre, ya que según una extraña creencia ucraniana los bebés tenían el poder de sanar las enfermedades de sus madres. La muerte de la madre evidenció lo obvio, pero Clarice asimiló profundamente la culpa, ante el trágico destino de su madre.

Yo comparto la idea de que hay autoras, autores, que se comprenden y aprecian mejor si conocemos sus biografías, no como series de hechos, sino como mapas contextualizadores y explicativos que permiten adentrarse en cada texto con un pequeño cajón de herramientas que auxilian en la comprensión, ya sea desde lo emocional, lo intelectual o lo existencial. Es el caso de Lispector, para leerla y sumergirse en sus mundos, para comprender esa densidad de la cotidianidad que de pronto se transforma en un fluir del pensamiento o en un cuestionar a la propia conciencia del mundo, ayuda mucho conocer su biografía. Esa narrativa minuciosa y concisa envuelta con imaginación que vertiginosamente lleva a profundidades insospechadas y complejas que exigen pausar la lectura e iniciar la reflexión.

El trabajo realizado por Laura Freixas sobre Clarice Lispector es interesante por varias razones. Primero, porque Freixas es una lectora acuciosa y una admiradora declarada de la obra de Clarice, que conoce a profundidad, no obstante que ésta es muy amplia. Segundo, porque antes de emprender el trabajo de biografiar a la brasileña, leyó todas las biografías disponibles, para concluir que no todo estaba dicho —y mucho menos bien dicho— y, utilizando la copiosa correspondencia que sostuvo a lo largo de su vida, principalmente con sus hermanas, amigas y amigos, fue hilando fino, lo que le permitió hacer una biografía elegante y admirativa, pero brutalmente sincera. Tercero, porque se propuso visibilizar lo que Lispector tanto se empeñó en ocultar y disfrazar a lo largo de toda su vida, como bien señala Nélida Piñon (su amiga y confidente desde que se conocieron hasta la muerte de Clarice en 1977): su indiscutible singularidad, su cuestionable espiritualidad y su clara genialidad.

A lo anterior hay que agregar que esta biografía sorprende porque, recorriendo la vida aparentemente tradicional de Clarice, todo es intenso: una infancia en donde ella ya escribía con enorme imaginación y destacada constancia; una adolescencia donde perfiló varios de sus cuentos y su primera novela, “Cerca del corazón salvaje”, premiada cuando apenas tenía 23 años; un casamiento que con la llegada de la maternidad la abrumó por años; un divorcio que la regresó a Brasil sin recursos y la obligó a comprometer su libertad creativa para comer, escribiendo por encargo cualquier cosa, disfrazándose con el manto de la trivialidad; para terminar eligiendo vivir casi en soledad, regodeándose en su propia tristeza, donde la alcanzó la enfermedad y la muerte. Pero, a pesar de todo ello, la vida de Lispector siempre se iluminó con la magia de sus textos y la contundencia de sus relatos. Ella afirmaba que cuando no escribía estaba muerta, lo que se traduce en que vivía para escribir y solo haciéndolo se sentía viva. Quizá ese es el elemento esencial de su vasta obra, que la ha colocado entre lo mejor de la literatura del siglo XX.

Espero que la lectura de “Ladrona de rosas. Clarice Lispector, una genialidad insoportable” despierte el interés por leer su obra, y sugiero que se empiece por sus cuentos, que son además un recorrido no solo por su propia historia, sino por su evolución como escritora. Afortunadamente, el Fondo de Cultura Económica hace unos cuantos meses publicó un volumen con los cuentos completos (85) que escribió Lispector y promete traducir y editar toda su obra en próximos volúmenes, lo que permitirá que nos acerquemos a sus crónicas que, de nuevo a juicio de Nélida Piñon Cuiñas, son el mejor espejo, para a través de él, ver el talento y la magistral complejidad de su querida Clariciña.

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