MARCELA ETERNOD ARÁMBURU (SemMéxico, Aguascalientes, Aguascalientes). Algunas personas disfrutan de los pequeños descubrimientos, de encontrar lugares, matices y personas que no conoce o que, de repente, se presentan bajo una nueva luz u otra faceta, hasta ese momento desconocida y oculta. Sin ser esencialmente exploradoras, descubren algo nuevo y disfrutan con ello. Eso me ocurrió, recientemente, con un libro que llegó a mis manos por los caminos de la casualidad y que me permitió conocer a una poeta rusa cuya vida, por decir lo justo, fue extraordinaria, y de quien no tenía ninguna referencia.
Anna Andréyevna Ajmátova, que cambió su apellido paterno (Gorenko) por el de su mítica abuela tártara (Ajmátova), acatando así la instrucción paterna de no enlodar ni exponer su apellido con tonterías poéticas, no solo peligrosas sino irrelevantes, nació cerca de Odesa en 1889. Parte de su biografía, novelada por Alberto Ruy Sánchez, es uno de esos libros sorprendentes por su calidez, entendiendo el término como envolvente, por su imaginativa estructura, por la crueldad del contexto, por la sólida e increíble fortaleza de la biografiada y por el carácter de sus personajes inmersos en esa espantosa aventura comunista soviética que no terminamos de conocer en toda su complejidad.
El libro reta, a quien lo lee, a investigar para tratar de entender el porqué de su trágica vida, el constante acoso del siniestro Stalin, la soledad que la acompañó por años, el dolor de saber las desgracias de su único hijo, prisionero en manos del poder revolucionario e interminables injusticias que vivieron todas las personas que creían en la libertad. Quiénes fueron Nikolái Gumiliov, Ósip Mijaíl Zóschenko, Mandelshtam, Vladímir Shileiko, Nikolái Punin o Borís Pasternak. Qué significó el movimiento poético acmeísta y quiénes fueron sus impulsores y detractores. Qué importancia tiene la poesía en nuestros días marcados por la vana prisa, la irreflexión o la instantaneidad.
En “El expediente Anna Ajmátova”, Ruy Sánchez cuenta, además, una historia de pasión tan irreflexiva como poderosa, que hará que Anna Ajmátova transforme su manera de ver y hacer poesía, dotándola de una profundidad y una fuerza poética diferente a la de sus primeros libros tan elogiados. Me atrevo a decir que esa nueva e intensa manera de hacer poesía fue la que le dio la fuerza interior que le permitió soportar los años más aciagos de su vida. Se trata de su aventura con Modigliani, ese pintor italiano que vivió escasos 35 años, murió de tuberculosis y nunca superó la pobreza a pesar de su constante e innovador trabajo.
Desde otro ángulo, es conmovedor conocer la historia de las cortezas del abedul y como los residentes de un gulag (así se les denominó a los campos de prisioneros donde eran enviados los disidentes, reales o inventados, incluyendo a cientos de inocentes, en la antigua Unión Soviética) las utilizaban para escribir en ellas lo más importante, dado que carecían de papel. Y es este hecho, el que le permite al autor estructurar “El expediente de Anna Ajmátova” en brevísimos, pero sustanciales capítulos, por medio de los cuales vamos conociendo parte de la historia de la poetisa, la vigilancia constante a la que el propio Stalin la tuvo sometida, la creciente admiración de Vera Tamara encargada de espiarla y descubrir cómo lograba, incluso bajo una férrea vigilancia, difundir su poesía. En menos de una página, llegamos a percibir los dilemas de la espía, sus dudas, sus cálculos y su decisión de no cumplir cabalmente con la encomienda, a pesar de conocer las consecuencias y terminar tan prisionera y maltratada como la poeta.
El libro tiene la virtud de interesar a las y los lectores en la vida y en la obra de Anna Andréyevna Ajmátova, de conmover con muchos pequeños detalles que sintetizan en un par de líneas la templanza, fortaleza y generosidad de la poeta hacia las y los otros, de permitirnos valorar esa parte luminosa de humanidad que todos pueden tener y mantener a pesar del miedo, el terror que —en esos tiempos— despertaban los campos de reeducación estalinista, a los que cualquiera era enviado sin justicia ni misericordia.
Ya sé que es difícil leer poesía traducida. El ritmo y la musicalidad de cada lengua es único, y es muy difícil encontrar en otro idioma las palabras y los conceptos que, con exactitud, dan cuenta de la esencia poética que los entrelaza. Sin embargo, y a pesar de todas las limitaciones, vale la pena explorar alguno de los libros de Ajmátova (que logró escribir haciendo que sus visitas memorizaran uno a uno los versos que inmediatamente ella quemaba, pero que ellas se llevaban en la memoria, para posteriormente integrar y editar). Sus dos primeros libros son de corte romántico, pletóricos de pasión, dolor, desesperanza y olvido, según sus críticos: “Tarde” (1912) y “Rosario” (1914).
Es en “Réquiem”, escrito entre 1935 y 1940, que finalmente se publicó en 1963 en el extranjero, —debido a que ella había sido condenada públicamente y excluida de toda actividad literaria—, donde Ajmátova plasma su crónica precisa de la desolación humana que provoca el terror impuesto por un régimen exento de humanidad y razón. Pero es “Poema sin héroe”, que vio la luz en 1965 y que tardó 25 años en concluir, su obra maestra.
Hay una breve antología de Anna Ajmátova, organizada y prologada por la poeta y escritora Kyra Galván, con una pequeña selección de poemas de la extraordinaria rusa, donde bajo el título de ‘A guisa de prólogo’ uno puede leer: “En los espantosos años del terror yezoviano me pasé diecisiete meses aguardando en una fila, ante el umbral de la prisión de Leningrado. Cierto día, alguien me identificó en la muchedumbre. Detrás de mí se hallaba una mujer, con los labios azules de frío, que, es claro, nunca antes me había oído llamar por mi nombre. Entonces salió del entumecimiento común y me preguntó en un susurro (allí todo mundo susurraba): —¿Puede describir esto? Y le contesté: —Puedo. Una especie de sonrisa cruzó fugazmente por lo que alguna vez había sido su rostro.”
Estas líneas son un pequeño homenaje a una mujer extraordinaria, que vivió años terriblemente oscuros, pero que iluminó con su luz y describió con su poesía. Es, además, una entusiasta recomendación para leerla en esta segunda década del siglo XX, e incrementar nuestro conocimiento sobre muchas mujeres invisibilizadas por la historia cuyas vidas nos hablan de heroísmo y compromiso con las mejores causas de nuestra muy endeble humanidad.